
Vale la pena saber, sólo de paso, que esa batalla continúa: una parte del establishment mediático francés se ha dado por aludida y lanzado desde las páginas del Nouvel Observateur un estrambótico manifiesto en defensa de Charles Enderlin, el querellante en este sonado caso.
También de paso, no estará de más recordar un detalle que tiene su importancia: si el público, más allá de las fronteras francesas, ha tenido conocimiento de las dos sentencias y sus secuelas, ello se debe a que desde hace unos años la Red –blogs y páginas especializadas mediante– viene haciendo con responsabilidad ejemplar aquello que otrora tuvieron a gala los grandes medios de comunicación. Pienso que no es exagerado decir que, en punto a circulación y repercusión (salience) de noticias y análisis de actualidad, vivimos ya de lleno en la galaxia de Tim Berners-Lee. Son legión los blogs y páginas especializados con capacidad para transmitir información veraz (volveré sobre este palabro más adelante), con el reciente añadido de que estos espacios se han puesto incluso a generar los dichosos y tan preciados scoops periodísticos. Por sólo mencionar un ejemplo reciente en el ámbito peninsular, ahí queda la denuncia por parte de Arcadi Espada de las creativas falsedades con que el ministro de Sanidad español ha trufado su currículum. Y abundan los espacios en la Red por los que recibimos informaciones de primera mano sobre lo que acontece en Irak o en los que descubrimos documentados contraargumentos sobre el camelo del calentamiento global, o aun logramos enterarnos a diario de lo que se cuece política y económicamente en ámbitos mediáticamente tan poco glamurosos como Venezuela y latinoamericanos aledaños.
De la más reciente peripecia del caso Karsenty, menos mal que vivimos ya inmersos en la galaxia de la Red, porque de haber sido por las fuentes tradicionales de información nos habríamos enterado, de la misa, harto menos de la mitad. La más completa revista de prensa, en todos los soportes, puede consultarse aquí. Y, hasta la fecha, el mejor análisis del caso Al Dura (entiéndase: del proceso por difamación intentado por Charles Enderlin contra Philippe Karsenty, a raíz de la denuncia de fraude informativo divulgada por éste en 2004) puede leerse en el detallado análisis de John Rosenthal publicado en World Politics Review. Además del mencionado Media-Ratings, abundan información, análisis y comentarios pertinentes en, por ejemplo, Augean Stables, Pajamas Media y Honest Reporting. Y no son pocos los blogs españoles que se han hecho eco del asunto, de Nihil Obstat a Neguev & Me.

El fallo del 21 de mayo es importante por dos razones. En primer lugar, porque rompe una peligrosa tendencia a la judicialización del libre ejercicio no ya solamente de la crítica periodística, sino del derecho de cualquier ciudadano a opinar libremente sobre temas de actualidad. El más reciente antecedente de esta ominosa tendencia había quedado plasmado en el juicio por difamación contra Alain Finkielkraut, en 2005. El filósofo francés, en una entrevista al diario israelí Haaretz, había opinado sobre los violentos disturbios en los barrios periféricos de París y otras ciudades francesas. Esas opiniones fueron consideradas "racistas", entre otros motivos, porque Finkielkraut se atrevía a afirmar que la violencia de aquellos sucesos no puede comprenderse si se desliga de la fanatización islamista a la que están expuestos algunos jóvenes franceses de raíces y cultura musulmanes.

Pero además, la sentencia es histórica porque desliga la cuestión de la veracidad de la consideración de la buena fe presumible del imputado, y hace hincapié en ésta. Me permito traducir (en versión libre) esta parte del texto, correspondiente a los muy prolijos atendidos de la decisión adoptada por los miembros del tribunal. Sería conveniente meditar el argumento expuesto aquí, a la luz de recientes episodios de judicialización del ejercicio de la crítica periodística en nuestro país:
Considerando, vistos los elementos de la investigación, que constituyen base factual suficiente para considerar admisible el que las declaraciones litigiosas, a menudo vertidas como juicios de valor, pudieran haber sido emitidas por el autor del artículo y comunicado incriminados con la finalidad de abordar asuntos de interés tan general como el peligro que entraña el ejercicio de un poder, en este caso el de la prensa, en ausencia de contrapeso, así como el derecho del público a una información seria, ha lugar considerar que Philippe Karsenty ha ejercido de buena fe su derecho a la crítica libre, y que haciendo lo cual no ha sobrepasado los límites de la libertad de expresión, recogida en el artículo 10 de la Convención Europea de los Derechos Humanos, aplicable no solamente a las informaciones e ideas que puedan ser recibidas con beneplácito o consideradas inofensivas o indiferentes, sino que también es válido para aquellas que pudieran perturbar, contrariar o inquietar (…)
Recientemente hemos asistido en España, a raíz de la querella interpuesta por el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, contra el periodista Federico Jiménez Losantos a una extraña y, a mi modo de ver, peligrosa amalgama, reflejada tanto en la sentencia como en numerosos comentarios y análisis posteriores, entre veracidad informativa y límites que sería deseable imponer al derecho a opinar y aun a informar sobre lo que sea veraz. No quiero remontarme a comienzos de los 80, a la turbia etapa de Amadou-Mahtar M'Bow al frente de la Unesco y su espurio Nuevo Orden Informativo Mundial, pero cada vez que se alza el espectro de la veracidad informativa desde instancias políticas, no con la sana intención de asentar ese debate en el único terreno donde puede ser de utilidad (que no es el de los límites entre veracidad y ocultamiento de la verdad, sino en el de la determinación de la frontera entre objetividad y manipulación subjetiva de la información), pues bien, no diré, como Breton, que saco mi pistola, pero sí que le veo las orejas al lobo.
La sentencia en segunda instancia de la querella Enderlin-Karsenty es un alivio asimismo, pues, porque viene a recordarnos que hay jueces e instancias judiciales que no juegan a devorar a Caperucita o a matar al mensajero. A ver si tomamos nota, a orillas del Manzanares.
Pinche aquí para ver el CONTEMPORÁNEOS dedicado a ANA NUÑO.