La razón de la superioridad norteamericana en este rubro es clara. En un ambiente de máxima libertad política y económica, fomento de la excelencia e individualismo, se desarrolla mejor el genio creativo.
La creatividad es siempre individual. Ya podemos pedir cuantas veces sea a 100.000 personas normales y corrientes que inventen algo, que nunca lo lograrán. La genialidad no es atributo de las masas.
Ninguna ciencia trajo tanto bienestar a la humanidad como la medicina. Es inimaginable pensar lo que padecía hace 200 años una persona con apendicitis o dolor de muelas y debía ser operada sin anestesia. Miles de enfermedades mortales son hoy curables gracias a los antibióticos. Millones le deben una vida normal, sin molestias, a una simple aspirina.
¿Es necesaria una reforma en el sistema de salud norteamericano? Sí, incuestionablemente. Hay importantes puntos que deben ser reconsiderados, como el rechazo de las aseguradoras a hacerse cargo de quienes sufren de alguna enfermedad previa y los elevados costos de los seguros. Pero la reforma aprobada es confusa y fue votada partidistamente y contra la voluntad de la mayoría.
Esa ley es el comienzo del fin del mejor servicio médico que haya conocido la humanidad. Se impuso el obtuso pensamiento socialista frente al sentido común.
Si 10 por ciento de la población no goza de seguro médico, ¿por qué el gobierno quiere perjudicar al 90 por ciento restante que está satisfecho con la oferta existente? Es más lógico y menos costoso encontrar una solución para la minoría que sentenciar a todos a un auxilio medianejo.
El dilema norteamericano comenzó porque hay 32 millones de personas sin seguro. Si todas ellas van a entrar en el sistema, habrá escasez de personal y de dependencias para atenderlas.
Casi la mitad de los doctores (44%) advirtieron de que si se aprobaba esta ley considerarían dejar la profesión. Si eso sucede, serán más de 100 millones de ciudadanos los que no podrán tener servicio médico adecuado. Los galenos amenazan con renunciar por muchas razones, pero la más común es la misma que hace que la medicina socializada sea mediocre en todas partes. Si todos los médicos van a recibir honorarios similares por sus servicios, sin importar su conocimiento y capacidad, ¿por qué deberían esforzarse en ser mejores?
El premio al mejor abogado, ingeniero, sastre, actor o cocinero es la remuneración superior. Si ese aliciente es eliminado, no dan ganas de buscar la excelencia. Ese es el cáncer del socialismo: estimula la mediocridad.
Se ha comprobado que cuando a las personas se les da vivienda, salud, transporte, cualquier servicio gratuitamente, automáticamente pierden el interés por su mantenimiento y tienden a descuidarlo y destruirlo. Este hecho se percibe patéticamente en la educación: en las escuelas y universidades donde la enseñanza es gratuita hay tendencia al vandalismo y la violencia; además, hay desinterés por el estudio y bajo rendimiento intelectual.
Los demócratas jugaron su primera carta suicida. Perderán en las elecciones legislativas de noviembre y Obama enfrentará una oposición demoledora, a menos que logre narcotizar a los votantes para que olviden este amargo momento. Aunque para entonces ya no habrá drogas con que doparlos.
© AIPE
JOSÉ BRECHNER, periodista boliviano.
La creatividad es siempre individual. Ya podemos pedir cuantas veces sea a 100.000 personas normales y corrientes que inventen algo, que nunca lo lograrán. La genialidad no es atributo de las masas.
Ninguna ciencia trajo tanto bienestar a la humanidad como la medicina. Es inimaginable pensar lo que padecía hace 200 años una persona con apendicitis o dolor de muelas y debía ser operada sin anestesia. Miles de enfermedades mortales son hoy curables gracias a los antibióticos. Millones le deben una vida normal, sin molestias, a una simple aspirina.
¿Es necesaria una reforma en el sistema de salud norteamericano? Sí, incuestionablemente. Hay importantes puntos que deben ser reconsiderados, como el rechazo de las aseguradoras a hacerse cargo de quienes sufren de alguna enfermedad previa y los elevados costos de los seguros. Pero la reforma aprobada es confusa y fue votada partidistamente y contra la voluntad de la mayoría.
Esa ley es el comienzo del fin del mejor servicio médico que haya conocido la humanidad. Se impuso el obtuso pensamiento socialista frente al sentido común.
Si 10 por ciento de la población no goza de seguro médico, ¿por qué el gobierno quiere perjudicar al 90 por ciento restante que está satisfecho con la oferta existente? Es más lógico y menos costoso encontrar una solución para la minoría que sentenciar a todos a un auxilio medianejo.
El dilema norteamericano comenzó porque hay 32 millones de personas sin seguro. Si todas ellas van a entrar en el sistema, habrá escasez de personal y de dependencias para atenderlas.
Casi la mitad de los doctores (44%) advirtieron de que si se aprobaba esta ley considerarían dejar la profesión. Si eso sucede, serán más de 100 millones de ciudadanos los que no podrán tener servicio médico adecuado. Los galenos amenazan con renunciar por muchas razones, pero la más común es la misma que hace que la medicina socializada sea mediocre en todas partes. Si todos los médicos van a recibir honorarios similares por sus servicios, sin importar su conocimiento y capacidad, ¿por qué deberían esforzarse en ser mejores?
El premio al mejor abogado, ingeniero, sastre, actor o cocinero es la remuneración superior. Si ese aliciente es eliminado, no dan ganas de buscar la excelencia. Ese es el cáncer del socialismo: estimula la mediocridad.
Se ha comprobado que cuando a las personas se les da vivienda, salud, transporte, cualquier servicio gratuitamente, automáticamente pierden el interés por su mantenimiento y tienden a descuidarlo y destruirlo. Este hecho se percibe patéticamente en la educación: en las escuelas y universidades donde la enseñanza es gratuita hay tendencia al vandalismo y la violencia; además, hay desinterés por el estudio y bajo rendimiento intelectual.
Los demócratas jugaron su primera carta suicida. Perderán en las elecciones legislativas de noviembre y Obama enfrentará una oposición demoledora, a menos que logre narcotizar a los votantes para que olviden este amargo momento. Aunque para entonces ya no habrá drogas con que doparlos.
© AIPE
JOSÉ BRECHNER, periodista boliviano.