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ORIENTE MEDIO

Siria y el laberinto libanés

Cual reflejo pavloviano, todo el que sabe algo del Líbano apuntó inmediatamente a Siria en cuanto se conoció la noticia del asesinato del ex jefe de gobierno y líder de la oposición antisiria, el musulmán sunita Hariri, el pasado 14 de febrero. Los primeros en hacerlo, por supuesto, fueron los libaneses. Luego, la reflexión lleva a exclamar: ¡no serán tan estúpidos!, lo cual, por cierto, es el argumento defensivo por excelencia de los propios sirios.

Cual reflejo pavloviano, todo el que sabe algo del Líbano apuntó inmediatamente a Siria en cuanto se conoció la noticia del asesinato del ex jefe de gobierno y líder de la oposición antisiria, el musulmán sunita Hariri, el pasado 14 de febrero. Los primeros en hacerlo, por supuesto, fueron los libaneses. Luego, la reflexión lleva a exclamar: ¡no serán tan estúpidos!, lo cual, por cierto, es el argumento defensivo por excelencia de los propios sirios.
El funeral por Rafic Hariri fue también una manifestación antisiria.
Por un lado, el régimen sirio ha utilizado durante años los asesinatos selectivos para deshacerse de enemigos políticos. Con sabiduría y moderación, si es que así puede hablarse de tan abyecto método. Sabiduría es precisamente lo que ahora ha brillado por su ausencia, si realmente fuera Damasco el culpable, puesto que la reacción universal en su contra se podía prever sin lugar a dudas y pone al poder alauita, acosado ya desde múltiples direcciones, en una situación extraordinariamente incómoda.
 
Luego la razón diría que no han sido ellos, excepto que a veces sí se puede ser tan estúpido, y la historia está sembrada de errores de cálculo. Para empezar, es creencia común que Bachar el Asad no le llega a la altura del zapato a su astuto padre, Hafez, de quien heredó la Presidencia de la república como si de una finca se tratase. También hay que tener en cuenta que el país, los que mandan, está sometido a una gran presión, circunstancia que no favorece la toma de decisiones sensatas. Al cabo de unos días la falta de pruebas categóricas fue poniendo sordina a las acusaciones más directas, pero sin descartar nunca algún tipo de implicación en el magnicidio de los dominantes vecinos orientales del Líbano.
 
Walid JumblattPor fin, el 24 de marzo se hizo público el informe de una comisión de encuesta de Naciones Unidas. No se trató de una auténtica investigación policial, la cual se recomienda en las conclusiones, sino más modestamente de identificar los hechos. El documento es de una dureza poco usual en este tipo de piezas onusianas, aunque lo que se describe va todavía más lejos que el lenguaje que se utiliza. Aunque no acusa expresamente a Siria del magnicidio, sí le atribuye "la responsabilidad primaria de la tensión política que precedió al asesinato", y da cuenta de una entrevista entre Asad y la víctima en la que el primero amenazó con "romper el Líbano sobre las cabezas de Hariri y Walid Jumblatt antes que ver su mundo roto en el Líbano".
 
De la investigación sobre el atentado por parte de los servicios de seguridad libaneses dice que "adolece de serios fallos", y que aquellos servicios "carecen de la capacidad y la dedicación para alcanzar un conclusión satisfactoria y creíble". Los acusa de "negligencia seria y sistemática", así como acusa al combinado de seguridad líbano-sirio de haber creado en el país "una cultura de intimidación e impunidad", y da a entender que obstruyeron el trabajo de la comisión de Naciones Unidas.
 
Pero lo que cuenta es todavía más grave que los adjetivos que utiliza. En las horas que siguieron al atentado el servicio que asumió la investigación retiró todas las pruebas, arrasó el escenario del crimen y procedió posteriormente a instalar lo que muy bien podrían ser pruebas falsas. Más claro, agua.
 
El sunita Hariri, como jefe de gobierno, había colaborado durante años con Damasco, que ocupa militarmente el pequeño país desde que intervino en 1976 en la guerra civil, comenzada el año anterior. En un alarde de pragmatismo contra toda naturaleza ideológica, la Siria de Hafez el Asad prestó apoyo a la coalición formada por Bush padre para enfrentarse a Sadam en el 90-91, obligándolo a retirarse de Kuwait.
 
Terroristas de Hezbolá.El premio fue de categoría. Estados Unidos hizo la vista gorda y dejó de presionar para que las tropas se retirasen y se pusiese punto final en la intervención en los asuntos internos libaneses. Pero el status jurídico jamás cambió, de manera que la ocupación nunca fue legalizada.
 
A partir del 11-S las tornas se han ido volviendo contra Siria de manera cada vez más apremiante. En el Líbano la crisis se inicia cuando el pasado septiembre Asad presiona a la Asamblea Nacional para que prolongue tres años más el mandato del presidente Emile Lahoud, cristiano maronita y hombre de confianza de Damasco. Es su respuesta a las crecientes voces que reclaman la retirada siria. Hariri, que tiene el gran mérito de haber dirigido la reconstrucción de Beirut, devolviéndole su pasada prosperidad tras 15 años de guerra civil, se suma a ese movimiento en curso y dimite en octubre.
 
Siria le acusa de haber sido el muñidor de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de 2 de septiembre, en la que convergen las políticas francesa y americana para exigir a Damasco la retirada de sus fuerzas militares y su inflado aparato de inteligencia, así como el desarme de su lunga mano en el país, la potente organización terrorista del partido chiíta radical Hezbolá.
 
Para Siria, eso es la debacle. Y para el régimen, el peligro de hundimiento. Éste se basa en una minoría religiosa más exigua que la de los sunitas en Irak. Los dominantes alauitas, una secta chií –es decir, para los mayoritarios sunitas una herejía de una herejía–, son menos del 15% de la población. Para ellos, el Líbano es una aspiración nacional, una zona de seguridad frente a Israel y una vaca lechera de la que extrae al menos el 20% de su PNB, sin contar tráficos ilícitos. Esa renta es vital no sólo para la pobre economía del país, sino específicamente para el sistema político, porque una buena parte de aquélla desempeña la función de reforzar lealtades, yendo a parar a los bolsillos de amigos y partidarios.
 
Rafic Hariri.Desde un punto de vista nacional, Siria nunca ha tragado la partición que se hizo tras la primera guerra mundial. Nunca ha renunciado a la reivindicación de la Gran Siria, que incluiría el Líbano, ya casi anexionado, Palestina (es decir, Israel) y Jordania. Deshacerse del Líbano es vivido como una grave regresión. Ningún régimen se beneficia de tales golpes al orgullo nacional.
 
Pero el mal paso del asesinato de Hariri ha puesto un marcha un proceso que de momento se le ha escapado de las manos a Bachar el Asad y ha creado una nueva oportunidad para la política de Bush en el Oriente Medio y, en general, para su gran designio de promover la libertad allí donde exista opresión. Así, la gran manifestación antisiria en Beirut, que ha llegado a doblar numéricamente a la de los partidarios de la permanencia del país vecino organizada por Hezbolá, ha sido vista desde Washington como un nuevo brote de la "primavera árabe" que las elecciones iraquíes parece haber desencadenado.
 
Las palabras del libanés Walid Jumblatt, el líder de la minoría drusa, que estaba colaborando con Hariri para organizar la oposición antisiria, han dado muchas veces la vuelta al mundo: "Me resulta extraño decirlo (...) pero este proceso de cambio comenzó por la invasión americana de Irak". No está mal para un antiamericano de cepa.
 
Las elecciones en Palestina e Irak son grandes éxitos de ese fenómeno "primaveral". Ha habido bastantes otros de significado más modesto. Ninguno es irreversible, y el proceso necesita seguir apuntándose éxitos para no quedarse en agua de borrajas. La liberación del Líbano y la recuperación de la democracia sería una victoria de gran calado, no sólo por sí misma sino por el golpe que asestaría a la feroz dictadura siria, patrocinadora de terrorismos y promotora de la insurgencia en Irak.
 
Rompería además el arco chií que, extendiéndose desde Irán hasta el sur del Líbano, tanto asusta a los gobernantes sunitas de la región. Pero el país está lleno de trampas, y a Asad le quedan muchas bazas que jugar. Sólo con enorme persistencia y gran habilidad por parte americana puede salir adelante la apuesta democrática.
 
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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