Son tres los principales reclamos que desde la sociedad civil se hacen hoy a los partidos políticos en Venezuela. En primer término, que cese la fragmentación y se atenúen las ambiciones personalistas de algunas de sus más descollantes figuras. En segundo lugar, un mayor interés por las ideas y propuestas a formaciones que parecieran menospreciar la renovación ideológica, así como una modernización de la oferta política. En tercer lugar, que traten a la ciudadanía como a adultos y no la engañen, disfrazando decepcionantes derrotas como espléndidas victorias.
Con relación a este punto, destaca la cada día más inadmisible tendencia de los partidos y de sus dirigentes a subordinarse en silencio a las tropelías electorales del régimen chavista, con la excusa de que denunciar los abusos del Consejo Nacional Electoral (CNE) constituye un estímulo a la abstención. Semejante postura pone de manifiesto un inequívoco desdén hacia la capacidad de las personas para comprender el entorno político y sus limitaciones.
Conviene recordar que los fenómenos abstencionistas de años recientes, por improductivos que hayan sido, han expresado convicciones del alma colectiva. En su momento, esos fenómenos revelaron el desencanto de la sociedad civil ante las divisiones de los partidos democráticos, que fueron incapaces en coyunturas cruciales de presentar un frente unido al electorado de oposición, con chance real de ganar amplios espacios ante la tramposa maquinaria del régimen. Los partidos, sus dirigentes y defensores a ultranza hablan como si tuviesen un derecho adquirido al apoyo de la gente; pierden de vista que tal respaldo no está garantizado por mandato divino, sino que hay que ganárselo transmitiendo un mensaje de unidad y confianza.
Los partidos venezolanos y sus dirigentes corren el riesgo de enajenarse de nuevo la voluntad del electorado democrático, a menos que ante los próximos desafíos logren, finalmente, armar un frente unido que ponga de manifiesto la decisión de colocar los intereses del país por encima de los fines particulares de las diversas organizaciones y de las aspiraciones estrictamente personales de sus líderes.
Estamos a tiempo de formular estas advertencias para que no se pierdan en el vacío. Más tarde, si las cosas marchan mal debido a la persistencia de las divisiones y el egoísmo, que no se quejen los defensores a ultranza de los partidos. El respaldo de la gente se conquista con unidad y desprendimiento, no con el triste espectáculo de un torneo de ambiciones estériles.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.
Con relación a este punto, destaca la cada día más inadmisible tendencia de los partidos y de sus dirigentes a subordinarse en silencio a las tropelías electorales del régimen chavista, con la excusa de que denunciar los abusos del Consejo Nacional Electoral (CNE) constituye un estímulo a la abstención. Semejante postura pone de manifiesto un inequívoco desdén hacia la capacidad de las personas para comprender el entorno político y sus limitaciones.
Conviene recordar que los fenómenos abstencionistas de años recientes, por improductivos que hayan sido, han expresado convicciones del alma colectiva. En su momento, esos fenómenos revelaron el desencanto de la sociedad civil ante las divisiones de los partidos democráticos, que fueron incapaces en coyunturas cruciales de presentar un frente unido al electorado de oposición, con chance real de ganar amplios espacios ante la tramposa maquinaria del régimen. Los partidos, sus dirigentes y defensores a ultranza hablan como si tuviesen un derecho adquirido al apoyo de la gente; pierden de vista que tal respaldo no está garantizado por mandato divino, sino que hay que ganárselo transmitiendo un mensaje de unidad y confianza.
Los partidos venezolanos y sus dirigentes corren el riesgo de enajenarse de nuevo la voluntad del electorado democrático, a menos que ante los próximos desafíos logren, finalmente, armar un frente unido que ponga de manifiesto la decisión de colocar los intereses del país por encima de los fines particulares de las diversas organizaciones y de las aspiraciones estrictamente personales de sus líderes.
Estamos a tiempo de formular estas advertencias para que no se pierdan en el vacío. Más tarde, si las cosas marchan mal debido a la persistencia de las divisiones y el egoísmo, que no se quejen los defensores a ultranza de los partidos. El respaldo de la gente se conquista con unidad y desprendimiento, no con el triste espectáculo de un torneo de ambiciones estériles.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.