La designación de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida como candidatos del PP para la Comunidad y la alcaldía de Madrid tiene una importancia que va más allá del resultado electoral que puedan obtener, fatalmente lastrado por las siglas bajo las que se presentan y que ya no son las de la buena gestión del PP aznarista y aguirrista sino las de la traición del partido de Rajoy y Soraya a sus votantes y a la nación española en su peor trance, que ha sido y seguirá siendo el golpe de Estado en Cataluña.
El gran cambio en la opinión pública, bandazo o resurrección, se produjo ante ese golpe separatista y ante la pavorosa incompetencia del Gobierno y de la Oposición para afrontarlo. Lo que logró el formidable discurso del Rey fue dar a la nación abandonada por su clase política un cauce institucional en que verter ordenada y jubilosamente su indignación. El fenómeno de Vox tiene por eso un carácter social más que ideológico, si bien la dictadura ideológica de la izquierda, siempre afín al separatismo, es el primer frente en que se libra la batalla por la supervivencia de la nación y el orden constitucional, que son lo mismo, aunque muchos no lo entiendan.
Vox en el presente y el PP en el futuro
El nacimiento de Vox y el cambio de liderazgo en el PP obedecen a una misma necesidad en la Derecha, cuya base social, despreciada por sus políticos, siente lo nacional español como rasgo ideológico esencial, junto a la propiedad, la libertad individual, la igualdad ante la Ley, la familia y la tradición, incluida la católica, no como confesión religiosa sino como parte de una milenaria civilización, propiedad de todos los españoles, que tanto hicieron por ella a lo largo de los siglos. Y que la Izquierda quiere destruir.
Es muy acertado el lema de Abascal: "Vox no es de extrema derecha sino de extrema necesidad". Pero esa necesidad no la sienten sólo los que crearon o han empezado a votar a Vox sino cuantos se sienten humillados viendo a la nación en peligro y a la legalidad en almoneda, y que aún no han decidido cómo organizarse en el futuro inmediato para defenderlas. Y ese futuro va más allá del presente que, como urgencia, representa VOX. Atañe a cuantos quieran organizar no sólo una respuesta al Golpe y a la traición de la Izquierda, sino una alternativa que la derrote en las urnas. Y el escaparate de esa lucha política a muerte era, debía ser y será Madrid.
Vox se adelantó a esa necesidad y ocupará un lugar clave en el inmediato presente. El PP de Casado está dispuesto a no perder el tren del futuro, el de un movimiento político que, como decía antes, empezó con el golpe de estado en Cataluña y que sólo terminará, si termina, cuando los españoles lo vean realmente destruido, si es que llegan a verlo. Han sido tantas las negligencias, cobardías, complicidades o directamente traiciones de los distintos gobiernos de Madrid desde el comienzo de la democracia, que recuperar una estructura de Estado que se sustente en una nación de ciudadanos libres e iguales costará mucho tiempo y mucho esfuerzo, si se sabe humildemente encauzarlo. Si no, el desguace de España, continuará.
Una infernal carrera de obstáculos
Hoy por hoy, la Izquierda y el separatismo tienen más medios que la derecha. No más base social, ni más fuerza, ni más razón, ni más ideas, ni talento, pero sí muchos más medios materiales: el duopolio televisivo, el triopolio radiofónico, los canales públicos separatistas o socialcomunistas de radio y televisión y los casi infinitos medios materiales de los que usa y abusa el poder político en el gobierno central, autonomías y ayuntamientos. Frente a eso no basta un partido de votos sin cuadros, como Vox. Tampoco un partido de cuadros en sequía de votos, como el PP. Es necesario tener una estrategia común que, sea cual sea el resultado de Mayo, garantice una continuidad política en la defensa de la Nación y del orden Constitucional.
Y ese me parece el sentido último de la elección de Casado: pensar en un futuro que el PP sólo puede afrontar con VOX, porque Ciudadanos ha mostrado con absoluta claridad que su estrategia se dirige a la izquierda. Pactará con la Derecha si no tiene más remedio, así que la mejor forma de tratarlo es reforzar ideológica y políticamente la base política común, sin caer en la tentación de pelearse, ni siquiera fraternalmente. La gran mayoría de sus votantes lo son contra la izquierda y seguirán al que ayude a echarla del poder, no a pactar con ella un desalojo parcial o el reparto del pastel, aspiración del partido de Rivera, para chasco de los muchos que le votamos creyéndolo una alternativa sincera a la Izquierda y sus socios nacionalistas, nunca un centrismo de ocasión semejante al de Rajoy, basado en la eterna ficción de un PSOE con sentido nacional y responsabilidad institucional, que jamás existió con González ni con Rubalcaba, menos aún con Sánchez.
El mito del consenso y la ficción del PSOE bueno
La apelación al consenso, raíz inconfesada del centrismo desde 1977, no nace de la preocupación ante dos extremos violentos, sino del miedo de la Derecha a quedarse sola en la defensa de unos valores en los que no cree. Mientras duró el miedo al Ejército (hasta 1986) o a que el PP se cargara el inmenso tinglado prisaico-felipista (hasta 1998), o a que el PSOE privara al PP de Rajoy de cualquier posibilidad de acceso al Poder (de 2008 a 2011), el consenso tuvo, como fórmula de alternancia pacífica en el Poder, una base psicológica clara y cierta razón de ser real. Pero desde el 11M de 2004 y la liquidación de la Transición a la democracia por ZP y los nacionalistas, la Derecha se vio sola en la defensa del régimen constitucional; y se asustó.
No lo estaba. UPyD y Ciudadanos, despreciados por pequeños, eran o podrían haber sido socios leales a la causa nacional, si la mezquindad de Rajoy les hubiera dejado. Pero ese PP muerto y enterrado, aunque partes de su cadáver ambulen como zombis como aún pertenecieran al mundo de los vivos, prefirió la acostumbrada complicidad delictuosa con el PSOE y los nacionalistas. Y ese es el PP que murió de consenso con el Golpe catalán.
Las autonomías, obstáculo al Estado de Derecho
El adelanto electoral en vez de la aplicación del 155, tan jaleado por el PSOE, Cs y casi todos los medios de comunicación, fue el epitafio a la nonata intervención del Estado contra los infinitos desafueros de ámbito autonómico. Pero sigue pendiente y esa es la razón del éxito de Vox al pedir la supresión de las autonomías: que se han demostrado un obstáculo infranqueable para el funcionamiento del Estado de Derecho.
La tribu opinatriz llama anticonstitucionales precisamente a los que quieren remover el gran obstáculo para que funcione la Constitución. Pero la opinión pública sensible a la igualdad de los españoles ante la Ley no lo verá así. Sólo sería innecesario suprimir las autonomías si se acometiera de manera urgente la recuperación de competencias esenciales por el Estado. Da risa ver a Cs pedir a Vox religioso respeto al Estado de las Autonomías y, a la vez, que se aplique sine die el 155 en Cataluña, prueba de su fracaso. Si se cumpliera la Constitución, habría que imponerlo en cinco autonomías ya: Cataluña, Baleares, la Comunidad Valenciana, Navarra y el País Vasco. ¿Sería eso cargarse el Estado de las Autonomías? No. Sería impedir que las caciquiles y abusivas competencias autonómicas se carguen al Estado.
La importancia de la lucha contra la LIVG
Hay otro terreno en el que necesariamente el PP debería aliarse con Vox: la derogación de leyes tan radicalmente contrarias a la Constitución como la de Violencia de Género y la de Memoria Histórica. Discriminar por sexos a las personas, aunque lo digan las Cortes y lo trague el TC, es incompatible con la libertad y la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. Se trata del caso más abyecto de ingeniería social totalitaria en toda Europa. Y si sólo Vox se opone a monstruosidades como la reciente sentencia del Supremo condenando por un delito que es pura construcción ideológica, sin mediar denuncia y en contra del juez natural, en este caso la Audiencia de Zaragoza, a dos penas distintas, el doble para el hombre que para la mujer, por un mismo delito, el voto a Vox y no sólo de la derecha será abrumador.
Si el PP, que, aquejado de la misma cobardía mediática de Cs, tragó la barbarie de las leyes de Memoria Histórica y Discriminación de Género, no comparte su revisión, que es el camino para la derogación, ya pueden hacer campaña los medios izquierdistas y centristas, que el PP se hundirá. La reconstitución de la Derecha, no su mera reconstrucción, porque desde la liquidación del PP por Rajoy han pasado demasiadas cosas que exigen un edificio de nueva planta, precisa una reconsideración de todas las leyes que en aras de un consenso que, en la práctica, se ha limitado a seguir a la Izquierda en sus planes de demolición de los valores liberales y nacionales, son hoy un muro infranqueable para las libertades y el Estado de Derecho.
Y el Derecho no es lo que digan las leyes que votan los políticos ni lo que interpretan los jueces, a veces con tan criminal arbitrariedad como en el caso de la tortura judicial a Zaplana. El Derecho debe ser la garantía de la libertad individual, de la propiedad, de la seguridad personal y de un modelo de sociedad en el que cada uno pueda desarrollar su proyecto vital. Lo que estamos viviendo en España es un atropello a todo eso. Y sólo una reconstitución de la Derecha que intente recuperar el sentido primigenio de la transición a la Democracia hace cuatro décadas puede impedir su éxito.
Si en el futuro el PP de Casado y Vox forjaran esa fuerza nacional, liberal y democrática, es posible que Ciudadanos cambiara su postura, que cambiar se ha convertido en su ideología. Y no es técnicamente imposible que una parte del socialismo hiciera lo mismo. No lo creo, pero pudiera ser. En todo caso, lo que hay que hacer para salvar la Nación y la Constitución no puede esperar a consensos ni a unanimidades. Ante la invasión de una fuerza superior, como Napoleón en 1808, se impone la guerra de guerrillas. Si Inés Arrimadas renuncia a ser Agustina de Aragón, Isabel Díaz Ayuso la puede reemplazar con ventaja. Y Martínez Almeida, a fuer de colchonero, está acostumbrado a las penalidades. Hay que ver si el PP aguanta el tirón, porque los demás partidos y casi todos los medios lo van a tironear una barbaridad. Pero no hay alternativa: otra rendición supondría su extinción.