Republicano desde joven, Thompson alcanzó notoriedad nacional cuando interrogó a uno de los ayudantes de Nixon en la Casa Blanca durante las sesiones de investigación del escándalo Watergate. Demostró entonces poseer el instinto de la puesta en escena. La pregunta, de hecho, ya había sido contestada, pero él volvió a formularla con dramatismo ante toda una nación expectante...
Una vez vuelto a Tennessee, y algunos años más tarde, el nuevo gobernador republicano del estado le pidió que investigara un asunto de corrupción protagonizado por su antecesor, del Partido Demócrata. Thompson sacó adelante el encargo y reivindicó el honor de una honrada funcionaria, Marie Ragghianti, que se había negado a participar en los manejos del demócrata. Aquel caso devolvió a Thompson a la primera línea. Entonces un productor cinematográfico con olfato le ofreció... interpretarse a sí mismo en una película que se llamaría Marie, como la Ragghianti.
Ahí empezó su larga carrera de actor, que le ha llevado a participar en películas como No hay salida (1987), Días de trueno (1990), La caza del Octubre Rojo (1990), La jungla de cristal 2 (1990) o El cabo del miedo (1991). El estrellato le llegó cuando, en 2002, y siendo senador por Tennessee, otro productor le ofreció el papel de fiscal en la serie televisiva Ley y orden.
El fiscal de distrito Arthur Branch es un hombre conservador, representante creíble de los grandes valores norteamericanos en el mundo desquiciado del crimen neoyorquino; y Thompson, un actor de los llamados "de carácter". Cualquier compatriota lo identifica de inmediato con su personaje: un hombre que rezuma masculinidad, sólido y con autoridad; incorruptible, pero también enfrentado a los dilemas morales del mundo actual; un personaje de rasgos claros, pero no simplón.
Ni que decir tiene que Thompson sabe de la popularidad que le aporta su personaje televisivo. Los críticos de su candidatura, que son legión, se dedican a elaborar sofisticadas teorías al respecto. Si sale elegido, ¿a quién respaldará el votante? ¿A Fred Thompson? ¿A Arthur Branch? A tanto ha llegado el juego, que The Weekly Standard, la revista neocon por excelencia, ha deducido todo un carácter presidenciable de su larga presencia en la serie, así como de sus interpretaciones en la gran pantalla.
En el fondo, Branch da buena cuenta de lo que Thompson quiere representar.
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Fred Dalton Thompson nació en 1942 en una pequeña ciudad de Alabama, pero se crió en Tennessee. En aquel entonces el Volunteer State era un territorio pobre que votaba demócrata, como por otra parte era tradicional en el Sur desde la Guerra Civil y la Reconstrucción. De hecho, dio nombre a uno de los grandes proyectos del New Deal de Roosevelt: la Tennessee Valley Authority, auténtico escaparate del nuevo papel del Gobierno federal después de la Depresión. Recientemente ha sido escenario de la quiebra de uno de los proyectos de sanidad pública más ambiciosos, el llamado TennCare.
Las cosas empezaron a cambiar en los años 70. A diferencia de otros estados sureños, Tennessee tenía una población negra relativamente pequeña, con lo que allí los conflictos raciales fueron menos intensos. Compartía con ellos, sin embargo, una tradición de escasa implantación sindical. Así que empezaron a instalarse en su territorio grandes empresas, algunas japonesas, y luego la General Motors. Con éstas llegó una inmigración interior que no compartía los tradicionales valores sureños sobre los que se había construido la dominación demócrata. La prosperidad aumentó cuando el turismo afluyó en masa a uno de los estados de mayor tradición musical de todo el país, especialmente a Nashville, la capital del country (y fuente casi inagotable de fondos para los republicanos), y a Memphis, la capital del estado y la ciudad de adopción de Elvis Presley.
El analista Michael Barone suele decir que Tennessee siempre ha tenido un alma más compleja que sus vecinos; y es que ha logrado compaginar una arraigada cultura sureña con otra empresarial y muy dinámica. Tennessee es la cuna de Federal Express, de Holiday Inn y del primer supermercado (de la cadena Piggly Wiggly). Los demócratas fueron hegemónicos en el territorio hasta 1966, cuando el republicano Howard Baker, un mito local, llegó al Senado.
El triunfo llegó en 1970. Entonces otro republicano, William Brock, derrotó a uno de las grandes figuras demócratas del lugar: Al Gore padre. Lo hizo con una campaña basada por lo esencial en dos cuestiones: la promoción del populismo en contra de las elites washingtonianas y el derrotismo de Gore en Vietnam. ¿Les suena?
Fred Thompson colaboró estrechamente con Brock en aquel ejemplo paradigmático de lo que se llamó "la estrategia sureña": la toma del Sur por los republicanos, que consolidaría una mayoría liberal-conservadora por muchos años.
Pero ¿cómo había llegado Thompson a la política? Procedía de una familia de medios escasos. Teniendo él 17 años, su novia quedó embarazada. Se casaron, tuvieron otros dos hijos y Thompson, a fuerza de pluriempleos, sacó adelante a la familia... y una doble titulación, en Filosofía y en Ciencias Políticas; posteriormente se licenció en Derecho por la prestigiosa Universidad Vanderbilt.
Se habla mucho de la pereza de Thompson, de su escaso gusto por el trabajo, en particular el legislativo. Él mismo ha cultivado esta leyenda, también atribuida a Reagan. Y es obvio que a los norteamericanos no les gustan los presidentes hiperactivos, adictos al trabajo. La abstención de Newt Gingrich en la carrera presidencial lo ha dejado bien claro. A pesar de todo, no hay que olvidar esos años de juventud, que no son un simple mito.
No todo el mundo tiene el coraje para hacer lo que hizo aquel chico. La familia de la joven esposa y madre recompensó el esfuerzo. Bien situada en la vida social de Tennessee, le abrió las puertas de la política. Gracias a los contactos del abuelo de su mujer, Thompson empezó a compaginar su trabajo como abogado con el activismo en el Partido Republicano. Fue así como aterrizó en Washington, para participar en el comité de investigación del Watergate y hacer carrera en los lobbies.
En 1992 le llegó la auténtica oportunidad política. El hijo del derrotado Gore, Al Gore Jr., había conquistado la plaza de senador que su padre había perdido, pero ese año Clinton le ofreció la vicepresidencia de la nación. Thompson se presentó a las elecciones. La leyenda cuenta que la campaña le fue mal hasta que los asesores aceptaron lo que él proponía: recorrer el estado a bordo de su camioneta roja con un mensaje antiestablishment.
Era puro teatro, porque para entonces Thompson se había convertido en un lobbysta muy bien instalado en Washington, algo que su adversario demócrata no dejó de reprocharle. Pero funcionó. Y Thompson se convirtió en un senador popular, aunque ya por entonces cultivaba la imagen de político poco amante de la hiperactividad. Según algún reportaje, no desfavorable al personaje, se le recuerda sobre todo por un informe sobre el excesivo gasto de la Administración redactado por una comisión por él presidida.
En 2002, cuando parecía dispuesto a presentarse a la reelección, falleció en un accidente una de sus hijas. Aquella tragedia truncó su carrera política… hasta el pasado septiembre, cuando anunció en un programa de televisión que se presentaba a las primarias republicanas. Confirmaba así lo que prácticamente se daba por hecho desde hacía meses.
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Fred Thompson ha demostrado un pulso bien templado al retrasar todo lo posible su presentación oficial. Le ha dado la ventaja del suspense y de la expectativa, al tiempo que no acaba de perfilarse con absoluta claridad una primera figura entre los demás candidatos. Por otra parte, al poner en juego su popularidad, ha abierto un flanco considerable a la crítica. Los medios progresistas no han dejado de machacarle desde entonces. También los nacionales, aunque esta antipatía contrasta con la buena acogida que suele tener en los medios locales.
Es previsible que Thompson, una vez más, desempeñe el papel de outsider, que es lo que el electorado espera de él, por mucho –otra vez– que lleve muchos años muy confortablemente instalado en Washington. Por ahora, lo está haciendo con prudencia y sobriedad. La retórica populista no afecta al fondo del mensaje, bastante moderado, dentro de unos principios consistentemente liberal-conservadores.
Thompson se opone a la retirada de Irak, y quiere que el Tribunal Supremo revoque la sentencia del caso Roe vs. Wade, aunque no es partidario de la prohibición total del aborto. Siempre ha sido fiel al principio de autonomía de los estados, lo que le ha costado algún disgusto en el Senado; por ejemplo, cuando fue el único en oponerse a una ley muy popular pero que, según él, se adentraba en competencias que habían de quedar reservadas para los legisladores estatales. Por pura lógica, tampoco es partidario de introducir una enmienda en la Constitución en defensa del matrimonio, y remite el asunto al nivel estatal. Se declara partidario de la reducción del gasto, y propone, aunque muy genéricamente, reformas en las pensiones y en los programas de subvenciones y ayudas que Bush ha promocionado durante sus dos mandatos.
Thompson se configura así como el sucesor de... uno de sus rivales por la candidatura del GOP a la Presidencia, el senador McCain. Ahora bien, es menos imprevisible que éste.
Nuestro personaje presenta la paradoja de que sus inconvenientes son también sus ventajas. No tiene la experiencia de Giuliani o de Romney, pero cuanto menos currículo, mayor será su libertad de acción. Está siendo objeto de las burlas más feroces por su condición de actor, pero tales ataques no hacen sino reforzar su imagen de outsider. Y mientras sus rivales han tenido que definirse una y otra vez, a veces contradictoriamente, él puede refugiarse, durante algún tiempo por lo menos, en una propuesta claramente republicana pero imprecisa y sin apriorismos ideológicos. Tampoco parece muy decidido a utilizar el voto religioso, por lo menos hasta ahora.
Fred Thompson carece de la brillantez de Reagan, pero tiene mucha más experiencia de la que se suele decir; más incluso de la que él mismo está dispuesto a reconocer. Evoca el señorío sureño, reposado y seguro. Como ha escrito Stephen F. Hayes, tal vez defienda mejor que nadie una tensión que Bush no ha sabido mantener en su segundo mandato. Se reirán de él, pero, por lo que encarna, en la ficción y en la política, todos sus adversarios saben que habrán de tenerlo en cuenta.
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