¿Recuerdan ustedes que los ilustrados defensores de tan sucinto documento decían que la Constitución tendría que ser ratificada por la unanimidad de sus miembros? ¿Recuerdan la amenaza con tintes catastrofistas de que no había un "Plan B" para sustituir el documento si no pasaba por el cedazo de los Veinticinco? Nada de esto era cierto: los federalistas habían preparado una salida disimulada, por si el pueblo no les obedecía. Se trata de la Declaración 30, por la cual el Consejo Europeo de Presidentes y Jefes de Gobierno podría tomar medidas para la puesta en marcha siquiera parcial del texto, en el caso de que cuatro quintas partes de los miembros lo hubieran aprobado.
Vayan, vayan al librito que el Gobierno español les repartió antes del referéndum de febrero: la dichosa Declaración 30 no está, porque nos la escamotearon a los votantes populares. He aquí otro rasgo del talante democrático de nuestros dueños y señores de Bruselas, que ahora querrán repetir todo referéndum negativo hasta el arrepentimiento de los recalcitrantes.
He sido y soy europeísta porque busco separar mi legítimo patriotismo del nacionalismo tribal. También he apoyado el proyecto europeo porque que lo veía como un camino (algo sinuoso) hacia la libertad económica y la apertura de los mercados nacionales al mundo. Ahora veo que no es posible llevar a toda Europa como un rebaño hacia una mundialización que muchos rechazan. Los Gobiernos nacionales, para no perder votos, han jugado con Bruselas al juego del policía bueno y el policía malo. Han echado la culpa de las duras medidas de reestructuración a la Comisión y del estricto equilibrio presupuestario a Maastricht y ahora se extrañan de que los votantes se vuelvan contra Europa.
Al final, tendré que agradecer a los retrógrados del "no" de Francia y de Holanda que hayan hundido la Constitución socializante y uniformizadora que nos proponían. Los redactores del proyecto de Constitución Europea buscaban aumentar el campo de las decisiones mayoritarias, crear nuevas autoridades comunitarias con poderes más amplios, extender una única moneda y un único sistema fiscal a todos los Estados miembro; en suma, ansiaban imponer un mismo modelo de socialismo de mercado a todos los miembros de la UE. Ante tanto afán centralizador, debemos alzar de nuevo el estandarte de la libre competencia entre países: los resultados evidenciarán cuál es el mejor modelo económico.
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