La Villa 31 es un barrio precario e informal, asentado en terrenos pegados a uno de los barrios más caros de Buenos Aires. Durante los últimos años ha ido creciendo a lo alto: sus casitas originales son ahora edificios de 4 y 5 pisos.
Argentina también ha crecido, pero lo ha hecho a pesar del gobierno. El crecimiento de la economía mundial y las reformas pro libre mercado de China y la India dieron un fuerte impulso a los precios de las materias primas, y los productores argentinos respondieron con una notable creatividad empresarial, generando una revolución agrícola como pocas veces se ha visto. El tipo de cambio devaluado benefició sustancialmente a la industria nacional, que creció hasta utilizar toda su capacidad instalada; sin embargo, no efectuó las inversiones necesarias para crecer aún más.
En Argentina, las oportunidades de crecimiento no han sido aprovechadas como en algunos países vecinos debido a las distorsiones que padecen los precios, al pesado intervencionismo, a los controles y prohibiciones; además, los ahorros e inversiones han sido espantados por la inseguridad jurídica y las violaciones de que son objeto los derechos de propiedad.
Además, tiene un gobierno que cree que la única función que le corresponde es la de redistribuir los ingresos; a tal punto que descuida las funciones tradicionales de un gobierno, como velar por la seguridad de las personas, luchar contra el crimen y mantener buenas relaciones en la arena internacional.
La Villa 31 también ha crecido a pesar de los gobiernos. Y lo ha hecho sobre suelo público, con lo que ha venido a demostrar la poca eficiencia del sector público a la hora de proteger sus activos. Sus habitantes no poseen títulos de propiedad sobre sus viviendas, ni tienen acceso legal a los servicios básicos.
La Villa 31 es un monumento al crecimiento caótico de una sociedad que no respeta las normas y padece unas instituciones de ínfima calidad; una sociedad donde la informalidad provee más orden que la formalidad. El crecimiento de la Villa 31 ha sido posible por obra y gracia del orden espontáneo; porque allí vive gente con espíritu emprendedor. Pero la inseguridad jurídica no hace sino agravar el problema de la precariedad, ya que poca es la gente que está dispuesta a dedicar tiempo y esfuerzo a algo que no está segura de poseer. Uno se pregunta qué no serían capaces de hacer sus habitantes si vivieran inmersos en la formalidad...
Lo mismo sucede fuera de la Villa. Emprendedores y productores argentinos aprovechan las oportunidades que ofrece el comercio internacional, pero nunca saben cuándo cambiará el gobierno las reglas.
La Argentina, en fin, es como uno de los edificios de la Villa 31: amenaza derrumbe por la debilidad de su estructura.
© AIPE
MARTÍN KRAUSE, director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados.
Argentina también ha crecido, pero lo ha hecho a pesar del gobierno. El crecimiento de la economía mundial y las reformas pro libre mercado de China y la India dieron un fuerte impulso a los precios de las materias primas, y los productores argentinos respondieron con una notable creatividad empresarial, generando una revolución agrícola como pocas veces se ha visto. El tipo de cambio devaluado benefició sustancialmente a la industria nacional, que creció hasta utilizar toda su capacidad instalada; sin embargo, no efectuó las inversiones necesarias para crecer aún más.
En Argentina, las oportunidades de crecimiento no han sido aprovechadas como en algunos países vecinos debido a las distorsiones que padecen los precios, al pesado intervencionismo, a los controles y prohibiciones; además, los ahorros e inversiones han sido espantados por la inseguridad jurídica y las violaciones de que son objeto los derechos de propiedad.
Además, tiene un gobierno que cree que la única función que le corresponde es la de redistribuir los ingresos; a tal punto que descuida las funciones tradicionales de un gobierno, como velar por la seguridad de las personas, luchar contra el crimen y mantener buenas relaciones en la arena internacional.
La Villa 31 también ha crecido a pesar de los gobiernos. Y lo ha hecho sobre suelo público, con lo que ha venido a demostrar la poca eficiencia del sector público a la hora de proteger sus activos. Sus habitantes no poseen títulos de propiedad sobre sus viviendas, ni tienen acceso legal a los servicios básicos.
La Villa 31 es un monumento al crecimiento caótico de una sociedad que no respeta las normas y padece unas instituciones de ínfima calidad; una sociedad donde la informalidad provee más orden que la formalidad. El crecimiento de la Villa 31 ha sido posible por obra y gracia del orden espontáneo; porque allí vive gente con espíritu emprendedor. Pero la inseguridad jurídica no hace sino agravar el problema de la precariedad, ya que poca es la gente que está dispuesta a dedicar tiempo y esfuerzo a algo que no está segura de poseer. Uno se pregunta qué no serían capaces de hacer sus habitantes si vivieran inmersos en la formalidad...
Lo mismo sucede fuera de la Villa. Emprendedores y productores argentinos aprovechan las oportunidades que ofrece el comercio internacional, pero nunca saben cuándo cambiará el gobierno las reglas.
La Argentina, en fin, es como uno de los edificios de la Villa 31: amenaza derrumbe por la debilidad de su estructura.
© AIPE
MARTÍN KRAUSE, director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados.