Uno de los elementos más sorprendentes para todos en esta campaña –y cuando digo "todos", digo "todos", desde la izquierda hasta la derecha, pasando por los liberales peruanos y extranjeros– fue el apoyo dado por ciertas personalidades a Humala en la segunda vuelta. Este nacionalista, que hace sólo cinco años apostaba por un discurso tan incendiario como el de Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, recibió el espaldarazo de personas tan reconocidas como Mario Vargas Llosa, Álvaro Vargas Llosa o el expresidente Alejandro Toledo. En el caso del Nobel, la sorpresa fue mayúscula, básicamente porque hasta hace pocos meses había rajado de Humala y no se cansa de denunciar la enorme responsabilidad de los nacionalismos en los grandes problemas de la humanidad. Finalmente, dejó de rajar y dio su visto bueno a Humala, probablemente empujado por ese antifujimorismo de buena parte de la población, que él comparte. Eso no significa tanto estar en contra de Keiko Fujimori como del fujimorismo, de lo que ha representado en estos veinte últimos años.
Sea como fuere, Mario Vargas Llosa no sólo subrayó el desastre que representaría una vuelta al fujimorismo, también habló del cambio experimentado por Humala en los últimos tiempos. En parecidos términos se ha expresado su hijo Álvaro, uno de los autores, junto a Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner, del Manual del perfecto idiota latinoamericano, un ensayo que todos deberíamos leer alguna vez. Lo extraño es que esa obra, publicada en 1996, describe a personajes muy similares a lo que podía ser Humala; especialmente el Humala de la campaña de 2006. Ahora, cinco años después, la cosa ha cambiado y los Vargas Llosa ven a una persona que ha cambiado radicalmente de discurso, que se ha alejado de los demonios chavistas, que defenderá la democracia y que, sobre todo, mantendrá el mismo ritmo económico en el Perú. Por el bien de los peruanos, ojalá no se hayan equivocado.
¿Qué tiene que saber Humala?
Después de una campaña tan polarizada como la que hemos tenido en el Perú, y en la que además nos hemos fragmentado en cinco facciones –humalistas, fujimoristas, antuhumalistas, antifujimoristas y los que votaron en blanco o viciado–, Ollanta Humala debería entender claramente lo que ha ocurrido. De ese 51,5% que logró en la segunda vuelta, una porción muy grande no le pertenece a él ni al nacionalismo de Gana Perú. Puede que ese 31,7% que obtuvo en la primera vuelta sea su voto duro, pero el resto no le ha extendido, ni mucho menos, un cheque en blanco.
Desde el mero día del recuento definitivo, buena parte de los propios votantes de Humala han advertido claramente al presidente electo de que su voto es un voto prestado, vigilante, de control. Son justamente éstos los que serán los más duros críticos del nuevo gobierno, en caso de que se aleje de las promesas hechas en la campaña de la segunda vuelta, en la que Humala se distanció de su plan de gobierno original, que levantaba muchas ampollas. La hoja de ruta que presentó después le ayudó a ganar las elecciones, y es ese documento el que muchos de sus electores le exigirán cumplir.
Por el momento, no parece que Humala vaya a cambiar de rumbo de nuevo. Se ha rodeado de un grupo de técnicos muy cualificados, muchos de los cuales fueron piezas fundamentales para el buen gobierno –al menos en materia económica– de Alejandro Toledo (2001-2006), cuyos pasos siguió Alan García, con los conocidos resultados positivos para el Perú. Además, se sabe que también se acompaña de asesores brasileños, supuestamente enviados por Lula da Silva, para que se acerque más al modelo que signó la presidencia de este último.
El primer momento clave de Humala –que la semana pasada comenzó en Brasil una gira por Latinoamérica– será el de la composición de su gabinete. Él mismo adelantó que se tratará de un gobierno de "concertación nacional", es decir, con personalidades independientes en puestos cruciales, como el de primer ministro o el de ministro de Economía. Eso sería un primer paso para calmar los ánimos y comenzar con buen pie.
La Bolsa de Lima saludó la elección de Humala con una estrepitosa caída, pero no tardó en recuperar la calma, lo cual ha contribuido al sosiego del ambiente postelectoral. La normalización ha llegado a tal punto, que incluso los que criticaban duramente a Humala hace sólo algunos días han visto con buenos ojos algunos de los pasos que está dando. La oposición, el mundo empresarial, todo el mundo es conciente de que hay que seguir apostando al crecimiento, pero que algo debe cambiar para evitar que en un país que ha llamado la atención en la arena internacional por sus cifras macroeconómicas sigan muriendo niños o ancianos por enfermedades fácilmente curables o de frío, como ocurre cada año en muchas regiones.
Lo deseable es que Humala sepa claramente cuál es su posición y, sobre todo, con quiénes tiene que contar para que el Perú mantenga sus niveles de crecimiento y siga atrayendo inversiones a la vez que atiende a quienes más lo necesitan. Esto no lo hicieron ni Fujimori, ni Toledo ni García. Los resultados están a la vista.
MARTÍN HIGUERAS HARE, corresponsal de LIBERTAD DIGITAL en Lima.