Nina, que ha ido a Nueva York infinidad de veces –y hasta tres conmigo–, utilizó su taxi varias veces y cenó otras tantas en su humilde piso, con él y con su esposa, que era algo así como bruja, o vidente, pero por libre, y rumana.
Pasan los años, Arsén se jubila y se instala en Sacramento (California). Nina tuvo la ocasión de visitarle durante uno de sus viajes de laburo a EEUU. Por lo visto, ya jubilado, Arsén seguía igual de alegre y dicharachero. Pero, y a eso iba, lo que pasmó a Martine, la joven colaboradora de Nina, fue que un taxista jubilado pudiera vivir en esa urbanización, pequeña y humana, tan confortable, bonita y rodeada de árboles y flores, cuando, además, en los USA no existe la Seguridad Social.
Contra viento y marea, el prejuicio antiyanqui europeo sigue afirmando esa necedad. No existe, en efecto, un monopolio estatal (federal, se diría en los USA) de la Seguridad Social y de las pensiones, pero existen, en cambio, diferentes sistemas privados, sindicales y cooperativos. Claro, que son libres, y no obligatorios, porque en Estados Unidos perdura, aunque cada vez menos, algo tan fundamental como el respeto a la libertad individual.
En el caso del taxista Arsen Dastakian –como en el de muchos otros trabajadores norteamericanos–, no era el Estado Federal el que se ocupaba del subsidio del paro, el seguro de enfermedad, la pensión, etc., sino su sindicato. Muchos de los trabajadores norteamericanos, metalúrgicos, mineros, ferroviarios, portuarios, tienen sistemas de seguridad social gestionados por las empresas y los sindicatos. Además, los fondos de pensiones y la compra-venta de acciones están mucho más difundidos que en Europa. Los profesionales liberales: los abogados, los médicos, los arquitectos, etc., tienen su protección social privada con las compañías de seguros. Esto no tiene sólo ventajas, porque los potentes sindicatos norteamericanos han engordado y sufren de burocracia y corporativismo. El mundo del espectáculo (cine, teatro, televisión, etc.) es el más sindicalizado del mundo, porque no sólo se ocupan de todas las cuestiones ya referidas, también de la contratación y el empleo, y, por ejemplo, imponen en el rodaje de una película un equipo técnico pletórico, que encarece la producción pero asegura el trabajo a tramoyistas, electricistas, cámaras, etc. En ese mismo mundo del espectáculo, este corporativismo ha dado lugar a diferentes acciones de protesta, como el Off Broadway o el cine independiente. John Cassavetes rodó sus primeras películas absolutamente al margen de las normas sindicales, como también al margen de las grandes compañías de Hollywood.
Pero la izquierda europea se niega a ver esta realidad y afirma ciega y firmemente que su modelo social es superior y su sistema de seguridad social, "el mejor del mundo".
Lo mismo ocurre con el Reino Unido. Cuando se constata que apenas hay paro allí, los progres continentales responden: sí, pero se trata de empleos-basura. En Francia, cuando en los platós de televisión se discute para saber por qué 300.000 franceses, por ahora, han emigrado a Reino Unido, los emigrados responden: porque en Inglaterra se pagan menos impuestos, las trabas burocráticas son nulas y es, por lo tanto, mucho más fácil crear empresas, y se gana más. La respuesta de los burócratas sindicales galos es bien distinta: tal vez, dicen, pero en Inglaterra no se puede ingresar en un hospital, o subir a un tren, sin peligro de muerte; y remachan: "Nuestros servicios públicos son los mejores del mundo". Porque son estatales, claro. Y lo dicen muy serios y tranquilos, como si se creyeran esas chorradas.
Pese a este sectarismo, todos los sistemas estatales de seguridad social y pensiones están en quiebra. Por diversos motivos: la propia ineficacia del sistema, el aumento del paro, el envejecimiento de la población, etc. A regañadientes, todos los países europeos se ven obligados a hacer reformas. La precursora fue Thatcher. Recientemente han hecho lo propio en Alemania, los países escandinavos y Francia. Pero no son reformas satisfactorias, a mi entender, porque se basan en reducir los gastos sin proponer sistemas radicalmente diferentes.
La tan cacareada "construcción europea" no se limita a la búsqueda de un buen sistema de seguridad social y Pensiones: los problemas políticos, diplomáticos, económicos son enormes, y los Gobiernos de la UE jamás han llegado a ponerse de acuerdo sobre nada.
El reciente y bienvenido no irlandés (bienvenido para quienes no queremos un superestado europeo antiyanqui, impuesto, además, desde arriba) demuestra una vez más la resistencia de los ciudadanos a ese aquelarre burocrático llamado "Unión Europea". Pero no creo que la pletórica e inútil clase política entienda nada, empeñada como está en construir Europa de arriba abajo: primero las instituciones, primero el poder, luego buscaremos la adhesión de los ciudadanos.
Está visto que eso no funciona. Como las casas, hay que construir Europa de abajo arriba, desarrollando el mercado común, la libre circulación de bienes y personas, la cooperación voluntaria en cuestiones económicas, culturales, educativas y científicas; o sea, una Europa de los ciudadanos y de las naciones soberanas.