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Federico Jiménez Losantos

La subasta de Sánchez: 11 ministerios por los 11 escaños de "España Vaciada"

Como, a diferencia de Génova, en Moncloa hay vida inteligente, es inevitable que se encuentren el egoísmo caciquil y la necesidad gubernamental.

Como, a diferencia de Génova, en Moncloa hay vida inteligente, es inevitable que se encuentren el egoísmo caciquil y la necesidad gubernamental.
Pedro Sánchez, en el congreso del PSOE de Madrid. | EFE

Hace un par de semanas, un diario digital de mucho bombo y escasa influencia publicó una noticia en forma de encuesta o una encuesta vestida de noticia que, por considerarse oficiosidad sanchista, pasó inadvertida. En ella se confirmaba el suicidio asistido de Casado por Teodoro en el ara de Ayuso, y aparecía formando grupo parlamentario una agrupación todavía inexistente, España Vaciada, formada por una docena de soriavivas o teruelexistes, que lograría un escaño por provincia vaciada, hasta once.

Ese grupo parlamentario aseguraría la continuidad de Sánchez, al modo de ese socialista valenciano y contratista político que representa el vaciado turolense pero cuya verdadera función es la de apoyar al Gobierno social-comunista, con la ETA y el golpismo catalán, históricos amigos de Teruel. Son caciques de extrema izquierda o extrema derecha a los que la Ley Electoral y la penuria de Sánchez brindan suculento negocio personal.

La idea de Ximo Puig de expoliar Madrid

Los enemigos históricos del director de ese medio despreciaron la información que encerraba la encuesta por escasa fiabilidad y por suponerla un clásico globo-sonda del Gobierno, que estaría jugando con la posibilidad de fletar ese salvavidas parlamentario ante un horizonte de empate técnico sostenido por dos años entre PP y Vox y el PSOE y sus socios comunistas. No es ninguna tontería: mientras el imperio desnortado de Teodoro lleva a Casado a la ruina y deja a la derecha sin alternativa, el PSOE está pensando en cómo hacer frente a la alternativa de derecha si el PP espabila y resucita.

Hay un movimiento paralelo al de la botadura de "España vaciada": el que un día apadrinó Ximo Puig, ha acabado asumiendo Pedro Sánchez y que consistiría en sacar los ministerios de Madrid y repartirlos fuera de la capital, que es donde siempre estuvieron y para la que están diseñados. La sórdida mamarrachada del presidente valenciano, -que ha aceptado sin una mueca de desagrado que el Senado avale el concepto de "Països Catalans"- tenía como único objeto atacar a la Comunidad de Madrid, monotema de los discapacitados intelectuales que nutren la actual nomenclatura sociata. Además del "dumping" fiscal -invento del Ciudadanos socialdemócrata que defendía ardorosamente Aguado, y que abandonó al proclamarse liberal-, que los ximos pueden imitar cuando quieran renunciando a sus impuestos, lo que el discurso del socialismo periférico, indistinguible del nacionalista, manifiesta es la envidia a Madrid, España, adobada con el rencor a Ayuso.

¿Cuánto y cuántos podrían pujar?

Ese virus del rencor, cursó, como la enfermedad moral que es, y, un día, desembocó en un titular de prensa y otro globo-sonda gubernamental: Sánchez, para compensar el escandaloso favoritismo en favor de sus socios separatistas vascos y catalanes, evidente en los últimos Presupuestos, se abría a una puja o subasta entre las autonomías o ciudades -no se aclaraba- que quisieran tener ministerios, situados en Madrid desde que en la capital de España radican el Jefe del Estado, el Gobierno, el Congreso y el Senado.

Planteada así, en bruto, la idea es digna de la República de los tonnntos cuyo censo actualiza puntualmente en La Mañana Santiago González. En primer lugar, se debería habilitar el marco legal de la subasta, diciendo los que pueden participar y los que no. Siendo cuestión de dinero, porque de otra forma recaeríamos en el favoritismo político, y para evitar el abuso de las comunidades ricas sobre las pobres -Madrid ganaría en la puja a todos-, habría que establecer un límite de gasto, el equivalente a la masa salarial en los clubes de fútbol de primera, que limita su capacidad de endeudamiento.

Pero esa masa, para favorecer la dispersión de servicios del Estado por zonas poco habitadas, debería ser dividida por la población, marcando el esfuerzo por habitante de la capital, provincia, diputación o autonomía. Y luego habría que subdividir ese esfuerzo por las áreas de extensión, ya que La Rioja no tiene la misma necesidad de repoblarse que Teruel o Soria. Ahí tropezaríamos con el nudo gordiano del algoritmo, porque todo acaba en algoritmo en estos tiempos menguados: ¿quién decidiría, y con qué criterio, la relación entre gasto, número de personas y áreas de extensión?

En buena lógica, lo decidiría el Gobierno, pero recaeríamos en el favoritismo; si no, el Congreso, pero recaeríamos en la dictadura de las provincias más pobladas y representadas; y en el Senado sería lo mismo con pinganillo. Si lo que busca es hacer como que se dispersan ministerios, ahí moriría el invento, porque el proyecto desembocaría en una comisión que tardaría hasta el día del Juicio Final en concretar un baremo de subasta.

La confluencia de egoísmos

El rencor a los mejores, azuzado por todos los partidos políticos, se perdería así en lamentaciones localistas y sórdidas trifulcas aldeanas, que es la forma habitual de enterrarse para resucitar cíclicamente. Pero ese círculo es incompatible con la lineal urgencia de otro egoísmo: el de los partidos con capacidad de formar Gobernar. En la actualidad, Sánchez… o Sánchez.

Y como, a diferencia de Génova, donde no cabe un alcornoque más, en la Moncloa hay atisbos de vida inteligente, es inevitable que se produzca el encuentro entre el egoísmo caciquil y la necesidad gubernamental, entre el demagógico "España nos vacía" y el pago centralista de esa demagogia. En realidad, estaríamos ante la miniaturización de la "deuda histórica" que vienen esgrimiendo las comunidades autónomas, más o menos separatistas.

La enorme ventaja de crear una agrupación electoral de localismos es que convierte en necesidad parlamentaria la tendencia a olvidar la subasta. Ya no sería el egoísmo de los caciques provincianos, sino la necesidad de asegurar la estabilidad y la gobernabilidad. Y además, sería el pueblo, no los políticos, los electores, no los elegidos, los que forzarían una solución que satisficiera la voluntad grande de dispersar ministerios, de concreción difícil, y el afán chico de llevar sabrosa carne política al electorado local. Imaginemos que llevan el Ministerio de Industria a Teruel. Ya nunca nos libraríamos del demagogo de Cutanda. Supongamos que Soria alberga el Ministerio de Defensa, que en buena lógica correspondería a Zaragoza. El Numancia volvería a Primera División y sería el terror de La Romareda. Y nunca dejaría uno de sus dos escaños de caer en manos localistas. O ambos.

Maniobras militares en Zamora

Y así sucesivamente. En los últimos tiempos se quejan en el Ejército de que Margarita Robles lo dedica a repoblar Zamora. Como la ministra de Defensa es uno de los pocos casos de vida inteligente dentro del Gobierno, no me extrañaría que estuviera comprobando sobre el terreno, segura de la disciplina, si es posible la dispersión en términos de sueldos y alquileres. Son candidatas a la operación todas las autonomías uniprovinciales; las más extensas pero despobladas; las que albergan agravios históricos, como Cartagena en Murcia; las que, como León, aspiran a la independencia y la han ensayado; y, en fin, las que tengan un caudillo local que, con la ayuda de los medios de comunicación socialistas, puedan conseguir un escaño.

Se dirá que es imposible establecer un liderazgo para ese batiburrillo de singularidades, entre asamblearias e intratables. Pero se olvida de que estos partidillos nacidos para la rebatiña de escaños están dirigidos, esto es, liderados por Sánchez, su partido y su Gobierno, una Trinidad Non Sancta que, sin embargo, tiene en la capacidad económica y el poderío mediático herramientas infalibles para que el díscolo profesional no se suba a la parra. El modelo, ya testado satisfactoriamente, es el de Teruel Alpiste y su lorito. Nunca ha conseguido nada, pero nunca se ha quejado. Si pudiera llevar a Teruel un Ministerio, aunque fuera el de Igualdad, crearía dinastía propia.

Naturalmente, la subasta se convertiría en teatrillo de negociaciones, con resultado pactado de antemano. Menganito ofrecería su voto a Sánchez a cambio de un Ministerio que en campaña electoral prometió reivindicar. Y Sánchez, generoso, accedería a esa petición histórica, ancestral, legítima, aunque legalmente hubiera que concretarla a martillazos. Poco le importará al que ha unido su destino al de la ETA y el golpismo catalán salpimentarlo en los alcores de Soria o los roquedos de Teruel, los arribes del Duero o las albuferas y lagunas de los cuatro puntos cardinales. Para Maduro, cinco.

La España pobre, la pobre España

Esta semana, PP y PSOE rechazaron la última propuesta de cambiar la Ley Electoral, gracias a la cual, el 1% de los votos logra tantos escaños como un partido nacional con el 10%. Pasaríamos así de los beneficiados separatistas regionales a los beneficiados provinciales, pero no hay que engañarse: el beneficiado es el bloque de Poder que, con Sánchez al frente, prepara la liquidación del Estado y todos sus ministerios, que se parecerían a las estaciones de tren abandonadas en la España pobre. La pobre España.

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