Este martes, Jorge de Esteban publicaba en El Mundo una tribuna tan sólida como oportuna: Rebelión o rebelión, en la que abundaba en los argumentos de Llarena y la fiscalía para acusar de ese delito a los golpistas catalanes, junto a los de sedición y malversación de fondos, que acarrean penas menores, aunque en ningún caso pequeñas. Había comenzado ya la campaña de intimidación a la Justicia del Gobierno Sánchez y sus secuaces comunistas y separatistas, y era bueno acopiar todos los datos teóricos con los que el régimen constitucional debe defenderse prácticamente, Ley en mano, contra los que quieren destruirlo.
El Estado podría y deberá hacerlo, si persiste la rebelión, con toda la fuerza de que legalmente dispone para reprimir el alzamiento de una parte de la administración contra los administrados, que eso ha sido y es el Golpe de la Generalidad de Cataluña. Y deberá hacerlo, si la persuasión de los tribunales no es suficiente para aplastar el Golpe. Pero, de momento, el peligro no está en la fuerza de los golpistas en la cárcel sino en los que los apoyan desde fuera, con el Gobierno de España y sus socios a la cabeza.
El ámbito completo del Golpe de Estado
Al impecable artículo de Jorge de Esteban, sólo le añadiría dos datos que probablemente utilizará la acusación particular de VOX, en este y en otros juicios que, a este paso, habrá que hacer contra los que como Sánchez y sus cómplices tratan de blindar el golpe ya perpetrado y hacerlo impune. El primero se refiere a la violencia armada explícita: no hace falta sacar una pistola para violar a alguien, a veces basta amedrentarla físicamente, usar la sorpresa o someter a la víctima a una intimidación inesperada. Y los 14.000 mozos de escuadra estuvieron, como grupo armado, respaldando el Golpe contra la Policía nacional, el día del referéndum prohibido por el TSJC. Lo hicieron de forma jerarquizada, sorprendiendo y reduciendo al máximo la libertad de los ciudadanos que les pagan y confían en ellos para respaldar la Ley, no para vulnerarla en contra del mandato expreso del TSJ de Cataluña.
Por cierto, es un error habitual decir que se trata de un Golpe catalán, cuando se hace contra España y no sólo en nombre de los que allí viven y padecen la dictadura nacionalista desde hace décadas, sino de los que ya la están padeciendo en lo que llaman "Països Catalans", la "Catalunya Gran" del separatismo racista y violento -como el actual- antes de la Guerra Civil. Los ilusos que creen que cediendo a la presión, que es simple corrupción desde tiempos de Pujol (ver artículo de Santiago Trancón en el catalán.es) se quitarían un problema permitiendo aduanas en el Ebro, se equivocan. El antropoide Tardá lo dejó muy claro en cualquier televisión -todas son más o menos favorables al Golpe- ante la pregunta de si lo perderíamos de vista en el parlamento español de existir una Cataluña independiente: no, estaría en el mismo sitio, defendiendo la ruptura con España de las Baleares, la Comunidad Valenciana, parte de Aragón, el País Vasco, Navarra y Galicia.
Las armas traperas del Golpe
El segundo dato es el de la supuesta falta de armas -y de violencia- en el golpe. ¿Nadie favoreció pistola en mano la votación ilegal? Sí: los mozos de escuadra, que llevaban su arma aunque no la desenfundaran, y eso bastaba para amedrentar a los ciudadanos que sabían y saben que Trapero y compañía tienen esas armas y las usan, en las ruedas de prensa y en el fusilamiento de islamistas desarmados a campo abierto. Milans del Bosch no hizo disparar a sus tanques el 23F en Valencia, le bastó pasearlos. Armada ni siquiera sacó la pistola. Pero a ambos les cayeron 30 años de cárcel. Por cierto, al segundo, tras el recurso del Gobierno de UCD, que así entendió que combatía el Golpe en ejercicio de su sagrada obligación legal.
Exactamente al revés actúa el Gobierno de Falconetti, que utiliza con descaro todos los medios del Poder, empezando por los judiciales pero sin renunciar a los violentos -no han tratado de disolver las FAS, aunque ese sea el plan último de los comunistas y los separatistas en general- con el fin explícito de apoyar la impunidad de los golpistas y negociar con ellos sus objetivos. La presión a la Abogacía del Estado para prescindir del delito de rebelión y meterse a interpretar el de sedición (cuando sólo debería entrar en el de malversación, ya que su tarea es defender los bienes materiales del Estado) supone un ataque indirecto a la Fiscalía y un ataque directísimo al Tribunal Supremo, ya iniciado por la amiga de Garzón y Villarejo que aún okupa el Ministerio de Justicia por facilitar que Sánchez okupe la Moncloa.
El Gobierno y la Alta Traición contra España
El Gobierno está además cometiendo un acto de alta traición, contra España como Estado y la nación que la sustenta, atacando a su soberanía en el ámbito judicial y asumiendo los argumentos golpistas esgrimidos por los tribunales alemanes o belgas en abierto menoscabo de la Justicia Española. Sánchez y su Consejo de ministros deberían ser juzgados, y lo serán si sus trabajos finalmente conducen a la ruptura violenta del orden constitucional, por atacar a España en el ámbito europeo e internacional, para mantenerse en el Poder y desde él acometer la demolición del Estado con los golpistas.
Como ha dicho Arcadi Espada, el indulto al golpismo ha comenzado. En realidad, la sumisión de la Abogacía, la presión a la Fiscalía y la burla al Supremo son actos perpetrados desde un acto continuado de prevaricación. Por eso mismo, no debería continuar la relativa inacción y, sobre todo, la desunión de los partidos que defienden a nuestra nación y su Constitución: Ciudadanos, PP y VOX. Urge una moción de censura pedagógica, no para ocupar la Moncloa sino para explicar a los ciudadanos desde las Cortes la gravedad de la situación nacional por culpa de Sánchez, Iglesias y demás. Lógicamente, con el compromiso de convocar, no como el traidor okupa, elecciones generales inmediatas y formar un Gobierno que actúe contra el Golpe de Estado y no a favor. No todos los golpistas están en el banquillo. Pero habrá que sentarlos a todos, o el Golpe, definitivamente, triunfará.