Es difícil encontrar en nuestra Historia, rica en ferocidades, una competición de traiciones, una sucesión de ignominias y una carrera de desprecios al pueblo español como la que en los últimos días vienen protagonizado Pedro Sánchez, Secretario General del PSOE, y Pablo Iglesias, caudillo de Podemos. Ambos se han arrastrado a los pies del grotesco Puigdemont o Masdelomismo, nuevo presidente de la Generalidad golpista de Cataluña, ambos criticaron al Rey por no recibir a Carmen Forcadell, Presidenta del Parlamento de Cataluña que se declaró fuera de la Constitución el 9 de Noviembre y que quiso humillar al Jefe del Estado entregándole el diktat golpista; y ambos han competido entre sí y con los gusanos al arrastrarse por el légamo del separatismo catalán para ofrecer a Puigdemont un referéndum en el que Cataluña podría decidir el mantenimiento de la unión o el comienzo de la disgregación de España. Ni los más lerdos dirigentes socialistas ni los más sectarios jefes comunistas habían llegado nunca a tal extremo de sometimiento a un proyecto político cuyo único destino lógico sería la disolución de la Generalidad y la cárcel para los cabecillas del Golpe.
El enloquecido afán de poder del PSOE
Que el submarino iraní y agente venezolano Pablo Iglesias, que se licúa en las herriko tabernas y llama al Himno Nacional "cutre pachanga fachosa", se alíe con los enemigos de España y la libertad es normal. Pero es desolador que lo haga, que vuelva a hacerlo, un Secretario General del PSOE. Recordemos que este partido, filial marxista de la II Internacional, fue fundado en 1879 –sólo cinco años después de la forja del régimen de monarquía parlamentaria por Cánovas y Sagasta, que liquidó las guerras carlistas e instauró un poder civil durante medio siglo, pero que fue combatido siempre por el partido de Pablo Iglesias I. Es costumbre del PSOE dividirse entre reformistas y revolucionarios, primero tras el nacimiento de la URSS, luego, tras la égida de Stalin; y fruto de esa perpetua guerra civil interna fue la Guerra Civil de 1936. Su raíz está en la "bolchevización" del partido tras perder las elecciones en 1933, provocar el golpe de Estado junto a la Esquerra en 1934, unirse al PCE en el Frente Popular de 1936 y luego seguir peleándose dentro del bando "rojo", hasta que la guerra terminó con el golpe del socialista Besteiro contra el socialista Negrín en 1939. En el exilio, las dos facciones repartieron odio y botín entre la SERE negrinista y la JARE de Prieto.
Su insignificancia durante el franquismo, que fue total, no curó su propensión a la demagogia revolucionarias, cuando sólo un año antes de morir Franco y protegidos por los servicios de Carrero Blanco, los USA y Bonn, los jóvenes González y Guerra cogieron el testigo de los viejos masones de Toulouse y disputaron al PCE la hegemonía dentro de la Izquierda. En la Transición fueron más allá que el PCE en sumisión al nacionalismo, que habían combatido en la II República, y cuando en el debate constitucional Carrillo aceptó la monarquía, el PSOE defendió la República, aunque se aseguró de no ganar esa votación. Desde que llegó al Poder en 1982 se convirtió en el mejor aliado de lo peor de la Corona y, en democracia, nadie ha estado tantos años en el Gobierno como el PSOE. Sin embargo, hete aquí que llega Pedro Sánchez y con sus míseros 90 escaños, se ofrece al separatismo catalán para liquidar el sistema constitucional que el PSOE ha disfrutado más que nadie.
Del bolchevismo al nacionalismo
Si desde su nacimiento hasta 1939 la tentación totalitaria del PSOE se orientó hacia el bolchevismo, desde 1974 tomó la vía del nacionalismo antiespañol. El caso es que ni antes ni después de la guerra el PSOE ha sido capaz de asumir ni la defensa de la democracia –aunque no se les caiga de la boca- ni la defensa de la Nación -que pretenden representar en exclusiva para luego dilapidarla en federalismos asimétricos y otras mamarrachadas-. No hay forma de que el partido más longevo y con más tradición de Poder en España se haga responsable de nuestra Historia y nuestras instituciones.
Es verdad que el oportunismo y la verbosidad endémicas en el PSOE les llevaron a asumir los postulados del separatismo antiespañol. Como ha recordado el máximo ideólogo de la extrema izquierda Vicenç Navarro, en 1974, tras la llegada al poder de González y Guerra, Redondo y Benegas, el PSOE decía: "La definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español".
Y en 1976 seguía diciendo: "El Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos (…). La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación (…) en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora".
Pero los ideólogos comunistas catalanes, que han sido y son la base de la desnaturalización ideológica de la izquierda en favor del separatismo antiespañol, olvidan que hasta la Guerra Civil el PSOE –por boca de Prieto-, atacaba al separatismo del PNV por pretender "un Gibraltar vaticanista". Y que si en los años de la Transición y los primeros de UCD, el PSOE no dejó de coquetear con el separatismo vasco –ETA incluída- desde que llegó al Poder en 1982 abandonó esa política y no dejó de proclamarse el único garante de la unidad nacional frente a la Derecha, a la que González siempre atribuyó una tendencia a "la desagregación nacional" en la supuesta tradición -totalmente falsa- de la CEDA republicana.
Cuando Sánchez exhibía la bandera de España
O sea, que si bien en Cataluña el PSC es la prueba de la rendición del PSOE ante el nacionalismo y el PSE ha demostrado, de Benegas a López, su complejo ante el PNV, hasta la llegada de Zapatero en el año 2000 a la Secretaría General del partido y, en 2004 (11M mediante), al Gobierno, el PSOE no asumió como propios los proyectos separatistas catalanes, si bien, a diferencia de hoy -lo que explica las coces a Felipe VI- contara con la complicidad servil de Juan Carlos I. Pero ni la base social del PSOE es separatista ni la oferta de Sánchez a los golpistas catalanes obedece a otro propósito que llegar a la Presidencia del Gobierno. El que se arrodilla ante Puigdemont es el mismo Sánchez que hacía campaña en Cataluña con una gigantesca bandera de España. No hay en él convicciones antiespañolas, como en Zapatero, sino la amoralidad más radical, el oportunismo más descarnado, la indiferencia más absoluta ante las necesidades de la Nación.
Sánchez es el hijo político de Zapatero y el nieto demagogo de Largo Caballero, que fue el más reformista y moderado del PSOE durante décadas, al punto de entrar en el Gobierno de la dictadura de Primo de Rivera como Secretario de Estado de Trabajo, pero que en 1933, tras la derrota electoral se convirtió en el "Lenin español", pese a que Besteiro auguró que su abierta campaña en favor de la guerra civil para instaurar la Dictadura del Proletariado -eso decía el Frente Popular en 1936- ni siquiera aseguraba la victoria en el indeseable caso de provocar la Guerra Civil. Que es lo que sucedió, para desgracia del PSOE y, por supuesto, de los que no tienen otro delito que el de nacer compatriotas de los socialistas.
La tragedia de nuestra nación es que, en los momentos claves de nuestra historia moderna, ha dependido de las decisiones de un partido que tiene como banderas el sectarismo y la irresponsabilidad. Y quizás lo peor de este momento de banderías y desbandadas, sin duda el más grave de los últimos siglos, es que España, ay, vuelve a depender del PSOE.