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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

UE Go Home!

No es una errata: es con la UE que me meto. No con Europa, no estoy loco, sino con ese mamotreto burocrático y carca que se llama Unión Europea pero que debería denominarse Desunión Europea. Y menos mal que está desunida, porque si no lo estuviera, teniendo en cuenta su mayoría actual (por cierto, ¿alguien sabe si el PPE sigue bajo el diván?), estaría dando órdenes al Congreso de los EEUU e imponiendo la Alianza de Civilizaciones, con Ben Laden como presidente.

No es una errata: es con la UE que me meto. No con Europa, no estoy loco, sino con ese mamotreto burocrático y carca que se llama Unión Europea pero que debería denominarse Desunión Europea. Y menos mal que está desunida, porque si no lo estuviera, teniendo en cuenta su mayoría actual (por cierto, ¿alguien sabe si el PPE sigue bajo el diván?), estaría dando órdenes al Congreso de los EEUU e imponiendo la Alianza de Civilizaciones, con Ben Laden como presidente.
Ya lo he –lo hemos– dicho varias veces: el mercado común ha funcionado bastante bien, aunque podría funcionar mucho mejor (si fuera más libre), y claro, no es lo peor: lo peor es la UE política, especialmente en materia internacional. La política exterior de la UE es cobarde y, a la vez, favorable al terrorismo y las dictaduras; en nombre, ¡no faltaba más!, de la democracia.
 
Tenemos un ejemplo reciente y particularmente repugnante: cuando en Turquía se ha entablado, estos días, una lucha vital, peligrosa, fundamental, entre la democracia y el islamismo, estos majaderos de la UE, empezando por su presidenta de turno (esperaba algo más de inteligencia política por parte de Angela Merkel), condenan a los demócratas –o al menos a los antiislamistas, lo cual viene a ser lo mismo– y regañan al Ejército turco como si se tratara del de Montenegro (que yo sepa, Turquía no está en Europa, ni siquiera en la UE), ignorando soberbiamente, con sus ínfulas de gran potencia de pandereta, que la Constitución de Kemal Ataturk confía claramente al Ejército el papel de garante de la laicidad de la nación, precisamente para impedir la islamización de Turquía.
 
Cuando el Ejército turco gruñe ante la posibilidad de que Abdulá Gül sea elegido presidente, lo cual constituiría un paso decisivo hacia la islamización total de Turquía, que con el primer ministro Erdogán ha avanzado a pasos de gigante, está no sólo en su derecho, sino en su deber constitucional. En España, por ejemplo, el Rey es el garante de la unidad de la nación; pues la nación se rompe y el Rey permanece mudo. Pues menos mal que en Turquía el Ejército reacciona.
 
Que Turquía no es un modelo de democracia liberal, que Turquía no es Suiza, pongamos, es evidente; pero hay que ser idiota, hay que ser eurócrata, para pensar que, en la situación de Turquía, las instituciones "democráticas" funcionan como en Suiza. Y hay que ser idiota, hay que ser eurócrata, para no ver que el triunfo total del islamismo en Turquía significa la muerte de la poca democracia que aún queda allí. Todos los que se oponen a la islamización defienden los elementos de democracia que perduran, de los cuales la laicidad constituye uno de los pilares fundamentales, en un país tan musulmán.
 
Con sus boquitas pintadas de verde, nuestros políticos europeos recomiendan que la crisis turca se zanje mediante elecciones. Es un principio tan generoso como abstracto, que la realidad turca contradice, porque aunque es posible que el voto sea limpio en Estambul y Ankara, pongamos, si creen que lo es en las remotas provincias de Anatolia, allí donde Mahoma perdió las alpargatas, es que piden peras al olmo. Allí se vota lo que ordenen los ulemas. Como en Gaza se vota lo que ordena Hamás.
 
Sabido es que el Tribunal Constitucional turco ha anulado la primera vuelta de las presidenciales, gracias al boicoteo de los diputados de la oposición, pero nada está resuelto, porque las elecciones anticipadas no serán limpias, y Turquía está al borde de una guerra civil, o de un golpe de estado militar; de una catástrofe, en todo caso. Pero, repito, nada, absolutamente nada, sería peor para Turquía –y sus mujeres–, para toda la región y hasta para Europa que el triunfo de islamismo, que mataría la democracia representativa, la libertad de expresión, la hoy muy relativa igualdad entre mujeres y hombres y todo el resto. Que convertiría el país en un régimen talibán "moderado".
 
Mientras tanto, los políticos europeos seguirán dando, desde sus salones rojiverdes, consejos al viento, pasearán a Javier Solana por las calles de Ankara como el espantapájaros que ni siquiera es y, para arreglarlo todo, redefinirán las raíces musulmanas de Europa.
 
Abierta o hipócritamente, la UE siempre ha apoyado el terrorismo palestino contra Israel, el único país democrático de la región. Fingió interrumpir sus subvenciones al Gobierno de Hamás pero las aumentó al "pueblo palestino", como si Hamás no lo controlara. La UE apoya al Hezbolá en el Líbano, defiende al Irán totalitario "contra toda agresión" y hasta finge considerar al iluminado Ahmadineyad, que espera la llegada del Duodécimo Imán para lanzar sus bombas nucleares, como democráticamente electo, cuando ha sido designado por los ayatolás.
 
La UE defendió a Sadam Husein contra Bush. La UE apoya, a veces con algunos remilgos hipócritas, a los dictadores latinoamericanos, como Castro, Chávez, Morales, etcétera; como, por cierto, defendía ayer a Stalin y a Mao. Porque esos países de salvajes necesitan tiranos y además son antiyanquis. La UE, como la rana que se cree no sólo buey, incluso elefante, es una mierda.
 
Angela Merkel.Los demagogos izquierdistas proclaman: "Otro mundo es posible". Desde luego, pero no el vuestro, y menos mal. Recojo las palabras, cambiando el sentido, y afirmo que "otra Europa es posible". Angela Merkel, presidenta de turno de la UE, acaba de proponer un nuevo minitratado de andar por casa para salir del bache; pero, aunque es menos catastrófico que el mamotreto constitucional de marras, tampoco nos sirve. Por ejemplo, ¿por qué un presidente, si no hay nación ni unidad europeas? ¿Por qué empezar siempre por el tejado esta construcción?
 
Seamos sinceros: ya que el edificio europeo es tan horrendo e ineficaz –salvo en su apoyo al terrorismo y a las dictaduras–, hay que destruirlo y levantarlo de nuevo. Pero de abajo arriba... y empezando por disolver el Parlamento europeo, que de nada sirve y cuesta un huevo. Serían los Parlamentos nacionales los que decidieran, pudiendo celebrar sesiones comunes sobre ciertos temas. Habría que reorganizar la Comisión, limitando sus prerrogativas y anulado sus poderes de ordeno y mando, hoy tan absurdos que hasta va a exigir la disminución de la producción de aceite de oliva sin tener para nada en cuenta la calidad del producto y sus posibilidades comerciales. La Comisión debe convertirse en un órgano de coordinación de las políticas económicas, comerciales, agrícolas, etcétera, decididas por los Gobiernos de las naciones soberanas.
 
Y si, como hoy el Reino Unido, algunos países deciden no participar, o participar solos, en tal o cual empresa europea o internacional, tendrían pleno derecho a hacerlo.
 
Por lo que hace al mercado común, hay que liberalizarlo de verdad y desconfiar de las declaraciones demagógicas y proteccionistas. La calidad, la productividad, la audacia inventiva son las mejores garantías de desarrollo para las economías europeas, no la gorra de los carabineros.
 
Pero el problema esencial es político. Y es que la política europea es nefasta. En los albores del segundo acto de la guerra de Irak, Tony Blair pronunció un discurso donde afirmó la necesaria solidaridad de todos los países democráticos del mundo en la guerra contra el terrorismo y las tiranías. En eso seguimos, y la UE se apunta un cero. Una vergüenza. La UE sigue siendo "muniquesa", pero con mayor debilidad aún ante los nuevos nazis, los locos de Alá.
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