Después de 46 años de dictadura castrista, están documentados más de 8.000 casos de fusilamientos, asesinatos extrajudiciales, muertes en prisión y "desaparecidos" políticos. Cerca de 10.000 cadáveres de cubanos que trataban de huir de la Isla descansan en el fondo del Estrecho de la Florida. Más de 300 presos de conciencia se consumen en las cárceles del país, y no se atisba gesto alguno de arrepentimiento o apertura en el régimen comunista.
Ciertamente, si nos limitáramos a observar la conducta del dictador no habría muchas razones para esperar una mejora en materia de Derechos Humanos. Sin embargo, sí había razones para confiar en que la sociedad civil cubana pudiera encontrar un camino hacia la libertad.
Durante los últimos años Cuba había sido escenario de un verdadero esplendor de la sociedad civil, que, a pesar de la feroz represión, estaba dando signos de estar creando un sustrato –más numeroso y fuerte que el que había en muchos países de Europa del Este– sobre el que sustentar un cambio pacífico e inesperado, protagonizado por los propios cubanos. Castro lo sabía, y tenía que apagar el fuego antes de que fuera demasiado tarde.
Por eso, repentinamente, de un zarpazo decidió encarcelar a la mayor parte de los líderes de ese movimiento. Sin embargo, la oleada represiva no pasó inadvertida. Esos demócratas recibieron un apoyo y un reconocimiento internacional sin precedentes, lo que les proporcionó una visibilidad que, en cierta medida, les protegía –no se produjeron más encarcelamientos–, les dignificaba y, sobre todo, les proporcionaba una dosis continua de apoyo moral.
Castro se equivocó. Lo sabía. Y encontró en el entrante Gobierno de Zapatero un perfecto aliado para acabar con ese apoyo, que tanto daño estaba produciendo a su régimen.
Zapatero podía haber escuchado a sus compañeros de partido que, conociendo lo que supone el apoyo internacional cuando una formación está abocada a la clandestinidad, defendían (en privado) continuar con una política de apoyo a los demócratas cubanos. Socialistas, monárquicos, liberales y democristianos han sostenido que, sin ese apoyo internacional, la transición española, probablemente, se hubiera retrasado.
El presidente prefirió apostar por lo más difícil. Su confianza en el diálogo, y en sí mismo, le llevó a pensar que convencería al longevo dictador caribeño. Como siempre, pagaron las víctimas. Y es que la coherencia del presidente del Gobierno en este sentido es impecable. Si en la política nacional el acercamiento del Gobierno al entorno de ETA ha acarreado un abandono de las víctimas, en la política hacia Cuba han sido los disidentes los grandes perjudicados. Negociar con Castro implicaba renunciar a apoyar a los demócratas. Zapatero aceptó el chantaje y, a través de un simbólico discurso del embajador de España en La Habana, traicionó a los demócratas.
¿Qué resultados se han logrado con este acercamiento de Zapatero al régimen de Fidel Castro?
Casi dos años después, los avances esperados por Zapatero no son sino bombas de humo lanzadas desde la Isla; bombas que han engañado sólo a Moratinos: unas excarcelaciones que, como advirtió el canciller Pérez Roque en España, son temporales y revocables en cualquier momento. Ahí están para demostrarlo las visitas que han recibido disidentes como Óscar Espinosa Chepe o Jorge Olivera Castillo.
Los informes sobre la situación de los Derechos Humanos en la Isla son meridianamente claros. Desde que el Gobierno español impulsara el cambio de política con el régimen de Fidel Castro, el número de presos de conciencia ha aumentado. Mientras con una mano Castro amagaba con liberar a algunos presos políticos –excarceló a una docena por motivos de salud–, con la otra encarcelaba a un número mayor, organizaba actos de repudio contra los disidentes e inventaba la figura penal de la "peligrosidad predelictiva", de la que se sirvió para meter entre rejas, en una auténtica operación de limpieza social, a más de 400 jóvenes.
El desprecio de Fidel Castro a la mano tendida por Zapatero no se reflejó sólo en su política de oídos sordos a las exigencias de liberación de los presos políticos, tampoco dudó en tratar de exterminar cualquier tipo de apoyo recibido por la oposición desde el exterior. Así, ha expulsado de Cuba a más de una docena de políticos, periodistas y activistas de Derechos Humanos procedentes de varios países europeos.
Zapatero ya no es nuevo. La reunión del Consejo que se celebrará esta misma semana supone una nueva oportunidad para que los demócratas volvamos a prestar nuestro apoyo a aquellos que desde Cuba abogan por un cambio pacífico hacia la democracia. Hay razones para la esperanza.
Matías Jove, director ejecutivo de la Asociación Española Cuba en Transición (AECT).