El gobierno grande y todopoderoso logra beneficiar a un número muy limitado de personas porque bajo el estatismo socialista no hay adelantos ni innovaciones en la industria o el comercio. Fidel Castro se copió casi todo de la fracasada Unión Soviética, y ahora Hugo Chávez se copia lo hecho por Castro en Cuba.
Los adelantos e innovaciones no pueden ser planeados por el gobierno, sino que necesariamente son el producto de la dedicación y esfuerzo individual de quienes buscan mejorar su propia situación económica. Sin proponérselo, con ello logran contribuir al bienestar de toda la sociedad. Comparemos mentalmente el número de invenciones y mejoras producidas en los Estados Unidos durante el siglo XX con el de las que se lograron en la Unión Soviética.
En muchos países latinoamericanos hay ministerios de planificación que solamente han logrado frenar el desarrollo de esas naciones, malgastado el dinero de la población y promovido dañinos controles. Los inventos e innovaciones surgen de gente libre que asume los riesgos de dedicar tiempo y dinero a desarrollar alguna idea o un nuevo proyecto. Si tienen éxito obtienen un beneficio personal, pero al mismo tiempo están beneficiando con ello a sus conciudadanos, creando empleos y mejorando el nivel de vida.
El verdadero desarrollo económico no depende de las discusiones de los políticos en el Congreso, de los ministros ni, mucho menos, de lo que nos impone la burocracia, sino del flujo de innovaciones que jamás pueden ser planeadas centralmente. Claro, que si no hay respeto por los derechos de propiedad nadie se verá incentivado –ni perderá su tiempo y dinero– a tratar de lograr un mejor producto o servicio, porque ni él ni su familia se verán beneficiados.
En una sociedad libre, los mercados competitivos reemplazan las órdenes emanadas de la cúpula política, y la libertad de intercambio genera los incentivos para innovar, todo lo cual mejora el nivel de vida de la gente. Ese es el verdadero capitalismo, tan despreciado por los políticos de izquierda.
Y los mismos políticos que se rasgan las vestiduras en supuesta defensa de los pobres son los que siempre están dispuestos a generar inflación, gastando mucho más de los ingresos del gobierno, devaluar la moneda y endeudar a la nación.
En Venezuela, Chávez está expropiando haciendas productivas e industrias exitosas, aparentemente sin entender –o sin que le importe– que cuando algo es de todos a nadie duele, por lo que automáticamente desaparecen todos los incentivos para operar eficientemente, aumentar la producción y generar ganancias. Por el contrario, el incentivo entonces es congraciarse con el gobernante, tomar decisiones que aumenten su poder y tiendan a perpetuarlo en el palacio presidencial.
Si colocáramos invertido un gráfico que muestre la curva del incremento de regulaciones, multas e intervención gubernamental en la economía venezolana, veríamos bastante bien la caída de la producción petrolera, industrial y agrícola en ese país.
© AIPE
CARLOS BALL, director de la agencia AIPE.
Los adelantos e innovaciones no pueden ser planeados por el gobierno, sino que necesariamente son el producto de la dedicación y esfuerzo individual de quienes buscan mejorar su propia situación económica. Sin proponérselo, con ello logran contribuir al bienestar de toda la sociedad. Comparemos mentalmente el número de invenciones y mejoras producidas en los Estados Unidos durante el siglo XX con el de las que se lograron en la Unión Soviética.
En muchos países latinoamericanos hay ministerios de planificación que solamente han logrado frenar el desarrollo de esas naciones, malgastado el dinero de la población y promovido dañinos controles. Los inventos e innovaciones surgen de gente libre que asume los riesgos de dedicar tiempo y dinero a desarrollar alguna idea o un nuevo proyecto. Si tienen éxito obtienen un beneficio personal, pero al mismo tiempo están beneficiando con ello a sus conciudadanos, creando empleos y mejorando el nivel de vida.
El verdadero desarrollo económico no depende de las discusiones de los políticos en el Congreso, de los ministros ni, mucho menos, de lo que nos impone la burocracia, sino del flujo de innovaciones que jamás pueden ser planeadas centralmente. Claro, que si no hay respeto por los derechos de propiedad nadie se verá incentivado –ni perderá su tiempo y dinero– a tratar de lograr un mejor producto o servicio, porque ni él ni su familia se verán beneficiados.
En una sociedad libre, los mercados competitivos reemplazan las órdenes emanadas de la cúpula política, y la libertad de intercambio genera los incentivos para innovar, todo lo cual mejora el nivel de vida de la gente. Ese es el verdadero capitalismo, tan despreciado por los políticos de izquierda.
Y los mismos políticos que se rasgan las vestiduras en supuesta defensa de los pobres son los que siempre están dispuestos a generar inflación, gastando mucho más de los ingresos del gobierno, devaluar la moneda y endeudar a la nación.
En Venezuela, Chávez está expropiando haciendas productivas e industrias exitosas, aparentemente sin entender –o sin que le importe– que cuando algo es de todos a nadie duele, por lo que automáticamente desaparecen todos los incentivos para operar eficientemente, aumentar la producción y generar ganancias. Por el contrario, el incentivo entonces es congraciarse con el gobernante, tomar decisiones que aumenten su poder y tiendan a perpetuarlo en el palacio presidencial.
Si colocáramos invertido un gráfico que muestre la curva del incremento de regulaciones, multas e intervención gubernamental en la economía venezolana, veríamos bastante bien la caída de la producción petrolera, industrial y agrícola en ese país.
© AIPE
CARLOS BALL, director de la agencia AIPE.