La eliminación, el 28 de junio y por fuerzas del Ejército libanés, de cinco miembros de Fatah al Islam (dos libaneses y tres saudíes) en Qalamun, y la muerte, al día siguiente, de tres manifestantes palestinos en el campo de Baddawi, sin que se sepa quién les mató, aunque en ese momento se enfrentaban a unos soldados libaneses y les exigían el permiso para regresar a sus hogares de Naher el Bared, ponen de manifiesto cuán inestable sigue siendo la situación en el norte del Líbano, con el riesgo de que tales enfrentamientos –entre yihadistas y soldados libaneses y entre la población civil palestina, soliviantada por tal situación, y las autoridades libanesas– se extiendan al resto del país.
Si el 22 de junio el ministro de Defensa, Elías Murr, había dado por concluidos los enfrentamientos con Fatah al Islam en el campo de Naher el Bared iniciados el 20 de mayo, a los dos días nuevos choques entre ambas partes en la ciudad de Trípoli arrojaban un saldo de 11 muertos, entre los que se contaban tres yihadistas saudíes y uno de nacionalidad chechena.
En cuanto al ataque contra el contingente español, que podría representar o no el comienzo de un hostigamiento contra unas fuerzas presentes desde septiembre de 2006 en suelo libanés bajo bandera de la Finul, plantea dos importantes cuestiones que deben de ser evaluadas tanto por los países europeos que contribuyen con sus tropas como por la ONU, que es la organización garante de una situación kafkiana: por un lado, dichas fuerzas no han podido aplicar, en casi un año, los contenidos más relevantes de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad –especialmente, el de desarmar a las milicias sobre el terreno, en clara referencia al sofisticado y poderoso Hezbolá– porque carecen de un mandato expreso para ello; por otro, nadie se ha preocupado mucho por neutralizar la delirante teoría, extendida en círculos yihadistas salafistas pero también en otros más moderados, aunque siempre dentro del orbe islámico, según la cual dichas fuerzas están ahí desplegadas para defender a Israel, tanto al Estado como a sus ciudadanos.
No hay mejor forma de aprehender las complejidades que se viven en el terreno que reflexionar sobre la posible autoría del sangriento ataque contra nuestros soldados, lo cual nos puede llevar a dos posibilidades cargadas, ambas, de contradicciones.
Lo más probable, según afirman no pocos analistas de la región, que el responsable haya sido un grupo, o célula, yihadista salafista animado, o no, por el Estado sirio o por algunos elementos sirios. En principio, y de ser yihadistas salafistas, lo lógico es que hubieran actuado solos, sin vínculos con un régimen, el de Damasco, al que consideran apóstata y objetivo de sus ataques, y podría tratarse de células o de grupos conectados, o no, con Al Qaida. Su ataque tendría en tal caso como objetivo no sólo a las fuerzas extranjeras, un enemigo natural, por ser considerado invasor de la tierra sagrada del Islam, también a Hezbolá, como organización chií que los yihadistas salafistas desprecian por su heterodoxia dentro del islam, por su participación en la política libanesa y por sus vínculos con Irán y Siria.
Pero la complejidad de las alianzas y afinidades en la zona también nos permitiría adjudicárselo a yihadistas salafistas aún manipulables desde Damasco, o a través de elementos próximos al régimen de Damasco, que, sometiendo el Líbano al caos, pretendieran un doble objetivo: hacerse imprescindibles en el futuro del País de los Cedros –aquí, la cuando menos curiosa solicitud española de ayuda a Damasco para aclarar el atentado constituye, sin duda, un estímulo para el hegemón del Líbano– y frenar todo aquello que manche la imagen de Siria, comenzando por la investigación del tribunal especialmente creado para aclarar el asesinato del antiguo primer ministro libanés Rafik Hariri. Por añadidura, estaría en cualquiera de los dos casos el objetivo de presionar y hostigar al enemigo histórico: el Estado de Israel.
Menos probable pero, por qué no, también posible sería la hipotética autoría de Hezbolá, que hay de evaluarla aun cuando desde sus filas se haya rechazado toda posible participación, se haya condenado el atentado e incluso se haya anunciado la apertura de una investigación interna.
Hezbolá podría haber participado directamente, o podría haber tenido algún conocimiento de los preparativos de atentado y haberse inhibido, si lo que desea es reiniciar su enfrentamiento con Israel, para lo cual la presencia internacional no es sino un obstáculo.
Sabido es que Hezbolá se mueve, especialmente, según los dictámenes de la República Islámica de Irán, y no hay que olvidar que el presidente de ésta, Mahmud Ahmadineyad, ha dado comienzo a la cuenta atrás para la destrucción total de Israel. Hezbolá también se mueve según los dictámenes de Siria, y es sabido, además, que es un partido político/movimiento armado/grupo terrorista que tiene vida propia. Por ello, bien podría responder con su acción o con su inhibición a algunos de los intereses antes manifestados con respecto a Siria o a los también estratégicos de Irán, o incluso a los de su propio liderazgo, que cree haber ganado la guerra de 33 días contra Israel del verano de 2006 y podría llegar a concluir en términos de autocomplacencia que ha llegado el momento de la batalla final.
Además, Hezbolá ha tenido ocasión de comprobar el celo con que trabajan las tropas españolas, las cuales han sometido a vigilancia la frontera siria, por donde tradicionalmente le han llegado las armas, y ha sido puesto en evidencia por soldados españoles en dos ocasiones, con el descubrimiento de dos importantes depósitos de armas, lo que refleja la voluntad de combate de Hezbolá contra Israel pero también su papel de actor fuertemente armado dentro de la política libanesa: el primer depósito fue descubierto el 19 de noviembre de 2006 (más de 300 granadas de mortero y 27 bombas trampa); el segundo, el pasado 7 de abril.
El carácter de actor armado en la arena política libanesa es importante, sobre todo en un momento en que muchos pronostican, dentro y fuera de la región, que se está preparando una nueva guerra civil, y la labor fiscalizadora de las tropas internacionales ha provocado gran disgusto en los arrogantes líderes de Hezbolá.
Por otro lado, tampoco es totalmente imposible que el atentado se haya producido sin participación de Hezbolá, incluso sin su conocimiento. A quienes argumentan que nada se mueve en el sur del Líbano sin que Hezbolá lo sepa habría que recordarles que el terrorismo yihadista salafista destaca por su gran capacidad de ocultación, tanto en el orbe árabo-musulmán como entre las comunidades árabo-musulmanas residentes fuera de él.
Aunque el sur del Líbano es una zona bien vigilada y sus poblaciones están fuertemente infiltradas por elementos del Partido de Dios, también es cierto que las habilidades de los terroristas yihadistas salafistas llevan tiempo mostrándose en escenarios relevantes del mundo árabo-musulmán, desde la propia Siria hasta la Autoridad Nacional Palestina, por no hablar de países largamente sacudidos por dicho terrorismo, como Argelia, Egipto, Jordania o Irak.
En cualquier caso, lo que sí es exigible a Hezbolá, dado que insiste en presentarse como un actor serio y fiable, es transparencia respecto a la investigación que dice haber iniciado. Pero es improbable que, si algún elemento propio contribuyó a la realización del atentado, lo ponga en evidencia ante el mundo.
Estas posibilidades demuestran claramente la complejidad del problema al que se enfrenta España, para el caso concreto de la investigación del asesinato de nuestros soldados, así como las dificultades por que atraviesa el cada vez más debilitado Estado libanés.
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