Una de las diferencias entre la pobreza de Bolivia y la de los países africanos radica en que el clima y la exuberante geografía de aquélla permiten no morirse de hambre y, como última alternativa, recolectar frutas o verduras que crecen de forma silvestre. Hay riquezas naturales por doquier, encima y debajo del suelo. El problema boliviano está en la falta de explotación de sus recursos de forma hábil, competitiva, rentable y honesta. Un porcentaje tan alto de miseria en un país tan rico representa un plato tentador para la demagogia populista y los bolsillos de los burócratas del Estado.
Bolivia, con su formidable abundancia y su escasa población, debería disfrutar del más alto nivel de vida de América Latina. Si no fuese por su elevado analfabetismo, su contagiosa corrupción y su orgulloso pero improductivo indigenismo, podría superar económicamente a cualquiera de sus vecinos.
La manipulación del resentimiento contra el triunfador es el vil elemento que usan los populistas de izquierda para motivar a sus bases a la confrontación con las clases medias. El discurso y las acciones de Evo Morales son propulsados por ese odio irracional contra gente que lo único que hace es esforzarse por lograr el éxito económico y el progreso.
¿Hay dineros mal habidos? ¿Hubo corrupción en los manejos del Estado en el pasado? Claro que sí, como en todo el Tercer Mundo... y como en el Gobierno autóctono que llegó al poder con fondos robados al pueblo venezolano, más los réditos de la ilegal producción de coca y del narcotráfico. Ahora que tiene acceso a las arcas de las empresas nacionalizadas, Morales hace con el erario lo que le viene en gana.
La revolución en democracia del socialismo del siglo XXI es fácil de iniciar, aunque sus resultados son nefastos, como indican las cifras. La mayoría vive en un nivel de pobreza tal, que cualquier cosa que se le ofrezca es más de lo que tiene; pero para dar a los indigentes los gobernantes buscan tomar de los demás, haciendo el falso papel de Robin Hood.
Es cómodo hundir al 36% de la minoritaria clase media, que ve truncadas sus posibilidades de mejoramiento económico, mientras que los menos favorecidos aumentan ínfimamente su nivel de vida a coste ajeno. Aquellos que jamás tuvieron nada tendrán una minucia, pero algo al fin y al cabo, y los que tenían algo se quedarán sin nada. Se igualarán las clases sociales y todos vivirán felices en la miseria. Será una paradisíaca Cuba.
La fórmula es inhumana y antinatural, porque anula el incentivo al trabajo, a la creatividad y a la superación personal. Pero para muchos es un logro inusitado, y lucharán por defender los mendrugos que les caen. Los únicos que verdaderamente se benefician son los gobernantes, que se están convirtiendo en los más ricos, los más fuertes, los intocables. Fiel a la tradición populista, la nueva oligarquía ya está intentando dominar bajo la ley del terror.
Quedan en el mundo sólo cinco países comunistas: China, Laos, Cuba, Corea del Norte y Vietnam. El neocomunismo venezolano y boliviano entra dentro de una nueva y amorfa categoría, porque todavía se permiten libertades y se habla de elecciones, referendos y otros procedimientos democráticos. Pero el despotismo ya está carcomiendo los intestinos del Estado.
En Bolivia el asunto es espinoso y más confuso por los odios raciales, que están avivándose adrede desde el Ejecutivo, que trata de imponer una versión indigenista del nacionalsocialismo, como la que predica el otro empleado de Chávez, el peruano Ollanta Humala, quien viste a sus seguidores con uniformes similares a los de las hordas hitlerianas y promueve un furioso antisemitismo.
© AIPE