Menú
CUBA

Un héroe en el Gulag castrista

El pasado día 5, el presidente Bush impuso la Medalla de la Libertad, la más importante distinción civil de EEUU, a ocho distinguidas personalidades, entre las que se contaban Benjamin Hooks, un veterano activista por los derechos civiles; Harper Lee, autor de la célebre novela Matar a un ruiseñor; Ellen Johnson Sirleaf (Liberia), la primera mujer en acceder a la Presidencia de un país africano, y Brian Lamb, fundador y presidente de C-Span. Sin embargo, uno de los galardonados no pudo unirse a la fiesta. Estoy hablando del doctor Óscar Elías Biscet.

El pasado día 5, el presidente Bush impuso la Medalla de la Libertad, la más importante distinción civil de EEUU, a ocho distinguidas personalidades, entre las que se contaban Benjamin Hooks, un veterano activista por los derechos civiles; Harper Lee, autor de la célebre novela Matar a un ruiseñor; Ellen Johnson Sirleaf (Liberia), la primera mujer en acceder a la Presidencia de un país africano, y Brian Lamb, fundador y presidente de C-Span. Sin embargo, uno de los galardonados no pudo unirse a la fiesta. Estoy hablando del doctor Óscar Elías Biscet.
Biscet pasó ese día como todos los demás, o sea, encerrado en una infecta celda de la prisión habanera de Combinado del Este, donde se encuentra cumpliendo una condena de 25 años por pronunciarse en contra de la dictadura de Fidel Castro. El miembro de la Comisión Estadounidense de Derechos Civiles Peter Kirsanow ha escrito que las condiciones de reclusión de Biscet parecen sacadas de un drama de Víctor Hugo:
[La celda] no tiene ventana ni ventilación alguna, la temperatura en su interior es asfixiante y las condiciones higiénicas son prácticamente inexistentes. El hedor que emana del agujero del suelo que hace las veces de retrete es aún más intenso debido a las dimensiones del habitáculo, semejantes a las de un armario para los productos de limpieza (...) Según las informaciones de que se dispone, Biscet padece osteoartritis e hipertensión, y tiene úlceras. Asimismo, los dientes que le quedan están podridos y cariados.
Este médico antiabortista de confesión cristiana chocó por vez primera con el castrismo en la década de los 90, cuando, tras estudiar las técnicas abortivas empleadas en la Isla –la tasa cubana de abortos es, con diferencia, la más alta del Hemisferio Occidental–, reveló que numerosos niños nacidos vivos habían sido asesinados.
 
En 1997 puso en marcha la Fundación Lawton de Derechos Humanos, cuyo principal objetivo es la instauración en Cuba de un Estado de Derecho. Entre junio de 1998 y noviembre de 1999 fue detenido en 26 ocasiones, y en este último año fue condenado a tres años de prisión por "faltar el respeto a los símbolos patrios". Y es que, en señal de protesta por la represión castrista, el doctor Biscet había colocado boca abajo una enseña nacional.
 
Durante décadas, diversos periodistas y famosos norteamericanos han pregonado las maravillas del supuesto paraíso castrista e ignorado la montaña de evidencias que certifican que la Isla es, más bien, una auténtica mazmorra. Empeñados en ver en Castro un héroe revolucionario y en Cuba una Shangri-la, han apartado voluntariamente la vista de los auténticos héroes cubanos, los presos de conciencia como Biscet, que pagan un precio terrorífico por su empeño en contar la verdad.
 
A veces se pinta al centro de detención que EEUU tiene en Guantánamo como un campo de concentración caribeño, pero lo cierto es que tal calificación sólo la merecen antros de mala muerte como Combinado del Este, donde Biscet y tantos otros disidentes cubanos han sido y son sometidos a abusos brutales –a veces, las cosas han ido aún más lejos.
 
Hay abundante documentación sobre la vida en el Gulag castrista. El texto clásico es Contra toda esperanza, publicado por vez primera en 1985. En él, su autor, Armando Valladares, da cuenta, dura y abrasiva cuenta, de su estancia de ¡22 años! en las espantosas cárceles cubanas. Uno de los más recientes es Fighting Castro: A Love Story, de Kay Abella, donde se nos habla del amor que se profesaba la pareja  conformada por Lino Fernández y Emilita Luzárraga y del que éstos sentían por su patria, así como de las crueldades, grandes y pequeñas, que inflige el castrismo a quienes osan desafiarlo.
 
Lino Fernández, un joven médico que pagó su resistencia democrática con 18 años de presidio, sabe mucho del sadismo, a menudo sangriento, de los carceleros castristas. Así describe Abella una de las requisas que hubo de experimentar Lino en la tristemente célebre fortaleza de Isla de Pinos:
La rugiente horda invasora (...) apalea fieramente a unos hombres desarmados y muy débiles, como consecuencia de la malnutrición y el confinamiento. Una masa estridente de soldados se abate sobre el patio y rompe a apuñalar con las bayonetas, a romper caderas a culatazos. Y entonces sobreviene el pánico, pues no hay dónde esconderse, pues sabes que si tratas de protegerte te golpearán más duro, que te pisarán si tratas de agarrarte a un pilar o a una barandilla, que te tirarán escaleras abajo si te muestras dubitativo (...) Los hombres se humillan, gimen, suplican, lloran antes de que un cráneo sea aplastado, una clavícula sea sacada de sus goznes, unos genitales sean machacados.
Los familiares de los presos políticos también experimentan la crueldad del régimen. Así, se les somete a denigrantes exploraciones corporales en las raras ocasiones en que se les permita acudir a las prisiones en que se pudren sus seres queridos, o se presiona a los niños para que expresen su lealtad al Partido Comunista, el mismo que ha metido a su padre en la cárcel. Y, claro, también rige la privación económica: la esposa del doctor Biscet, Elsa Morejón, es enfermera, pero tiene prohibido ejercer su profesión en la Isla desde 1998.
 
La entereza y el valor de los disidentes cubanos es, cuando menos, extraordinaria, como se desprende de estas líneas, que ponen el punto final a este artículo y que han sido tomadas de una carta del doctor Biscet a su esposa que consiguió sortear los muros de Combinado del Este a principios de año:
Durante todos estos años de reclusión, he sido testigo de hechos vergonzosos, que soy incapaz de describirte por su perversidad y por lo que tienen de afrenta a la sociedad civilizada. Pero, a pesar de la difícil situación en que me encuentro, no estoy intimidado ni, por supuesto, me retracto de mis opiniones (...) Sobrellevaré esta injusta condena hasta que Dios tenga a bien ponerle fin.
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
0
comentarios