Más de un 70% de los tenedores de bonos en moneda extranjera aceptaron, a regañadientes, intercambiar sus antiguos bonos por unos, nuevos, en los que se les reducía el principal (el monto que se percibe cuando vencen los bonos) y el cupón (el interés que se percibe sobre los bonos), y además se les alargaba el plazo de pago considerablemente.
Estos tres elementos combinados implican para un inversor recibir aproximadamente 30 centavos por cada dólar invertido, y pueden constituir un precedente importante en cuanto a qué grado de agresividad están dispuestos a alcanzar otros países que busquen reestructurar su deuda (en los 80, otras naciones latinoamericanas y Rusia obtuvieron reducciones mucho más modestas). Cabe preguntarse si aquí se ha establecido un nuevo parámetro aceptable en la comunidad internacional.
La belleza del negocio para Argentina es que, a corto plazo, el grueso del sacrificio recae en los inversores, mientras se reduce la onerosa carga crediticia que el país heredó de los años 90, cuando los capitales fluían masivamente en dirección sur. A aquellos inversores que rehusaron aceptar tan "generosa" propuesta les queda como único recurso llevar el caso a las cortes.
A medio plazo, el país alivia considerablemente la carga de intereses que tiene que pagar en moneda extranjera, liberando recursos públicos para inversiones en actividades que representan beneficios tangibles para la sociedad. Ya durante 2004 el Producto Interior Bruto creció de forma robusta (por encima del 8%), y remover la incertidumbre que traía estar en suspensión de pagos contribuye a mejorar el ambiente económico.
Sin embargo, el panorama no es del todo positivo. El buen desempeño económico se dio principalmente por el aprovechamiento de la capacidad instalada no utilizada (incluido un masivo ejército de desempleados) y por el buen comportamiento de los precios de exportación. Estas fuentes de crecimiento se agotarán pronto, y su sostenimiento requiere fundamentalmente que la inversión vuelva a reanudarse de forma vigorosa.
Si bien el sector público libera recursos para la inversión, al tener que pagar menos intereses a los inversores extranjeros, dichos recursos bien pueden terminar desperdiciados en algún agujero negro de medidas populistas, y la inversión del sector privado requiere de ese elemento de confianza y estabilidad que las políticas de Kirchner no necesariamente promueven. Para completar el oscuro panorama del rubro de inversión, el país está vetado en los mercados de capitales por los años venideros. Argentina tardará varios años en volver a emitir un bono internacional (no faltaría menos).
Los males de esta reestructuración no solamente se sentirán en Argentina. La falta de apetito de los inversores por este país es contagiosa. Esta ha sido la cruda realidad con anteriores suspensiones de pagos y reestructuraciones: parte de los platos rotos los pagan los demás mercados emergentes, que encuentran más difícil atraer capitales extranjeros. En este sentido es que se argumenta que los mercados no son del todo eficientes, pues deberían ser capaces de distinguir entre aquellos que tienen buenas políticas y un buen perfil de crédito (por ejemplo, Chile, México, Colombia y, en menor medida, Brasil) y aquellos que, por sus políticas, son mucho mas arriesgados (Venezuela o Argentina, por supuesto).
La realidad es que esa distinción no se hace del todo clara, y el coletazo de las acciones de Argentina va a afectar negativamente a los demás mercados emergentes, a pesar de que las primas de riesgo se encuentren actualmente en niveles irrisorios para estándares latinoamericanos (en el orden de los 350 puntos básicos de media; la media durante los últimos 10 años es de aproximadamente 710).
Sin embargo, esta actitud irracional de los mercados en el corto plazo se ve acompañada de otra actitud igualmente irracional en el medio: amnesia colectiva. Una y otra vez, esos países que han sido vetados de los mercados de capitales internacionales terminan volviendo a tener acceso a ellos antes de lo que se dice inicialmente, así que podemos esperar que Argentina retorne a los mercados al cabo de unos años y que la severidad de las pérdidas para los inversores terminen siendo sólo una anécdota más en los anales de la historia financiera latinoamericana.
Además de las repercusiones negativas en el plano económico para otros mercados emergentes, hay otro tipo de contagio que puede ser aún más perjudicial. Desde finales de los 90 la región ha experimentado un marcado giro a la izquierda. Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Uruguay y Bolivia han elegido gobiernos de partidos de izquierda, que al menos nominalmente alejan a la región de las reformas de mercado que marcaron la década anterior.
Por supuesto, entre estos gobiernos de izquierda hay todo tipo de matices de gris. Desde los que en gran medida han seguido desarrollando políticas de mercado a pesar del cambio de uniforme (Chile y, en muy buena medida, Brasil) hasta los que han virado significativamente hacia el retorno del Estado a costa de la iniciativa privada (prominentemente, en medio de profundos conflictos político-sociales, los casos de Venezuela y Bolivia). El populismo ha retomado mucha de la fuerza depredadora que tuvo hasta los 80 (no solamente los mercados sufren de amnesia colectiva, también las sociedades).
Esta "victoria" apuntala a Néstor Kirchner como el nuevo héroe de la izquierda latinoamericana. La osadía y el coraje de Argentina, que se enfrentó y no cedió ante los intereses de los inversores internacionales (y en algunos casos de sus países de origen), puede envalentonar a más de un gobernante que esté tentado de seguir el mismo curso. Es decir, a los ojos de gobernantes de corte populista se ha reducido el costo aparente de entrar en suspensión de pagos; al fin y al cabo –estará pensando más de un populista de línea dura–, ¿por qué pagar si podríamos dejar de hacerlo con un alto nivel de impunidad? Es más, ciertos sectores de la sociedad pueden sentirse reivindicados y empezar a demandar estas acciones de parte de sus gobiernos.
Éste sería un camino sumamente peligroso para cualquier país en vías de desarrollo. El costo de las suspensiones de pagos, a raíz de la dislocación económica de la que viene acompañada, no se compensa con los beneficios de una menor carga crediticia (o al menos esperaríamos que lo sepan esos gobernantes que están siendo presa de este tipo de tentaciones).
Aunque no se llegue a la posición extrema de pegarse un tiro en el pie, la reestructuración argentina puede mostrar a otros gobernantes latinoamericanos que el camino de la confrontación en materia de economía internacional rinde mejores frutos que el de la colaboración. Ya lo estamos viendo, no necesariamente como consecuencia de la reestructuración argentina pero seguramente sí reforzado por ésta, cómo Hugo Chávez, el beligerante presidente venezolano, está amenazando a los Estados Unidos con dejar de venderle petróleo para vendérselo a los chinos y los indios.
Y por si faltara alguna dosis de inspiración populista, Kirchner no pierde el tiempo y ha puesto a la petrolera Shell en el punto de mira, por atreverse a subir los precios. Desafortunadamente para Argentina, las medidas contra la libertad de precios sólo causan estragos, como ha venido sucediendo con las restricciones de precios a los generadores de energía (incluso en la Pampa las leyes de oferta y demanda se cumplen).
Latinoamérica se hace un muy flaco favor alejándose del camino de la economía de mercado y volviéndose a sustraer de la economía internacional. A pesar de los muchos errores de aplicación de las reformas de mercado que se han cometido, son los países que han abrazado la globalización y la iniciativa privada los que han dado el salto de la pobreza a la prosperidad. Y no lo olvidemos: una de las piedras angulares de una economía de mercado es que las obligaciones están para cumplirse.
Oded Guttman, analista de Economía Política Internacional.
Martín Zendrera, analista de Economía y Relaciones Internacionales.