Durante la pasada manifestación, más de 200.000 jordanos salieron a la calle para atacar a la Al Qaeda de Zarqaui y denunciar la yihad que golpea mientras tiene lugar una boda musulmana. La cólera se está acumulando en este país desértico puramente árabe y casi por completo sunní. Las movilizaciones populares recuerdan a la Revolución del Cedro registrada en Beirut el pasado marzo. La gente humilde y pobre, los Ahmed y las Jadija del común, se está involucrando en una guerra de términos e ideas contra los terroristas.
De hecho, cualquier sociólogo que hable (o lea) árabe dirá que las pancartas de los manifestantes, los eslóganes coreados y las pintadas de las paredes son indicativos de los nuevos tiempos: No al Terrorismo, no al derramamiento de sangre en nombre de la religión, no a los clérigos radicales que juegan con las vidas de la gente. He aquí las ideas centrales del descontento popular en este país tan árabe.
De hecho, cualquier sociólogo que hable (o lea) árabe dirá que las pancartas de los manifestantes, los eslóganes coreados y las pintadas de las paredes son indicativos de los nuevos tiempos: No al Terrorismo, no al derramamiento de sangre en nombre de la religión, no a los clérigos radicales que juegan con las vidas de la gente. He aquí las ideas centrales del descontento popular en este país tan árabe.
Seguramente, el Gobierno del rey Abdalá no se opone a estas manifestaciones, y hasta puede que esté alentándolas. Por eso llamo a esta intifada callejera contra Al Qaeda "la revolución hachemita". La monarquía constitucional de la margen oriental del Jordán es el polo opuesto al absolutista reino wahabí de Arabia Saudí. Mientras que Jordania tiene muchos partidos políticos, en Arabia Saudí no se permite ninguno. Mientras que el Islam coexiste con una dosis de pluralismo en el país hachemita, en el Estado wahabí impera una sola vertiente del Islam.
Las dos dinastías representan concepciones diametralmente opuestas del mundo árabe musulmán, pero las diferencias no tienen nada que ver con la identidad árabe de los gobernantes. Después de todo, los ancestros de los saudíes invadieron los dos enclaves más sagrados del Islam en los años 20 para establecer su régimen: el gran abuelo del rey Abdalá era el gobernador de La Meca antes de que fuera expulsado por los wahabíes.
Nadie puede acusar al rey Husein de no pagar el precio de su "solidaridad" con "los otros" árabes. Jordania luchó junto a los países árabes durante dos de las cuatro guerras contra Israel. Como resultado, perdió la Margen Occidental y sus derechos sobre Jerusalén en 1967. La monarquía hachemita casi pierde frente a la OLP en 1970. Desde entonces, Husein actuó como un árabe realista: sólo opera un ejército dentro de Jordania. Firmó un acuerdo de paz con Israel, al tiempo que asistió a palestinos e israelíes cuando buscaron la paz entre ellos. También contuvo el salafismo, como doctrina política más que religiosa.
Bajo su reinado y, tras su fallecimiento, bajo el de su hijo Abdalá, los movimientos fundamentalistas islámicos, incluida la influyente Hermandad Musulmana, apostaron por el juego electoral. Reciben permanentemente alrededor del 18-20% de los escaños, lo cual es bastante, se mida como se mida. Pero hay que tener presente la realidad étnica jordana: alrededor del 60% de la población, particularmente después de 1948 y 1967, es de ascendencia palestina, incluida la reina Rania. Parte de los palestinos (no todos) se han visto influidos por la Hermandad Musulmana desde los años 30. Hamas y la Jihad Islámica, aunque radicadas al oeste del Jordan, han ejercido su influencia dentro del reino por medio de los islamistas locales. El resto de la población es beduina; son los habitantes originales del desierto, y muchos son descendientes de los seguidores de la dinastía hachemita de principios del siglo XX, procedentes del Hejaz [la región saudí en que se encuentra La Meca]. En líneas generales, Jordania no es Argelia, y el grueso de la población tiene fe en el rey y se opone al terror.
Zarqaui es de ascendencia jordana. Después de tres años de perpetrar horrores en Irak, pensó haber alcanzado el cénit de popularidad en el Triángulo Sunní, y que podría atraerse el apoyo de los sunníes jordanos. Aparentemente, Al Qaeda no tiene fe en las encuestas, aunque apunta a la opinión pública de Occidente. Al igual que hizo Siria en el Líbano cuando asesinó a Rafiq Hariri, los yihadistas pensaron que intimidarían a los hachemitas, disuadirían al ejército y asustarían al pueblo. Un ataque certero en Ammán supondría matar dos pájaros de un tiro: quebraría el modelo jordano e impulsaría el reclutamiento de salafistas para el terrorismo suicida. Pero tan pronto como se depositó el polvo alrededor de los hoteles dañados y los ojos árabes contemplaban cadáveres árabes hechos pedazos, ocurrió lo inconcebible: la gente corriente explotó de cólera. No más tolerancia para el barbarismo crudo.
Zarqaui cree simbolizar el Islam sunní en su pureza histórica, pero muchos descendientes del profeta Mahoma piensan de otro modo, sobre todo entre los hachemitas de Jordania. "¿Quién es este Zarqaui para enseñarnos Islam?", gritaban los beduinos que llegaban a las manifestaciones. "Somos más árabes que él, y somos musulmanes que ya hemos tenido bastante de su ignorancia y arrogancia". Muchos jordanos pensaron lo mismo. Tomaron las calles. Y al hacerlo sintieron el poder de la protesta. Incluso Al Yazira no tuvo más remedio que informar al mundo de estas manifestaciones masivas. Los yihadistas son maestros en pervertir los medios para sus fines, pero su arraigada arrogancia ideológica les hizo darse de bruces.
En Jordania se está cociendo una revolución hachemita. La gente normal quiere una vida normal; no quiere dejarla al albur de la voluntad de clérigos fundamentalistas y fanáticos militantes. En Afganistán y en Irak, los musulmanes votaron bajo la protección de fuerzas norteamericanas y de la Coalición, o sea, bajo el amparo de los "infieles". En el Líbano, millones de personas se manifestaron a favor de la resolución 1.559 del Consejo de Seguridad de la ONU, con patrocinio norteamericano y aprobación francesa, que exigía el repliegue sirio. Y en Jordania centenares de miles de personas, "muy árabes y muy sunníes", se han manifestado bajo la protección de una monarquía constitucional opuesta al salafismo absolutista.
Los "buenos árabes" eligen su propio camino, en cada país árabe y de Oriente Medio, para derrotar a los terroristas. En Ammán, las masas aprovechaban el compromiso del rey Abdalá con la seguridad y la estabilidad para contraatacar a Al Qaeda. De ahí la advertencia que hizo por carta Zauahiri a Zarqaui: No mates chiíes al azar; no mates musulmanes inocentes; no te desvíes de los objetivos infieles (americanos y judíos). Pero Zarqaui está ebrio de sangre. Ha esnifado demasiadas alabanzas de sus clérigos radicales en las salas de chat y en las entradas de Al Yazira. "Atácales, oh león de la yihad", rezan los titulares de las páginas web de Al Ansar. Zarqaui no se disculpó por la matanza de la boda, contra lo que pensaban que hacía en su último mensaje algunos medios occidentales; es más: amenazó a sus correligionarios árabes con más ataques "benditos". En un delirio de estilo nazi, ha prometido más de lo mismo.
Como dije recientemente en la MSNBC, Zarqaui y otros terroristas de Al Qaeda son presa de su propia ideología. Les ha salido el tiro por la culata: los árabes comunes –sunníes y chiíes– se manifiestan contra el terror en el corazón mismo de la zona que esperaban utilizar como centro de reclutamiento. Su periplo será largo y sangriento, y discurrirá más allá de las fronteras de Jordania. Esto se considera una buena noticia en todas partes excepto aquí, en Occidente. El discurso intelectual occidental pasa por alto la imagen general al no percibir las crecientes voces que claman contra el terror en la calle árabe.
Walid Phares, doctor en Relaciones Internacionales y Estudios Estratégicos por la Universidad de Miami. Experto en temas relacionados con el islam político y la yihad, es miembro permanente de la Fundación para la Defensa de las Democracias (Washington).
Este artículo fue publicado originalmente en Frontpage Magazine el pasado 21 de noviembre.