Semejantes actitudes revelan algo más profundo que la incompetencia: la dificultad de concebir una política constructiva en una región en la que, excepciones al margen (Chipre, Israel e Irán), la gente es mayoritariamente hostil a Occidente. Nuestros amigos son pocos, y ni tienen poder ni tienen demasiadas posibilidades de alcanzarlo. Así las cosas, la democracia se traduce en relaciones de hostilidad con Gobiernos poco amigables.
Tanto las elecciones celebradas en 2005 como las de esta segunda hornada, con Túnez como punto de arranque, confirman que, cuando tienen libertad para elegir, una mayoría de habitantes del Medio Oriente vota islamista.
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Tras el fascismo y el comunismo, el islamismo es la tercera ideología totalitaria. Propone un código medieval para hacer frente a los desafíos de la vida moderna. Retrógrado y agresivo, denigra a los no musulmanes, oprime a la mujer y justifica el uso de la fuerza cuando de extender el dominio musulmán se trata. La democracia, en esas tierras, amenaza no solamente la seguridad de Occidente, también su propia pervivencia como civilización. Por eso los líderes occidentales (con la efímera excepción de George W. Bush) se abstienen de promover la democracia en el Medio Oriente musulmán.
Los gobernantes no electos de la zona representan para Occidente una amenaza de menor rango. Con Muamar el Gadafi debidamente escarmentado y Sadam Husein derrocado, los ególatras habían pasado a la historia y el resto de hombres fuertes había aceptado el statu quo. No pedían otra cosa que poder reprimir calladamente a sus súbditos y disfrutar ostentosamente de sus privilegios.
Hace un año, los políticos occidentales podían recorrer la región sin problemas y mantener relaciones fluidas con todos los Gobiernos árabes, salvo el sirio. El cuadro no era fascinante pero sí útil: los peligros de la Guerra Fría habían sido desactivados, y los derivados del islamismo estaban contenidos.
No obstante, los tiranos crueles y avaros representan dos problemas para Occidente. Al anteponer sus intereses personales a los nacionales, abonan el terreno a problemas como el terrorismo, el separatismo o la revolución; y al reprimir a sus súbditos ofenden la sensibilidad de los occidentales, porque ¿cómo pueden sancionar la opresión los que promueven la libertad, la libertad individual y el imperio de la ley?
En Oriente Medio, las tiranías integrales imperan desde los años 70 del siglo pasado, cuando los dictadores aprendieron a protegerse de los golpes de estado, tan frecuentes hasta ese momento. Pero en diciembre de 2010 una mariposa batió sus alas en la localidad tunecina de Sidi Bouzid, con el abofeteo de un vendedor ambulante por parte de una agente de policía, y el alud subsiguiente se llevó por delante a tres tiranos en apenas un año.
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En resumidas cuentas, el dilema político de Occidente en Oriente Próximo descansa en estos dos puntos: 1) la democracia es nuestro sistema preferido, pero lleva al poder a gente que nos es hostil; 2) la tiranía va en contra de nuestros principios, pero mantiene en el poder a dictadores maleables.
Como en todo conflicto de intereses por razones de principio, la incoherencia impera. La política se mueve entre Escila y Caribdis. Las cancillerías occidentales hacen hincapié en motivos sui generis: la seguridad (inter)nacional –la Quinta Flota estadounidense tiene su sede en Bahréin–, los intereses económicos –el petróleo saudí–, la geoestrategia –el papel de Turquía en Siria–, la prevención de tragedias mayores... No es de extrañar que lo que salga de ahí sea un caos. Hacen falta directrices políticas; ésta es mi apuesta:
– Hay que procurar que los tiranos maleables –por ambición o falta de ideología– se comporten mejor. Suelen seguir el camino más fácil, así que se trata de presionarles en grupo.
– Hay que oponerse siempre a los islamistas, ya sean alqaedófilos como los de Yemen o moderados como los tunecinos. Porque son el enemigo. Cuando surja la tentación de no obrar en consecuencia, lo mejor será preguntarse si la cooperación con los moderados nazis de los años 30 fue buena idea.
– Hay que ayudar a los elementos liberales, laicos y modernos, los primeros en movilizarse en los levantamientos de este año. Hay que ayudarles a fin de que, con el tiempo, tomen el poder y dirijan el Medio Oriente hacia unos derroteros más libres y democráticos.