En materia económica, Zapatero no ha hecho absolutamente nada para preparar a España para la crisis, que ya empezamos a notar en nuestros bolsillos. En la arena internacional, ha preferido forjar amistades con el autoritarismo y con el totalitarismo hereditario. En lo territorial, ha abrazado, simple y llanamente, el programa de los partidos separatistas.
En este artículo nos concentraremos en la política exterior. Demostraremos que no hay "motivos para creer"; más que nada porque, los hechos cantan, no tenemos agenda exterior.
Un voluntarioso pero incauto lector del programa del PSOE puede correr el riesgo de quedar hipnotizado por las vacuas palabras del talantosísimo presidente. El entendimiento, la paz, el respeto, ganar peso en Europa...: la grandilocuencia de tales conceptos nos dejan a priori un aroma dulce, perfecto para poder disfrutar de este nuevo periodo de esplendor hispánico que el seductor Zapatero pretende haber inaugurado. Pero nada más lejos de la realidad: las palabras se han quedado en mera retórica hueca, las iniciativas serias no han existido y las ocurrencias no han arrojado un solo resultado positivo. La actividad exterior de ZP se ha limitado básicamente a la Alianza de Civilizaciones, a un supuesto contrato con la Madre Naturaleza (o la Pachamama, si recurrimos al quechua) y a aquel eslogan electoral de la "vuelta" al "corazón" de Europa.
Ésta ha sido la legislatura de la ruptura en política internacional (también en el terreno doméstico). Ruptura, en definitiva, con todo lo que era de sentido común. En estos cuatro años, el Gobierno no ha elaborado estrategia alguna de política exterior. ¡Pero cómo iba a hacerlo, si no sabe qué es España! Zapatero ha sometido los conceptos básicos de la política internacional a las reglas del relativismo viscoso propio de su pensamiento. "¡Como sea!". No ha habido ideas, proyectos, estrategia ni visión, todo ha dependido del marketing. De la venta de humo.
Claro, que si uno piensa que la "geopolítica ha situado [a España] en una línea central del tablero internacional", según se lee en el programa electoral socialista, es muy difícil salir del túnel. La verdad es que semejante afirmación merecería un capítulo propio en Educación para la Ciudadanía. Pero, aun a riesgo de parecer demasiado atrevidos, nos aventuraremos a hacer una traducción libre al español coloquial. Sería algo así como: "La situación de España en el mundo depende del orden cósmico". Y es que para el virtuosísimo presidente y para los socialistas siempre ha habido, a lo largo de estos cuatro años, algún factor externo, algo incontrolable y con vida propia, que les ha forzado a renunciar a la defensa de los intereses de los españoles en aras de un supuesto bien mayor. Pensemos, por ejemplo, en la UE, considerada como una entidad abstracta, como un ser animado con voluntad propia, diferente a la de sus componentes.
Hemos perdido el prestigio que habíamos obtenido, especialmente durante los Gobiernos de Aznar. Un prestigio forjado, simple y llanamente, en el cumplimiento de los compromisos adquiridos y en el trabajo bien hecho. Desgraciadamente, desde el momento en que Zapatero aceptó el nuevo sistema de voto en el Consejo (finalmente incluido en el Tratado de Lisboa), fue evidente para el resto de países miembro de la UE que su Gobierno renunciaba a desempeñar un papel decisivo en Europa.
En el plano internacional, Zapatero ha vivido en ese estado de autismo propio del que desconoce la realidad exterior. Y ha tratado de inventar una fórmula magistral capaz de ocultar su falta de relevancia. Hablamos de su proyecto estrella, la Alianza de Civilizaciones, que sólo ha servido para que España haya dejado de ser un interlocutor fiable e indispensable para sus socios, principalmente los europeos.
Ni la mayor de las cumbres de la Alianza podrá ocultar el fracaso europeo del presidente. Nada ocultará su descalabro con los fondos europeos, que cedió a cambio de una foto, ¡ay, las malditas fotos de ZP! En sólo un periodo financiero, España se va a convertir en contribuyente neto, con lo que perderá prácticamente todos los fondos. A esta ruina se le han unido otros sonados fiascos, como ese novedosísimo Plan de Paz para Oriente Medio que ni siquiera se consultó con las partes implicadas. El mismísimo Solana dijo que no había nada nuevo en él, y la UE ni siquiera lo consideró seriamente.
¿Y qué decir de la orgullosa afirmación zapaterina de que se ha puesto la inmigración en la agenda de la UE? ¡Faltaría más! ZP regularizó a más de 700.000 inmigrantes ilegales, con lo que levantó las iras de todos sus socios europeos. De hecho, reaccionaron con el establecimiento de un mecanismo de consulta previa al que se llama ya "mecanismo Zapatero".
Sin embargo, la peor y sin duda más mezquina de las iniciativas del PSOE fue la de llevar al Parlamento Europeo la agenda de Batasuna, sólo para tratar de aislar al PP. El tiro le salió por la culata, y el precio que hemos pagado por ello ha sido muy alto, porque en ese momento España perdió el poco crédito que le quedaba y proporcionó un megáfono a los terroristas.
Todos estos naufragios son producto del analfabetismo europeo e internacional del presidente del Gobierno y de su ministro de Asuntos Exteriores (o, como dicen las malas lenguas, de Asuntos Estratosféricos). Y es que cuando uno va a Europa pensado que va a un club social, lo normal, lo esperable, es que le quiten los fondos y de paso los votos, y, casi casi, la silla en la terraza de la cafetería a la que Zapatero es tan aficionado cuando acude al Consejo Europeo.
Europa ha sido el verdadero retrato de Dorian Gray de este Gobierno. Su hedonismo ha provocado el hundimiento de todas sus iniciativas. La belleza lírica del "volvemos al corazón de Europa" se ha demostrado un espejismo, y el tufo a fiasco precede a cada una de las ocurrencias de ZP.
La situación es verdaderamente preocupante. Sin prestigio, sin ideas y sin ganas, a España le esperan tiempos muy duros en Europa si no cambia, al menos, la aproximación. Y es aquí donde el partido de la oposición debe desempeñar un papel fundamental. Ha de poner un poco de sentido común y desenmascarar la deriva aislacionista de Zapatero, y evitar los consensos con quienes no tienen una idea clara de lo que es España y del lugar que debemos ocupar en el mundo.
¿Cómo vamos a superar con éxito los retos de la globalización si nuestra voz es ignorada en la UE y en el mundo? No se trata de proclamarse europeísta a diestro y siniestro, porque ésa es la trampa en que ha caído ZP. Se trata de tener un proyecto sólido y de hacer propuestas concretas. Se trata de que no nos ignoren en las cumbres. Se trata de estar allí donde se tomen las decisiones y de ser fundamentales a la hora de tomarlas.
ZP ha roto con todo lo que se había conseguido. ZP es un orden nuevo, es la deconstrucción de lo conseguido. No se puede ir a ningún lado partiendo de su legado. El programa popular, aunque infinitamente mejor y más legible que el socialista, parece caer en las garras de la grandilocuencia zapateril. Con tanto consenso, tanto europeísmo y tanto compromiso con Europa, el resultado es un programa cauterizado en lo que a política exterior se refiere. Vaguedades sobre el Proceso de Barcelona, la UE y América Latina, una mención al Mercosur fuera de la realidad, nada del Acuerdo de Cotonou o los acuerdos de asociación económica con los países en desarrollo, y la Defensa casi no se menciona... Todas estas áreas, que en el fondo pasan por la UE, se quedan en nada.
Del documento popular se desprende un cierto temor a adoptar posiciones claras. Pareciera que no se está por la labor de asumir una posición influyente en Europa. El consenso está bien, pero no será viable sin consensos internos previos sobre la cuestión territorial. Se han cometido, a nuestro juicio, errores de aproximación, como la innecesaria afirmación de que la competencia en política exterior es exclusiva del Estado. Error, porque éste es el axioma de toda política exterior. O, por ejemplo, plantear las políticas de cambio climático en términos bélicos: eso es perder la batalla de antemano. Además, podría haber ofrecido más concreción en asuntos tan importantes como la lucha contra el terrorismo; proponiendo, por ejemplo, la creación de un Consejo Antiterrorista y de Seguridad Interna en el propio Consejo de la UE y que se dote de competencias más amplias al coordinador antiterrorista de la Unión.
Hay recuperar la valentía que se perdió cuando se aceptó la Constitución Europea (y ahora el Tratado de Lisboa). Hay que hacer propuestas valientes que apuesten por situar a España como referente en el seno de la UE y en el mundo, y tener presente que si no contamos en Europa no contamos en el mundo.
La única alternativa de gobierno que tiene España no puede caer en la trampa del europeísmo fácil. Hay que manifestar sin miedo insatisfacción con el marco institucional del Tratado de Lisboa, que ha dejado a España en posición de desventaja en el Consejo, mientras que todos los países grandes han aumentado su poder. Hay que diseñar una estrategia de alianzas en el seno de la UE que vaya más allá de la Europa occidental (y continental), para evitar que la Unión de dos velocidades se consagre por la vía del voto.
Es ineludible plantear la reforma del Parlamento Europeo, por donde pasará casi toda la legislación europea, que carece de existen mecanismos de responsabilidad. Y, por lo que hace a América, no podemos caer en la tentación de la política del "pájaro en mano" con Cuba, Venezuela o Bolivia, sino volver a llevar a la Unión a la firmeza frente al totalitarismo y la falta de respeto por los Derechos Humanos. Podemos volver a basar nuestro prestigio en el cumplimiento de la letra y el espíritu de la legislación europea, de las posiciones comunes y de los valores que inspiran nuestra integración, y a la vez defender sin complejos nuestros intereses ante las instituciones europeas.
Hay que tener las ideas claras. Saber que Europa, nos guste o no, dista mucho de ser la Casa de la Pradera. Que no hay voluntad europea más allá de la voluntad de sus Estados miembros. Que nuestros socios pretenden la defensa de sus intereses nacionales, y que es un honor y un orgullo defender los nuestros. Habrá veces en que nuestros socios no nos amen por decir lo que pensamos, pero seguro que nos tomarán en serio. Y los ciudadanos también.
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