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DESDE JERUSALÉN

Relativo, à la Goebbels

Durante los días de la Europa suicida frente al nazismo hubo intelectuales que pedían el desarme unilateral. En la Europa suicida actual, los medios minimizan el islamismo, lo distorsionan o, peor aún, relativizan la agresión.

Durante los días de la Europa suicida frente al nazismo hubo intelectuales que pedían el desarme unilateral. En la Europa suicida actual, los medios minimizan el islamismo, lo distorsionan o, peor aún, relativizan la agresión.
Joseph Goebbels.
Su "tolerancia" no exhibe contornos precisos: admiten una "diversidad cultural" que incluya dictaduras, opresión de la mujer y penas a "delitos" de fe o de opción sexual, pero no queda claro si las decapitaciones televisadas o las cámaras de tortura son para ellos expresiones legítimas de diversidad. Su favorito es equiparar las imperfecciones de Occidente con las feroces lacras de sus enemigos, tal como hiciera Goebbels en diciembre de 1942.
 
El 17 de ese mes fue publicado simultáneamente en Washington, Londres y Moscú un reconocimiento público de que en Europa se perpetraba el asesinato sistemático del pueblo judío. Dos millones de hebreos ya habían sido arrastrados como ganado a los campos de exterminio desde decenas de países, y Goebbels anotó en su diario el método para contrarrestar "la propaganda occidental" que revelaba el horror: ordenó que la radio alemana entrevistara una y otra vez a Haj Amin el Husseini, líder de los árabes de Palestina y activo aliado de los nazis, para que éste se lamentara del maltrato que sus correligionarios padecían a manos de los británicos. El ardid fue suficiente.
 
La audiencia se entera a un mismo tiempo de la denuncia sobre la matanza de judíos por parte de los alemanes y de la denuncia alemana sobre la opresión de los árabes, y no necesita de ningún dato más para bostezar y suponer que se acusan unos a otros, que todo es mera propaganda bélica, y que en estas Navidades habrá poca calefacción y banquetes familiares, y que… ¿de qué exterminio hablaron en la radio?
 
Del de seis millones de israelitas, que una Europa perversa niega, como Joan Pagés y Montserrat Casas, autores del libro publicado por el Ayuntamiento de
Barcelona en el que las víctimas judías son marginales. Uno se pregunta si los autores leyeron literatura nazi, y si es allí donde aprendieron que el odio se descargaba eminentemente "contra republicanos". Así sostiene el libraco, donde el que termina siendo acusado por el nazismo es… Israel.
 
Osama ben Laden.Oí que hay países en los que la legislación contra la negación del Holocausto no sólo prohibiría el texto subvencionado por Cataluña, sino que penaría a Pagés y Casas por blanquear al nazismo del Holocausto que perpetró.
 
Pero por sobre esta España negadora hay una Europa relativizadora, más sutil y peligrosa. Hitler destruyó el continente y estuvo mal, Israel "ocupa tierras" y está mal. Todos somos malos, señor Goebbels: Inglaterra y Alemania, Osama y Bush, Arafat, que ponía bombas en ómnibus de niños (admito que eran niños con la osadía de ser judíos), y también la madre Teresa, que una vez eructó en público. Un poco mal aquí, diversidad cultural, otro poco mal allá, y el sopor moral de estos cómplices de la muerte.
 
A ninguna de esas dos Europas conmueve la democracia: la reducen al mero rito de votar, que es para ellos una forma posible de la diversidad cultural. No asumen la democracia como la falta de miedo de expresarse, de ser imperfectos humanos sin temor de progresar, debatir y cuestionar. Mal está el mundo democrático, y también las tiranías corruptas que secuestran a sus pueblos y los oprimen. Lo escucharon en la radio berlinesa.
 
El fundamentalismo es uno
 
La culpa de la guerra en el Medio Oriente, para el Ayuntamiento de Barcelona, la tiene Israel por protegerse del terrorismo. Pero, para la Europa relativizadora, el cliché es "los" fundamentalismos de todos los colores, judíos, taoístas o adventistas del Séptimo Día.
 
Saltean lo esencial: como los países budistas, cristianos y judío son democracias, en su seno aun los más extremistas sólo atinan a intentar persuadir. En los países árabe-musulmanes no: la maquinaria estatal hace uso y abuso de la religión para imponer la brutalidad y desatar guerras.
 
Mientras el Papa o el Gran Rabino de Israel influyen e intentan influir, los imanes islámicos gobiernan o intentan gobernar. Uno de ellos, el sheik Ibrahim Mudaris, acaba de arengar desde una gran mezquita de Gaza (13-5-05): "El estadio final de la historia será el dominio de todos los países cristianos por el Islam, y el exterminio de todos los judíos". (Hay cristianos imperturbables ante esta invectiva, dispuestos a pagar el módico precio de islamizarse si se les asegura con ello librarse del "lobby judío").
 
Mudaris no se contentó con su noble visión escatológica: también diagnosticó de la actualidad que "los judíos son un virus como el sida, un cáncer que se esparce, responsables de todas las guerras y conflictos… No os preguntéis qué hizo Alemania a los judíos, sino qué hicieron los judíos a Alemania". Este fiel eco del Goebbels de 1942 fue transmitido por la televisión oficial palestina, sin objeciones de ningún guardián de la paz de los que, desde Europa, exigen a Israel que no se defienda de estos simpáticos enemigos.
 
No hay fundamentalismos que ponen en riesgo nuestras vidas: uno solo de ellos actúa desde la autocracia misógina, judeofóbica y perversa; uno solo tiene avidez de conquista planetaria.
 
El fundamentalismo es una reacción contra la modernidad, un producto de ella que se agita para destruir sus logros, democracia incluida. Sostiene un texto "fundamental" como autoridad máxima ante el cual ninguna otra pueda competir, luego procura imponerse por la fuerza sobre las leyes de la sociedad.
 
OSAMA (BEN LADEN) ES NUESTRO HÉROE, puede leerse en el cartel de la imagen.Es cierto: la cruzada por la infalibilidad de la Biblia a principios del siglo XX fue fundamentalista en su reacción contra el darwinismo y la crítica bíblica, pero no se le ocurrió demoler la democracia. Por el contrario, en ese marco aspiraba a catequizar su verdad.
 
El fundamentalismo que nos aqueja hoy es el islamista. Desde la teoría aspira a destruirnos, y en la práctica se nutre de los regímenes democraticidas. Su modo de saber es absoluto: no permite el escrutinio de la razón, especialmente en lo que concierne a revisar su propia ideología. Su planteamiento es maniqueo: todo cabe en su dicotomía bien-mal. Su perspectiva es milenarista: considera que "estamos en el fin de los tiempos", lo cual justifica la adopción de medios de excepción, incluso aquellos que su religión en principio proscribiría.
 
En un mundo occidental supuestamente vil y pecaminoso, el fundamentalista se ve a sí mismo como el último fiel: de Dios, o del omnímodo partido, o de la raza, o de la clase social, o de las ganas de matar y arrasar.
 
La iglesia católica y las cristianas en su conjunto han aceptado la separación del Estado y se han avenido a un mundo pluralista, en el cual tendrían plena libertad sin ser la fuente del poder. En cuanto al judaísmo, tampoco en él cabe la acechanza fundamentalista, porque carece de intención misionera, y ni el más fanático de los judíos ansía convertir a otros a su fe.
 
Cuando el judaísmo se politiza aspira como máximo a definir el Estado judío en Israel. El Islam no: cuando se politiza anhela islamizar todos los Estados. Será ineficaz pedirle perdón por los deportistas árabes que hemos asesinado, por las mezquitas que les hemos incendiado o por los atentados suicidas que judíos y cristianos perpetramos en las escuelas y bares de Ramala y Teherán. La disculpa extemporánea no estimulará a los islamistas a reciprocar y mirarse al espejo, sino a volver a justificar sus horrendos crímenes.
 
Y ya imagino a un relativizador de entre mis lectores aduciendo que este artículo es meramente una opinión, como las de Al Qaeda, que deben ser atendidas paralelamente porque, en el fondo, todo da igual.
 
 
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento) y España descarrilada (Inédita Ediciones).
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