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Federico Jiménez Losantos

La España Vaciada no tiene lengua

La discriminación del español es el arma de destrucción de España, y los que más la sufren son los de la España Vaciada.

La discriminación del español es el arma de destrucción de España, y los que más la sufren son los de la España Vaciada.
Manifestación de la España vaciada | EFE

En las muchas siglas y referencias provinciales, comarcales o locales que conforman ese Frankenstein Chico que es la llamada España Vaciada, creado para reforzar el Frankenstein Grande de Sánchez, los comunistas de género, la ETA y los golpistas catalanes, falta algo: no tiene lengua. Se dirá que Teruel Existe, Soria ya, Cuenca ahora, Jaén sí, Milana Bonita y demás proyectos de escaño comparten una lengua común que es el español. Pues no. No hay reivindicaciones lingüísticas entre tantísimo partido, partida o partide. Se ve que la defensa de lenguas de cultura marginadas, como la fabla o el bable, tiene ya abogados en los grandes partidos de izquierdas o desertores de derechas, como Foro Asturias. Pero la mayor desposesión de los millones de ciudadanos que migraron a otras partes de España, que es la de su lengua para escolarizarse o cualquier uso público, no es ni siquiera nombrada como lazo común. ¿Y por qué? Porque esa reivindicación los uniría a Vox e impediría la alianza básica del PSOE con los separatistas.

Campo Vidal y el "lobby" cantonal

Según un excelente informe de Voz Pópuli, Manuel Campo Vidal es el organizador de este tinglado a través de su "Next Generation Bussiness School", en inglés, que es la lengua franca de la España Vaciada. En ella ha creado una cátedra de despoblación y, sobre todo, una red de periodistas rurales que replican todas las informaciones que hablan sobre este asunto, dándole una dimensión mayor que la que tiene, pero que funciona bien.

Cuando Manuel Campo Vidal, se llamaba Manuel J. Campo publicó "Simplemente María y su repercusión en las clases trabajadoras" (Editorial Avance) versión cientificista del "Cómo leer al Pato Donald", del chileno Ariel Dorfman, comunista a quien conocí en Canarias, camino de Alemania Oriental y negándose a firmar la carta para la liberación de Heberto Padilla. Campo nunca se preocupó por el vaciamiento lingüístico de los 400.000 aragoneses afincados en Cataluña. Al revés, siempre defendió la inmersión, es decir, la privación de derechos civiles de sus paisanos. En "Andalán", la revista de Eloy Fernández Clemente y Labordeta, cuando yo saqué "Lo que queda de España", le hicieron una entrevista en que aparecía como modelo de joven progresista perfectamente integrado en Cataluña. Y decía que, de vez en cuando, volvía a su pueblo (Camporrells, reclamado por los Països Catalans) para, creo recordar exactamente, "practicar el aragonesismo".

Se me quedó grabado el grotesco aragonesismo, burda parodia del catalanismo que la Izquierda practicaba a tiempo completo, llamando lerrouxistas o directamente franquistas a los que reivindicábamos el derecho a estudiar en español. Cataluña fue el laboratorio de anulación de derechos civiles de los españoles, y los cobayas han sido los hijos de inmigrantes que debían vaciarse de su fardo lingüístico para llenarse de catalán, la única lengua legítima. No se encontrará una palabra de Campo criticando ese vaciado cultural. Su impostado academicismo, como el de su Academia de Televisión, vio en el club de los aspirantes a Revilla un nicho de negocio. Y lo explota con indudable éxito. Pero lo que sigue practicando es un activismo superficialmente ruralista y profundamente antiespañol.

El revillismo, ruralismo para progres

En realidad, el revillismo es la negación del agravio que hoy siente el español de fondo, aislado en su provincia, en su pueblo sin banda ancha o sin posibilidad de prosperar, aunque en la tele se presente con chascarrillos pueblerinos y humor entre baturro y flamenco, para disfrute del espectador de ciudad, contento de no ser ya un revilla o al que le hace gracia el abuelo. Al exhibir de forma humorística su atraso, su zafiedad y sus palabrotas, lo que acepta es la justicia de su marginación, lo irremediable de su atraso. Y cuando se presenta como indignado, recibe una comprensión de limosna, la caridad de una propina generosa, pero sin precio justo ni oportunidad real.

Quejarse de que en el interior de España vive menos gente que en la costa es absurdo. Lamentar que la gente prefiera vivir en las capitales con buenos servicios en vez de disfrutar del simpático villorrio sin médico es un insulto a la inteligencia y una ofensa a la libertad civil de los españoles, que deberían poder establecerse donde les pareciera sin dar explicaciones. Por desgracia, eso ya no es así. De esa España Vaciada, que ha contribuido lealmente y en la medida de sus posibilidades a la prosperidad nacional, ya no se puede ir a cualquier parte de España, a vivir y a abrir un negocio, sin pasar toda clase de fielatos, lingüísticos y administrativos.

Los progres que defienden los derechos de los africanos a instalarse en nuestro país, incluso ilegalmente, olvidan a los españoles que querían vivir en regiones bilingües conservando su lengua para escolarizar a sus hijos. La discriminación del español es el arma de destrucción de España, y los que más la sufren son los de la España Vaciada. ¿Por qué no defienden los derechos de sus paisanos estos adalides de la repoblación del campo abandonado, tan preocupados por los trenes? Todos los partidos de la E.V. pide mejores comunicaciones. ¿Y no anima a dejar el pueblo por la ciudad?

El culto al campo, cosa de la Corte

No se puede presumir de vivir mejor y quejarse de no poder vivir. Sin embargo, se trata de una queja viejísima. En 1539, Antonio de Guevara publicó en Valladolid su Menosprecio de corte y alabanza de aldea, donde un cortesano lamenta haber pasado su vida pretendiendo cargos en vano. Si no hubiera sido en vano, tal vez no lo lamentaría tanto ni vería tan sensato volverse a los límites de la aldea. Fray Luis de León lo expresó mejor en su Oda a la vida Retirada, melancólica negación de su propia vida, luminosa como pocas y desafortunada como tantas. Recordemos algunas estrofas:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

……

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

……

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

….

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

…..

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. (…)

Por supuesto, los horacianos versos fueron escritos en la mala época de Fray Luis, uno de nuestros intelectuales más ambiciosos, que acabó en la cárcel por las intrigas de otras órdenes frailunas. Al más importante de todos, Juan de Mariana, lo encarceló el valido de Felipe III por criticar la inflación en su admirable, certerísimo tratado Sobre la moneda de vellón. Pero ni uno ni otro se retiraron al hortus amoenus. Uno volvió a sus clases y otro, ya anciano, a escribir lo que las fuerzas y la orden le permitieron. Ninguno quiso ser pastor ni dedicarse a tocar el laúd. Era sólo literatura.

Revilla y Guitarte, ni Cincinato ni Washington

Retirarse a la esfera privada huyendo del tráfago de la vida pública es una tradición de honradez y austeridad cívica, nada que ver con los revillas y guitartes, que son cortesanos advenedizos, cazasueldos y trincapempleos. El ejemplo romano es Cincinato, al que la República encargó acabar con el desorden público, mediante leyes que lo convertieron en dictador dos años. Lo hizo muy bien, y al cumplirse exactamente el tiempo que le habían dado para remediar los males de la república, se volvió a su campo y a su arado. Ese modelo de civilidad hizo que varias ciudades se llamasen Cincinatti y dio nombre a los Cincinatos, conspiradores liberales. George Washington, al terminar su segundo mandato, se volvió en carreta a su granja, despedido por miles de compatriotas que agitaban pañuelos a lo largo del camino. Mary Higgins Clark lo cuenta en su emocionante Viaje en Invierno. Y el ejemplo del primer presidente fue seguido hasta que Roosevelt rompió la tradición no escrita de limitar el poder a dos mandatos. Tras esa prueba de ambición desmedida, se volvió al cincinatismo, pero por ley, no por virtud.

Los guitartes de la España Vaciada no tienen granjas sino granjerías. No buscan mejorar desde su serrería el sector maderero, ni desde sus bares el sector turístico. Son políticos de aluvión, rebotados de partido, que han encontrado en el agravio y el rencor una ideología que produce sueldos. Pero el efecto en el sistema representativo español es demoledor. Ya no representan a la nación, sino a la región, a la provincia, a lo local, que tiene su propio ámbito de representación. Son alcaldes con ínfulas de ministros. Imitan al patán cántabro o al caradura valenciano de Cutanda, pero usan la misma técnica de los que quieren trocear España. Yo creeré en la honradez de los vaciados que apoyen Hablamos español. Si no, es que son lacayos de Sánchez, de los comunistas de Caracas, de la ETA y del separatismo catalán. Con el agravante de valerse de los desvalidos, los muy rufianes.

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