Los campos se volvieron a poblar de trabajo y de ilusiones. Colombia salió de la página negra de los periódicos del mundo. Los noticieros de televisión no se engalanan, como ayer, con una toma, un asalto, un secuestro, una tragedia. Y esa certidumbre insobornable no se cambia con páginas editoriales que la desmientan ni con acusaciones que la envilezcan.
En este país se volvió a trabajar con fe, con alegría, con entusiasmo. Antes de que al Banco de la República se le ocurriera la pésima idea del aterrizaje suave, veníamos creciendo al siete por ciento anual. A la crisis inducida le cayó encima la de veras: pudimos sortearla. Y los colombianos quedamos con el gusto por el crecimiento, con la pasión por la prosperidad, con el ánimo suficiente para acometer las grandes hazañas de la productividad.
Nadie apostaba por la solución de los problemas energéticos. Nuestras exportaciones petroleras y de carbón, y las expectativas serias en ese campo, son tan grandes, que algún despistado candidato ha propuesto reducirlas. Nos iba quedando grande la grandeza.
El campo volvió a sonreír. Un millón de hectáreas incorporadas a la producción, se dice pronto. El productor sabe lo que ese esfuerzo le reporta, y el consumidor presencia, con estupor primero y ahora con entusiasmo, el inusitado espectáculo de los precios estables y la oferta abundante.
Colombia ha conseguido dotarse de una oferta escolar que cubre a todos los niños entre los 6 y los 17 años. La educación básica y media está garantizada para todos. Ya se han inaugurado tres de las decenas de megacolegios previstos para niños pobres, de imponente arquitectura y facilidades que envidiarían los más ricos. El Icetex financia –a largo plazo y con módicos intereses– la universidad de más de 300.000 jóvenes de estratos pobres. Mientras tanto, solamente el SENA arroja la cifra imponente de siete millones de personas capacitadas en técnicas y tecnologías de todos los tipos.
La salud ha dado el más impresionante vuelco. Más de 20 millones de individuos han estrenado cobertura, y estamos a menos del 10 por ciento de conseguir que no haya un solo colombiano sin cubrir. Más de 100 hospitales se convirtieron en centros de primera calidad.
Las obras públicas son para muchos el gran lunar de la administración Uribe. Sólo que en ocho años se construyeron más vías de doble calzada que en toda la historia del país. Diez veces más. También se erigieron más puentes que nunca, y todas las grandes ciudades cuentan con espectaculares sistemas de transporte masivo financiados por la Nación.
Estamos inaugurando 10 cárceles, que solucionarán el problema del hacinamiento, con el que parecíamos condenados a convivir. Las cajas de compensación son ejemplos de desarrollo social, y los fondos de pensiones han reunido ahorros de montos gigantescos.
Todo esto ha sido posible con un manejo riguroso y ortodoxo de las finanzas públicas. No fue en un concurso de simpatía donde nuestro ministro de Hacienda fue catalogado el campeón de América. Hoy, el mundo viene a Colombia a hacer turismo y a invertir: el inversor, sí, es un juez inapelable cuando anda de por medio la confianza.
Falta mucho por decir. Sólo que no queda espacio. Apenas el indispensable para concluir que, por todas estas razones, votaremos por Juan Manuel Santos.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.
En este país se volvió a trabajar con fe, con alegría, con entusiasmo. Antes de que al Banco de la República se le ocurriera la pésima idea del aterrizaje suave, veníamos creciendo al siete por ciento anual. A la crisis inducida le cayó encima la de veras: pudimos sortearla. Y los colombianos quedamos con el gusto por el crecimiento, con la pasión por la prosperidad, con el ánimo suficiente para acometer las grandes hazañas de la productividad.
Nadie apostaba por la solución de los problemas energéticos. Nuestras exportaciones petroleras y de carbón, y las expectativas serias en ese campo, son tan grandes, que algún despistado candidato ha propuesto reducirlas. Nos iba quedando grande la grandeza.
El campo volvió a sonreír. Un millón de hectáreas incorporadas a la producción, se dice pronto. El productor sabe lo que ese esfuerzo le reporta, y el consumidor presencia, con estupor primero y ahora con entusiasmo, el inusitado espectáculo de los precios estables y la oferta abundante.
Colombia ha conseguido dotarse de una oferta escolar que cubre a todos los niños entre los 6 y los 17 años. La educación básica y media está garantizada para todos. Ya se han inaugurado tres de las decenas de megacolegios previstos para niños pobres, de imponente arquitectura y facilidades que envidiarían los más ricos. El Icetex financia –a largo plazo y con módicos intereses– la universidad de más de 300.000 jóvenes de estratos pobres. Mientras tanto, solamente el SENA arroja la cifra imponente de siete millones de personas capacitadas en técnicas y tecnologías de todos los tipos.
La salud ha dado el más impresionante vuelco. Más de 20 millones de individuos han estrenado cobertura, y estamos a menos del 10 por ciento de conseguir que no haya un solo colombiano sin cubrir. Más de 100 hospitales se convirtieron en centros de primera calidad.
Las obras públicas son para muchos el gran lunar de la administración Uribe. Sólo que en ocho años se construyeron más vías de doble calzada que en toda la historia del país. Diez veces más. También se erigieron más puentes que nunca, y todas las grandes ciudades cuentan con espectaculares sistemas de transporte masivo financiados por la Nación.
Estamos inaugurando 10 cárceles, que solucionarán el problema del hacinamiento, con el que parecíamos condenados a convivir. Las cajas de compensación son ejemplos de desarrollo social, y los fondos de pensiones han reunido ahorros de montos gigantescos.
Todo esto ha sido posible con un manejo riguroso y ortodoxo de las finanzas públicas. No fue en un concurso de simpatía donde nuestro ministro de Hacienda fue catalogado el campeón de América. Hoy, el mundo viene a Colombia a hacer turismo y a invertir: el inversor, sí, es un juez inapelable cuando anda de por medio la confianza.
Falta mucho por decir. Sólo que no queda espacio. Apenas el indispensable para concluir que, por todas estas razones, votaremos por Juan Manuel Santos.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.