Me apresuro a puntualizar, antes de que se me reproche ver judeófobos por doquier, que no estoy acusando a Ilán Pappe de procurar desmantelar el Estado judío: me limito a recoger sus propias declaraciones e incendiarios escritos contra Israel. Señalo la judeofobia, no la vitupero.
Los análisis sociales de este estalinista reciclado han sido reiteradamente refutados por la realidad (tal como los del resto de ellos), pero Vargas Llosa lo rescata de su anacronismo y con profunda empatía hacia él cierra una serie de siete artículos recién publicados en varios medios, siempre sedientos éstos de veneno contra Israel, que el peruano proporciona a raudales.
Los artículos declaman el sufrimiento de los palestinos, las limitaciones a su transporte, su rezago, los controles que incomodan sus vidas. 'El muro', 'Ratoneras humanas' y 'El horror' son algunos títulos de la despiadada tergiversación de los hechos, la difamación de nuestro pueblo y las caricaturas de judíos brutales.
En sus casi tres mil palabras, la nota sobre la ciudad de Hebrón ni menciona su historia básica: capital del antiguo Israel, fue residencia de judíos por milenios, hasta que en agosto de 1929 (cuatro décadas antes de que "la ocupación" sirviera de excusa) terroristas árabes exterminaran a la comunidad hebrea, mujeres y niños incluidos.
La limpieza étnica de Hebrón –ocultada por Vargas Llosa– sustenta la demanda de la izquierda de que la población de la ciudad deba ser exclusivamente árabe. El Estado palestino en gestación viene perfilándose tan políticamente correcto que a los judíos no se les permitirá residir en él: aunque haya pujantes ciudades árabes dentro de Israel, se acepta que la pax arábiga sea sin israelitas.
A Vargas Llosa eso no le molesta, porque su molestia fue acaparada por los judíos sionistas y religiosos, a quienes considera "peligrosísimos" mientras uno de ellos, matemático de la Universidad Hebrea, recibía esta semana el premio Nobel de Economía y los demás siguen dedicándose a construir el país con devoción y sin estridencias, y aspirando a la paz, la verdadera paz, que nunca emergerá del maniqueísmo vargasllosista, en el que Israel siempre es el malo.
Su amada ultraizquierda
Especialista en Israel, a este país circunscribe Vargas Llosa su izquierdismo, pero colocándose más a la izquierda del laborismo clásico. Éste le resulta excesivo en el mundo pero insuficiente en Israel, donde abraza a la ultraizquierda. La misma que fuera responsable de que nos entregáramos a las cuidadosas manos de Arafat, la que nos arrastró al peor baño de sangre de la historia de Israel, mientras Vargas Llosa se condolía por los niños palestinos trabados por controles pero nunca por los niños hebreos asesinados y mutilados en ómnibus y pizzerías. Después de todo, de unos y otros es culpable "la ocupación" de los israelitas.
Especialista en paz, Vargas Llosa sentencia una receta que ya ha fracasado una y diez veces, la de la ultraizquierda autista, a cuya versión israelí elogia como "la más noble izquierda del mundo".
Especialista en ética, Vargas Llosa saltea que ese sector, más peligroso que sus peligrosísimos, es el mismo que en Europa reclamaba el desarme unilateral frente a Hitler, el que se enamoró de Stalin y de Arafat (también en Israel) y el que terminó clamando por la paz en Irak solamente cuando este país era liberado del yugo de Sadam pero nunca durante los veinte años previos de constante guerra que le impuso el tirano. Esa es la nobilísima izquierda de Vargas Llosa, a la que atribuye exclusividad de "idealismo, pasión por la verdad y sentido ético".
Especialista en cuestiones de seguridad, advierte que, aunque los atentados terroristas hayan disminuido mucho gracias a la reversible valla de seguridad, la necesidad israelí de defenderse es una cortina de humo para ocultar las siempre maquiavélicas motivaciones de nuestro pueblo.
Alambradas maléficas son sólo las judías. No existe ninguna en Melilla, ni hay allí africanos que mueren víctimas de la desesperación, porque ésta es privativa de los palestinos.
La soberbia llega a su clímax cuando el yerno de Vargas Llosa, Stefan, rodeado de los "peligrosísimos", anuncia ser el único judío. Tan insuperables son su devoción judaica y su humildad que el joven descalifica la judeidad de aquellos a quienes no (nos) considera tan buenos judíos como él.
Aun en el único artículo dedicado "a la sombra del terror" –que podría haber constituido el único amistoso para compensar a seis hostiles– termina por prevalecer la palabra comprensiva para quien se mata para gozar matando a otros.
Se las ingenió incluso para entrevistar víctimas judías del terrorismo que afirmen que "se han cometido injusticias contra los palestinos". En el mundo vargasllosiano, los únicos contra los que no se cometen injusticias (sino actos de desesperación) son los judíos.
No despierta su curiosidad que se haya topado con muchos israelíes que se compadecen de la pesadumbre de palestinos pero ni un palestino que entienda a los israelíes. Más aún: en sus notas tampoco aparecen siquiera judíos que se identifiquen con sus hermanos agredidos. Qué solitario fue y es el dolor judío.
No condena que la Autoridad Palestina difunda desde su televisión a párvulos comprometidos a asesinar suicidalmente. A los terroristas antijudíos Vargas Llosa los clasifica en dos categorías: o bien se trata de islamistas locos (y en este caso los dibuja tan absurdos que también aquí se desentiende de la realidad) o bien son legítimos desesperados. Nótese que no debe de haber en la Tierra más pueblo desesperado que el palestino, ya que ningún otro ha caído en la feroz orgía de sangre que Vargas Llosa comprende.
Para confundir más, cita a palestinos que reprueban el terrorismo suicida, aunque cuidadosamente omite que no hay reprobaciones morales: los pocos que denuestan públicamente a los "sahids" se limitan a reconocer que el asesinato de niños judíos "no responde a los intereses palestinos". Para Vargas Llosa eso es suficiente, porque recordemos que los peligrosísimos somos los sionistas cuando nos defendemos.
Sobre los miles de judíos que han perdido hijos y padres en actos de terror, la mera conclusión de las notas es que "el mundo está loco" y que "la tierra vuelve fanáticos", probablemente "en ambos bandos de la espiral de violencia".
Y en el resto de los artículos, a tergiversar los hechos, difamar a Israel e inventar judíos estereotípicos inspirados por el numen para matar.
Parecen no haber sido los líderes palestinos (y sus secuaces en Europa) quienes envenenaron el alma de su pueblo, azuzado una y otra vez a una guerra imposible para destruir a Israel, adoctrinados sus niños en el odio desde las escuelas, en las que se les enseñó que no sean ni médicos ni agricultores sino que, cuando lleguen a la pubertad, se maten a fin de asesinar a muchos judíos, cuanto más jóvenes y más numerosos los muertos, mejor.
Porque el problema es Israel, y el resto debe silenciarse porque socavaría los ilustres prejuicios que traía Vargas Llosa antes de llegar aquí, y que fueron objetivamente "corroborados" por anfitriones perfectos: israelíes que odian a Israel, como Amira Hass y Guideón Levy, que no representan ni al medio por ciento de la población hebrea.
Los que para Vargas Llosa son modelos y hebreos por antonomasia fueron así definidos ya en 1936 por el pionero del sionismo laborista, Berl Katznelson: "Retorcidos emocional y mentalmente, consideran despreciable y odioso todo lo que hace su nación, mientras que el asesinato, violación y asalto cometido por sus enemigos llena sus corazones de admiración y reverencia".
El problema es "la ocupación" y no el impulso destructor del mundo árabe-musulmán, esa mezcla de fascismo, misoginia, medioevo y esclavitud que ha declarado la guerra a Occidente, con Israel como blanco predilecto.
No importa que los gobiernos israelíes estuvieran y estén abocados a terminar con "la ocupación" en la mesa de negociaciones, ni tampoco que ante la falta de respuesta seria a sus ofertas hayan procedido –en patente mentís al cacareo de nuestra vocación "ocupadora"– a desarraigar a sus propios ciudadanos, un gesto de sacrificio que ninguna democracia ha realizado jamás.
Para Vargas Llosa ningún esfuerzo vale: el problema es y será Israel. La piedad del peruano no ve a las familias de centenares de adolescentes judíos asesinados o mutilados en fiestas de cumpleaños y ómnibus escolares; ve exclusivamente la demolición de las casas de terroristas, y ve con alarma toda medida que Israel tome para protegerse. Nuestra mera autodefensa parece ser la agresión, y por ello nunca explica que no se explique que no haya explicación de por qué la OLP de Arafat nos mataba mucho antes de la ocupación, y el terrorismo árabe mucho antes de la creación del Estado hebreo.
Vargas Llosa hace hablar a "la minoría de los moderados entre los israelíes" (obviamente, entre los palestinos la moderación es la norma) que se declara dispuesta a la renuncia territorial en aras de la paz. Se olvida del detalle menor de que eso es precisamente lo que Israel en su conjunto viene proponiendo desde siempre, y es lo que ofreció Ehud Barak a Arafat en presencia de Clinton en julio de 2000, gesto que fue respondido con cuatro años de sangrientos atentados sin contrapropuestas.
Pero los vargasllosas se las ingenian para encontrar en los defectos de Israel la causa de las desgracias. Como dijera su par Mikis Teodorakis, somos "la raíz del mal".
Fútiles son los esfuerzos israelíes en aras de la paz, porque, aun en el momento en que los palestinos finalmente depongan su odio y se asocien a nosotros para civilizar el desierto, siempre reaccionará algún Vargas Llosa –europeo o israelí– incitándolos a la guerra, porque nuestra vitalidad le resulta imperdonable.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).