Ésta es la paradoja latinoamericana: la inclinación por la penuria y el atraso, aunque quizás buscando la dicha de la pobreza compartida. Mientras tanto, los demás pueblos subdesarrollados del mundo marchan hacia mejores niveles de vida, de la mano de la libertad económica y el Estado de Derecho.
El flamante presidente electo de Bolivia, Evo Morales, es un ejemplo de la paradoja latinoamericana. Anunció que cambiará el modelo económico liberal, como si alguna vez hubiera realmente existido en Bolivia. El líder indígena prometió legalizar la coca, derogar las reformas que liberalizaron la economía, nacionalizar el petróleo, el gas, la electricidad, las comunicaciones y los activos de las empresas, restringir el comercio y las leyes laborales y aplicar mayores impuestos a los ricos. En síntesis, desandar lo poco que Bolivia consiguió avanzar en el afán de convertirse en una nación seria, estable y próspera.
No existe un solo país que haya eliminado la pobreza y las desigualdades; menos aún, que haya progresado bajo un modelo socialista parecido al que promete Morales. Por el contrario, los países que más han progresado y liberado a sus pueblos de la escasez en las últimas décadas, como Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Irlanda, España y Chile, son los que más reformas liberales y privatizaciones hicieron, más protegieron los derechos de propiedad, más flexibilizaron sus leyes laborales, más abrieron sus fronteras al comercio, más desregularon sus economías y más bajaron los impuestos. Y no hay excepciones.
Los líderes de la izquierda latinoamericana desconocen que el socialismo radical (comunismo, fascismo, nacionalsocialismo o nazismo) ha fracasado en todas partes y épocas, hasta su derrumbe total con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, hace ya cinco lustros. El siglo XX, el más sangriento de la historia, no fue otra cosa que un gran experimento malogrado en modelos socialistas y fascistas. ¿Qué sentido tiene dar una vuelta más en el nefasto carrusel de colectivismo, estatismo, populismo, proteccionismo, que tanta penuria, opresión y muerte trajeron al mundo?
Es evidente la rabia y el hartazgo que sienten los pueblos por la indiferencia, inutilidad y corrupción de los partidos tradicionales y la clase política, que los ha conducido a elegir a un Chávez, un Morales y, próximamente, un Ollanta Humala en Perú, con arcaicos programas de gobiernos socialistas, demostradamente fracasados. No es fácil entender el voto boliviano a favor de un drástico cambio social, político, racial y económico, en un país que desde su independencia sufre la inestabilidad de un golpe militar anual, en promedio, y que en los últimos cinco años cambió cinco presidentes.
Nada positivo puede resultar del nuevo socialismo revolucionario que promueve Morales, sino más pobreza, atraso y sufrimiento para los bolivianos. El racismo apasionado podría ocasionar excesos, rencor y violencia social, al igual que el nacionalismo exacerbado podría causar conflictos con Chile y Paraguay, por la recuperación de territorios perdidos en guerras pasadas. La confiscación de los activos de empresas brasileñas, norteamericanas y europeas puede resultar en sanciones internacionales, y la liberalización de la coca en el auge del narcotráfico y el crimen.
La paradoja latinoamericana, que nos lleva a cometer los mismos errores una y otra vez, se alimenta en las malas políticas de los gobernantes, que esconden su estatismo y corrupción detrás de la moderna fachada de las reformas liberales. De este círculo vicioso de miseria no se podrá escapar si no se enseña a los pueblos el valor moral y económico del Estado de Derecho, las libertades económicas, la protección de la propiedad privada, el libre comercio y la estabilidad política. Para comenzar el arduo ascenso al desarrollo es preciso enterrar el inútil socialismo y promover la democracia liberal.
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