La policía británica se dedicó de inmediato a cumplir la orden, puesto que se había anunciado la presencia de la líder israelí en una reunión a la que asistirían personalidades del país y miembros del Gobierno. Alertada Livni, optó por suspender el viaje.
Este gravísimo incidente diplomático causado por la Administración británica, a instancias de las fuerzas islámicas instaladas en el reino, crecientemente influyentes, no debería sorprender. La suicida Albión no hace sino ceder y ceder a las exigencias mahometanas, siempre antijudías, como la de prohibir la mención a la Shoá en las escuelas para no ofender a las huestes del profeta.
Recientemente el Gobierno hizo "una recomendación" a las cadenas comerciales para que señalaran los productos procedentes de los asentamientos israelíes en Judea y Samaria. Un modo de reeditar la conocida obligación de llevar estrellas de David cosidas a la ropa.
El mismo Gobierno apoya el informe Gladstone de la ONU, que declara a Israel "criminal de guerra", y la iniciativa del Gobierno de Suecia –otro país mermado por la islamización– que desembocó en la declaración ueuropea de proclamar a priori a Jerusalem capital de un "eventual" Estado palestino. Ambos Gobiernos apoyaron los bombardeos de la población kosovar y alentaron la secesión de la provincia serbia de Kosovo, cuya independencia es rechazada por la mayoría de la ONU. Kosovo es ahora una fuente de exportación de feroces criminales a las ciudades europeas, y un nuevo reino islámico en Europa.
El mismo Gobierno adopta medidas antiterroristas en las ciudades del reino –ya golpeado Londres– y combate a los aliados naturales de Hamás en Irak y Afganistán, donde nadie llama por teléfono a los civiles para que se protejan del bombardeo contra la gente armada. E intercambia información de inteligencia con Israel.
La operación Plomo Fundido en Gaza contra quienes llevaban ocho años hostigando a la población israelí próxima a la Franja coincidió con los bombardeos indiscriminados de Turquía sobre las montañas donde se refugia el pueblo kurdo, a quien se acaba de prohibir la actividad política. La situación de los saharuis invadidos por Marruecos ha vuelto a primer plano con la recién concluida huelga de hambre de Aminatu Haidar. En decenas de ciudades del mundo huele a quemado por los crímenes masivos de musulmanes como los que tanta prédica tienen en Gobiernos como el británico y el español.
El grotesco de ordenar la busca y captura de una persona que formaba parte del Gobierno israelí cuando se realizó la cuidadosa operación en Gaza sólo se explica por el desorden, la ceguera, la pusilanimidad de esta casta decadente de políticos que gobiernan hoy muchas potencias occidentales. Tzipi Livni sólo es un pretexto –que pronto el mismo Foreign Office tendrá que arreglar–, y su caso un ensayo islamista para comprobar cuán fuerte es su poderío en Eurabia.
Como en los creativos pósters que muestran a esos políticos con la jeta que tendrán dentro de veinte años y pidiendo perdón por su trabajo a propósito del ecosistema, advirtamos a los Brown y Zapatero, a Reinfeldt y compañía que no salvarán sus míseras vidas sólo por levantar bandera blanca. La yijad es total, y de nada les servirá decir al cabo de los años "I'm sorry", si es que llegan vivos al cambio oficial de nombre de este continente sentenciado.
Este gravísimo incidente diplomático causado por la Administración británica, a instancias de las fuerzas islámicas instaladas en el reino, crecientemente influyentes, no debería sorprender. La suicida Albión no hace sino ceder y ceder a las exigencias mahometanas, siempre antijudías, como la de prohibir la mención a la Shoá en las escuelas para no ofender a las huestes del profeta.
Recientemente el Gobierno hizo "una recomendación" a las cadenas comerciales para que señalaran los productos procedentes de los asentamientos israelíes en Judea y Samaria. Un modo de reeditar la conocida obligación de llevar estrellas de David cosidas a la ropa.
El mismo Gobierno apoya el informe Gladstone de la ONU, que declara a Israel "criminal de guerra", y la iniciativa del Gobierno de Suecia –otro país mermado por la islamización– que desembocó en la declaración ueuropea de proclamar a priori a Jerusalem capital de un "eventual" Estado palestino. Ambos Gobiernos apoyaron los bombardeos de la población kosovar y alentaron la secesión de la provincia serbia de Kosovo, cuya independencia es rechazada por la mayoría de la ONU. Kosovo es ahora una fuente de exportación de feroces criminales a las ciudades europeas, y un nuevo reino islámico en Europa.
El mismo Gobierno adopta medidas antiterroristas en las ciudades del reino –ya golpeado Londres– y combate a los aliados naturales de Hamás en Irak y Afganistán, donde nadie llama por teléfono a los civiles para que se protejan del bombardeo contra la gente armada. E intercambia información de inteligencia con Israel.
La operación Plomo Fundido en Gaza contra quienes llevaban ocho años hostigando a la población israelí próxima a la Franja coincidió con los bombardeos indiscriminados de Turquía sobre las montañas donde se refugia el pueblo kurdo, a quien se acaba de prohibir la actividad política. La situación de los saharuis invadidos por Marruecos ha vuelto a primer plano con la recién concluida huelga de hambre de Aminatu Haidar. En decenas de ciudades del mundo huele a quemado por los crímenes masivos de musulmanes como los que tanta prédica tienen en Gobiernos como el británico y el español.
El grotesco de ordenar la busca y captura de una persona que formaba parte del Gobierno israelí cuando se realizó la cuidadosa operación en Gaza sólo se explica por el desorden, la ceguera, la pusilanimidad de esta casta decadente de políticos que gobiernan hoy muchas potencias occidentales. Tzipi Livni sólo es un pretexto –que pronto el mismo Foreign Office tendrá que arreglar–, y su caso un ensayo islamista para comprobar cuán fuerte es su poderío en Eurabia.
Como en los creativos pósters que muestran a esos políticos con la jeta que tendrán dentro de veinte años y pidiendo perdón por su trabajo a propósito del ecosistema, advirtamos a los Brown y Zapatero, a Reinfeldt y compañía que no salvarán sus míseras vidas sólo por levantar bandera blanca. La yijad es total, y de nada les servirá decir al cabo de los años "I'm sorry", si es que llegan vivos al cambio oficial de nombre de este continente sentenciado.