Sin embargo, las consecuencias para los novios fueron desastrosas. El Partido Comunista criticó la boda ácidamente, y de repente los populares artistas se convirtieron en unos marginados.
¿Cómo ha sido posible? ¿Acaso no son artistas revolucionarios? Eso no importa. Con el barril de petróleo a 130 dólares, el precio las importaciones cubanas se ha disparado. La población vive un inesperado agravamiento de su perpetua escasez. Sobrevivir en Cuba ha sido siempre una proeza, pero nunca más que ahora. Es por eso que la dirección del Partido Comunista consideró la transmisión pública de la boda una verdadera provocación política. Una simple ocurrencia, desprovista de toda malicia, levantó brevemente la pesada cortina de la propaganda y mostró a todo el mundo que, en la Isla, la pobreza está lejos de ser igualitaria.
Si unos simples artistas pueden permitirse estos placeres, ¿qué lujos y privilegios no se permitirán los verdaderos jefes y dueños del país? Todo el mundo sabe que la nomenklatura vive lujosamente. Ellos son los únicos dueños del país. Son multimillonarios que no han creado nada y que viven como vampiros, de la riqueza creada por los trabajadores cubanos. No sólo eso. Su principal ocupación es reprimir a la población, con el expreso objetivo de mantenerla igualitariamente pobre, aunque sea al precio de impedir que se produzcan bienes y servicios desesperadamente necesarios.
En el interior, los indicios de sus privilegios son relativamente fáciles de detectar. En la capital, sin embargo, viven cuidadosamente segregados. Desde la calle nadie puede ver sus piscinas, ni sus refrigeradores, ni sus fiestas. Son bien conscientes de sus privilegios, y les aterra mostrarlos públicamente. Así que provocar la simple posibilidad de una reflexión sobre el asunto ha enfurecido a la nomenklatura. Ella sabe que es un asunto políticamente explosivo, porque tiene la capacidad de suscitar la indignación popular. Es jugar con fuego, un verdadero tabú político.
Inicialmente, muchos consideraron que la retransmisión de la boda era una muestra más de la política de apertura de Raúl Castro, con lo que no hicieron sino poner de manifiesto su profunda incomprensión de la verdadera naturaleza de tal apertura.
¿Hay una apertura en Cuba? Es decir, ¿hay cambios positivos en la política de la dictadura? Depende. Si estamos hablando de la eliminación de una serie de prohibiciones caprichosas y absurdas, por supuesto que ha habido cambios. La población lo reconoce, y los ha recibido con discreta aprobación. Ahora bien, esos cambios son puramente cosméticos, y no representan el más mínimo relajamiento de la dictadura totalitaria. Por consiguiente, si estamos hablando de cambios políticos significativos, Raúl Castro no ha supuesto apertura alguna.
En realidad, lo que está haciendo Raúl Castro es ir eliminando, poco a poco, numerosas prohibiciones y regulaciones que eran caprichos personales de Fidel Castro y que realmente no tienen nada que ver con la esencia de la dictadura comunista, que reside en el monopolio estatal de los medios fundamentales de producción y el establecimiento de una dictadura política que concentre todos los poderes del Estado.
La existencia de pequeños productores privados no cambia la naturaleza del régimen. En cierto sentido, pudiera considerarse que lo fortalece, porque permite aliviar numerosas necesidades sociales que la ineficiente producción estatal no hace sino agravar. Sin embargo, la simple coexistencia de un sector privado eficiente y un sector estatal improductivo condena a largo plazo al totalitarismo comunista, por no hablar del permanente disgusto que genera la asfixiante dictadura política.
Hasta ahora, Raúl Castro ni siquiera se ha atrevido a afrontar esas tímidas reformas económicas. Su mayor audacia ha sido suspender, a instancias de su propia hija, las represiones más visibles contra los homosexuales. Eso es positivo –como también lo es el permitir a la gente la compra de teléfonos celulares–, pero ciertamente secundario.
El problema fundamental en Cuba es la carencia de libertades individuales. La miseria en que vive la mayoría de la población. El pueblo cubano es pobre porque no se le permite producir libremente. La propiedad estatal de los medios de producción no significa que el pueblo sea propietario de los mismos. El pueblo cubano no es propietario de nada. La nomenklatura, y en particular la cúpula política, es la única dueña real del país. Y la única que puede disfrutar de privilegios impunemente. Una simple boda entre artistas permite comprobarlo una vez más.
© AIPE