Tras perder todas las grandes capitales españolas –con la única excepción de Málaga y por limosna de los erráticos Ciudadanos-, que en varios casos gobernaba desde hacía dos décadas –Madrid. Valencia, Cádiz, Valladolid- nadie ha dimitido en el PP. Ni el Presidente del partido, ni la Secretaria General, ni los jefes de la campaña electoral, ni los portavoces, ni un solo responsable de la mayor debacle sufrida en sus 35 años de historia. Nadie.
Si nadie dimite ni es destituido después de cosechar el peor resultado de la historia del partido, que además no llega por sorpresa porque ha sido precedido del soberbio batacazo en las europeas y la catástrofe absoluta en las andaluzas, cabe preguntarse si el propósito de Rajoy era precisamente éste: acabar con el poder territorial del PP para que sólo quedase él como referencia de la derecha española. Y la respuesta sólo puede ser una: sí. El proyecto que no cabe denominar suicida, porque él no pensaba morir, sino criminal porque pensaba matar y enterrar a su partido quedó claro desde el primer año de Gobierno, cuando con Montoro como ariete declaró la guerra a la Comunidad de Madrid, espejo de buena administración y prosperidad en la ruinosa economía española, último baluarte del PP de Aznar, que no a otro se intentaba abatir atacando a Esperanza Aguirre e Ignacio González.
No ha habido reformas sino más zapaterismo
Algunos lo dijimos a comienzos de 2012. No cabía otra explicación racional a la brutal subida de impuestos justo en vísperas de las elecciones andaluzas, a la subvención del separatismo catalán a través del Fondo de Liquidez Autonómica y a la guerra sucia contra la Comunidad de Madrid. Estaba claro, aunque muchos no quisieran verlo, que el Gobierno pensaba sobrevivir a costa del Partido. Pero, como bien ha explicado Lasquetty en Libertad Digital esta semana, no por emprender reformas impopulares que la crisis heredada hacía necesarias, sino por un proyecto de simple y artera supervivencia política del Presidente y su camarilla, encabezada por la hashisina Soraya y rematada por la hashisina Cospedal.
Ni una sola de las reformas que pedía Europa y necesitaba España se ha hecho. Y ninguna de ellas ponía en peligro la supervivencia política del PP, sino al contrario: reducir el gasto público, bajar los impuestos, limitar las atribuciones de las 17 taifas autonómicas, garantizar la independencia judicial como primera medida de lucha contra la corrupción, cambiar la ley electoral y ampliar el pluralismo informativo eran medidas necesarias para que la sociedad española respirase tras el guerracivilismo programado de los siete años ruinosos de Zapatero, pero también para que el PP rehiciera de forma estable y no accidental su relación representativa con la Nación. Es decir, para que la mayoría absoluta de Noviembre de 2011 no fuese el fruto de la cosecha siniestra del socialismo zapaterino sino el resultado de la reorganización de un partido que en 2008 había abdicado de todo lo que había defendido hasta entonces pero que no podría sobrevivir a la sumisión de 700.000 militantes a la ambición personal de uno solo: Mariano Rajoy.
No me extenderé en lo que está a la vista: Rajoy ha protagonizado en materia fiscal, de política con respecto a la ETA y al separatismo catalán o a la independencia judicial la tercera legislatura de Zapatero, más sectario aún que el del PSOE. Además ha protegido descaradamente los imperios mediáticos de ambos, salvando a PRISA y a la Sexta, mientras echaba a Pedro Jota de El Mundo, trituraba a Intereconomía o combatía a esRadio. El resultado es que en estos tres años y medio la relación de la Derecha política con su base social apenas ha existido, porque no es costumbre del votante del PP vivir, como los ministros de Rajoy, instalados en la SER. No es que el Gobierno del PP "no haya comunicado bien sus reformas", como dice, sino que no ha hecho las reformas que debía y se ha empeñado en que toda la comunicación audiovisual estuviera en manos de la Izquierda. Sólo así, con la demagogia anticapitalista y antiespañola más descarada instalada en las televisiones, puede explicarse que Madrid, Barcelona y Valencia, las tres primeras ciudades españolas, estén en manos de grupos comunistas y antisistema que en ningún país europeo gobiernan una sola de sus capitales.
Gracias a Ciudadanos es posible refundar del PP
¿Ha muerto, entonces, el PP? ¿Desaparecerá como UCD, víctima de sus complejos, falta de liderazgo e incomunicación con su base social? Hace tres semanas, todo apuntaba en esa dirección, porque los planes de Mariano no han variado y se reducen a uno solo: la continuidad de Rajoy. Sin embargo, la ridícula, sectaria y maricomplejinada política de pactos de Albert Rivera, especialmente su rendición incondicional al PSOE andaluz mientras se hacía el estrecho y el borde con el PP de Madrid, han logrado quizás que lo que hasta hace poco parecía mero ensueño de los críticos del PP, como Cayetana Álvarez de Toledo o Fernández-Lasquetty, que apuestan por una renovación interna del partido, por el PP después de Rajoy, sea una posibilidad real de perfilar su alternativa.
En definitiva, y por eso en este PP destruido no dimite nadie, Rajoy ha logrado lo que buscaba: presentarse en las Generales de Noviembre –o de Septiembre, depende de Mas- como única alternativa fiable en el centro derecha frente a una izquierda dominada por Podemos, cuya presencia será tan aparatosamente visible como temible en los próximos meses. Pero tanto si Rajoy gana las elecciones y pierde el Gobierno, que lo perderá, como si pierde las elecciones y se encamina al basurero de la Historia, puede haber llegado la hora de refundar con éxito el partido. En realidad, será el milagro de carambola de San Albert Rivera, que hizo el prodigio sin pretenderlo.