Lamentablemente, Seúl parece haber descuidado su deber más importante: defender a su propia gente. El pasado marzo Corea del Norte hundió un barco de guerra surcoreano. Y, como sabemos, en fechas recientes Pyongyang lanzó un ataque sobre una isla de su vecino meridional que se cobró la vida de varias personas. En ambos casos, la República de Corea apenas hizo otra cosa que despotricar. Sí, tras el ataque a su buque de guerra Seúl decidió poner fin al ya de por sí escaso comercio que mantenía con Pyongyang y exigió disculpas, y al otro ataque respondió abriendo fuego. Y sí, está planeando reforzar sus guarniciones. Pero, en definitiva, apenas hizo otra cosa que hablar y lamentarse. Por su parte, los comunistas del Norte replicaron, predeciblemente, culpando al Sur de todo y amenazando con destruir a sus enemigos.
Lo peor del último episodio de este conflicto es que el presidente surcoreano, Lee Myung Bak, ha vuelto a esconderse tras las faldas de América. En cuanto al presidente Barack Obama, optó por enviar un grupo de fuerzas de ataque para demostrar "firmeza" y reafirmó la determinación de América de cubrir las espaldas a su indefenso aliado.
La dictadura estalinista norcoreana se ha convertido en una monarquía comunista. Desde su constitución, en 1948, la República Democrática Popular de Corea sólo ha tenido dos gobernantes: Kim Il Sung y su hijo, Kim Jong Il. Pues bien, ahora el "Querido Líder" está tratando de ceder los trastos a su hijo más joven, el "Brillante Camarada" Kim Jong Un.
Los crímenes de la familia Kim son muchos: ahí están la Guerra de Corea, la represión de las libertades políticas, civiles y religiosas, el gulag, la muerte por inanición de millones de personas debido a la incompetencia socialista, el permanente estado de guerra. El ataque a la isla surcoreana es una nimiedad si se tienen en cuenta los demás crímenes y desmanes del régimen de Pyongyang.
Igualmente escandalosa es la voluntad china de amparar las agresiones de su aliado. Luego del último incidente, Beijing no criticó a Pyongyang, sino que pidió a ambas partes mostrar "la mayor moderación posible".
La manera de actuar de chinos y norcoreanos puede ser para muchos decepcionante, pero desde luego no supone sorpresa alguna. Lo verdaderamente asombroso es que la República de Corea siga dependiendo de América.
La Guerra de Corea terminó en 1953. Desde entonces, Seúl ha ganado la disputa intercoreana: el PIB surcoreano es unas 40 veces superior al norcoreano, la población surcoreana duplica a la norcoreana; el Sur produce alta tecnología y posee influencia diplomática en la arena internacional: de hecho, comercia con China y con Rusia mucho más que el Norte, y es muy probable que ni Beijing ni Moscú apoyaran a Pyongyang en caso de conflicto.
No obstante, las Fuerzas Armadas de Corea del Norte son más grandes que las del Sur. Aunque los soldados norcoreanos están mal entrenados y su equipamiento está desfasado, es obvio que el régimen de los Kim puede lanzar ataques letales.
Así las cosas, ¿por qué Corea del Sur no ha destinado más recursos a mejorar su sistema defensivo? Pues porque no necesita hacerlo, así de simple.
Si América le garantiza la seguridad, mantiene desplegados soldados en su territorio y prometa hacer lo que sea necesario para protegerla, Corea del Sur tiene muy pocos incentivos para hacerse cargo de su propia defensa. Ciertamente, es algo humillante tener que pedir constantemente ayuda a Washington, pero si así consigues que los ingenuos americanos se hagan cargo de tu defensa, y del coste de la misma, pues compensa...
Para colmo, los surcoreanos, que se han hecho americanodependientes, han tratado de sobornar a Pyongyang. Vergonzoso.
Durante casi una década, la Sunshine Policy hacia Corea del Norte ha puesto el énfasis en la ayuda externa y la inversión. Seúl llegó incluso a pagar, literalmente, la celebración de una cumbre entre Kim Dae Jung y Kim Jong Il. Aunque el Gobierno de Lee ha reducido los subsidios al Norte, lo cierto es que no ha cerrado el parque industrial de Kaesong, una importante fuente de divisas para Pyongyang. El hecho de que los comunistas norcoreanos estén matando ciudadanos surcoreanos no altera las cosas. Si finalmente estalla la guerra, habrá armas que abrirán fuego contra soldados americanos que habrán sido pagadas por los surcoreanos.
La presumible capacidad nuclear de Corea del Norte introduce el conflicto en una dimensión más peligrosa, pero la presencia en la zona de soldados americanos sólo agravará el problema, al dar a los comunistas la capacidad de hacerse con 27.500 rehenes. Para América, la mejor manera de llamar la atención de Beijing podría ser el sugerir que podría hacerse a un lado en caso de que Corea del Sur y Japón optasen finalmente por dotarse de arsenales nucleares: así las cosas, China tendría muy poderosas razones para tomar medidas drásticas en lo relacionado con Corea de Norte.
Dado que el Tío Sam está en bancarrota, los americanos tendrán que debatir cada vez con más apremio acerca del monto de su gasto en defensa. La conclusión debería ser: cuanto sea necesario para defender a América, no a los aliados de América que son prósperos y cuentan con una población considerable, como es el caso de la propia República de Corea.
América está protegiendo países que podrían protegerse solos. La consecuencia de esto es no sólo el empobrecimiento de los americanos, que ya bastante tienen con la asombrosa deuda que acumulan, también la disminución de la seguridad de los propios americanos. A fin de cuentas, América estaría mucho más segura si sus aliados fuesen fuertes y auto-suficientes en el ámbito militar.
Las garantías que en materia de seguridad ha dado Washington a sus aliados asiáticos y europeos han hecho de éstos un manojo de países débiles. Los aliados de América tienen ambiciones geopolíticas grandiosas, pero invierten muy poco en defensa y cuando se cierne un conflicto corren a aquélla a llorarle ayuda.
Los compromisos militares de Washington puede que ayuden a evitar el estallido de conflictos, pero asegura su participación en aquellos que acaban estallando. Asumir el riesgo era necesario en tiempos de la Guerra Fría. Ahora, no. En Corea, sólo la intervención americana impidió el triunfo comunista en los años 50, pero las cosas han cambiado mucho en todo este tiempo, y los americanos ya no tienen por qué arriesgarse a verse inmersos en un nuevo conflicto en esa península.
Hace ya mucho que Washington no puede ir por ahí jugando a ser el policía global. Así pues, deberíamos empezar a traer de vuelta a casa a los soldados que siguen en Corea.
© El Cato
DOUG BANDOW, académico titular del Cato Institute.