En cuanto al argumento de que la democracia no se impone por la fuerza de las bayonetas, todos recuerdan los ejemplos anteriores en los que ocurrió exactamente eso, que fueron fuerzas de ocupación de ocupación de países democráticos los que liberaron y construyeron regímenes democráticos en países como Alemania, Japón, Italia y Austria. Aunque no esté en la misma categoría, no me resisto a incluir en la lista a Francia. ¿Alguien se imagina lo que habría sido de la democracia en Francia si los norteamericanos no hubieran ayudado, por así decirlo, a la gloriosa Libération?
Y al revés: ¿qué habría pasado en pasado en España si los norteamericanos, por cualquier circunstancia, hubieran ocupado nuestro país cuando liberaron Europa? Si aplicamos el razonamiento de los progresistas, los españoles deberían haberse lanzado a las calles a respaldar a Franco con fervor y entusiasmo en nombre de la soberanía nacional… Tiene gracia, aunque de hecho lo hacían. Recuérdense las columnas en homenaje al caudillo del entonces fascista Eduardo Haro Tecglen.
Por eso, quienes más críticos se mostraron con la intervención en Irak andan ahora, después de mucho tiempo de regodearse con los atentados y los sacrificados al proyecto islamofascista, con la boca cerrada, alicaídos y cabizbajos.
George Soros, que quiso comprar para John Kerry la Presidencia de los Estados Unidos y ha acusado a Bush de todas las mentiras imaginables, no habla del asunto. En su página web no se mencionan las elecciones de Irak. No existen.
Michael Moore, partidario ferviente de los terroristas islámicos, tampoco ha dicho “esta boca es mía”. Jamás contó en ningún documental que los terroristas islámicos han llegado a utilizar como terrorista suicida a un chiquillo con síndrome de Down. Hasta ahí se llega en el odio a la democracia.
Jimmy Carter dio por buenos los resultados del referéndum venezolano. Sigue sin pronunciarse sobre lo ocurrido en Irak. Ni que decir tiene que el Centro Carter no envió observadores a las elecciones iraquíes. Lo consideraba demasiado peligroso.
Krauthammer recuerda, para estos casos, las primeras elecciones nicaragüenses bajo los sandinistas. ¿Se acuerdan los lectores del gigantesco chasco que se llevó la izquierda cuando echaron a aquellos saqueadores del Gobierno? Lo mismo ahora.
Los políticos no pueden estar callados. Han tenido que improvisar un argumento aunque sea para salir del paso. Muchos demócratas habían insinuado o declarado abiertamente, como John Kerry o el senador Kennedy, que estas elecciones eran ilegítimas. (No todos, afortunadamente: Hillary Clinton, en su peregrinación hacia la nominación para la Casa Blanca, ha homenajeado como es debido a los soldados americanos y a los iraquíes). Pero Kennedy, Kerry y compañía daban por descontado que los iraquíes no se atreverían a votar.
Lo que se les ha ocurrido ahora es pedir un calendario de salida de las tropas norteamericanas. El argumento es el siguiente: ya que los iraquíes han manifestado con tanta firmeza su voluntad de recuperar la plena soberanía, la presencia de las tropas extranjeras es ahora un obstáculo y no hará más que provocar a los terroristas.
En otras palabras, dirigidas esta vez a los iraquíes: ya que os habéis atrevido a votar, contradiciendo lo que nosotros queríamos que hicierais, ha llegado el momento de dejaros en manos de los terroristas para que os las arregléis vosotros mismos.
Quizás sea esta perversión absoluta, este cinismo llevado a su grado más extremo, lo más novedoso de lo que se está oyendo después de las elecciones. Lo demás, en general, ya se había leído y escuchado no sólo tras las elecciones en Nicaragua, sino tras la caída del Muro de Berlín. También entonces hubo auténticos gritos de triunfo y silencios que han perdurado hasta ahora. De aquellos silencios crecieron luego los alaridos de apoyo a Sadam Hussein que se escucharon incluso en el Congreso de los Diputados en Madrid.