Por otro lado, jugará un papel inhibitorio el miedo a los costos crecientes del rumbo revolucionario, costos que apenas han empezado a vislumbrarse con la reciente descertificación a medias tintas por parte de Washington en materia antidrogas.
Esto último comienza a definir, aunque de manera muy lenta y ambigua, al régimen "bolivariano" como miembro de pleno derecho del grupo de "Estados forajidos" en la lista negra de Washington. Hasta ahora Chávez y sus seguidores han visto con desdén las acciones de Washington, pues la política estadounidense hacia su régimen ha sido tolerante y blandengue. Pero las cosas pueden cambiar.
Los síntomas de la dictadura militarista de izquierda están a la vista, pero la duración de un régimen abiertamente dictatorial depende del delirio revolucionario y del miedo de sus protagonistas a las consecuencias de sus actos.
Actualmente Venezuela vive bajo una autocracia, que no es lo mismo que una dictadura. Una autocracia significa el gobierno de un individuo que tiene el poder y lo ejerce de manera arbitraria, pero dentro de un marco de constituciones y leyes que parecen limitar o guiar ese poder, mas en realidad son puro papel y ficción, susceptibles de ser revocadas o desobedecidas a voluntad del autócrata. Una dictadura, en cambio, implica despotismo abierto y descarnado, sin pretensiones legales que maquillen la voluntad del jefe. Entonces, el régimen venezolano es hoy una autocracia en vías de transformarse en dictadura.
Las revoluciones tienen lugar en dos planos: en la imaginación de los revolucionarios y en la realidad de los eventos. En la mayoría de los casos el delirio revolucionario consiste en creer que la vida puede recomenzar desde cero y que los cambios radicales conservarán lo bueno del pasado y eliminarán sólo lo malo. Tal delirio es usualmente la fuerza motora del proceso, pues la mentalidad revolucionaria se nutre de una imaginación desbordada y subordina toda ética a los fines de la utopía. En otras palabras, la moral revolucionaria consiste en definir qué conviene a la revolución, y lo que le conviene siempre estará permitido.
Pero en todo revolucionario hay miedo, explícito o implícito. En todo revolucionario existe una medida de cálculo político, propio o de otros que le manipulan. Por ejemplo, durante la crisis de los cohetes en Cuba, en 1962, Fidel Castro puso de manifiesto que para ese entonces el delirio reinaba sin controles en su espíritu. Castro prefería una confrontación nuclear con Estados Unidos antes que el retiro humillante de los misiles soviéticos de la Isla. Posteriormente a ese episodio Castro fue controlado por los soviéticos, y el cálculo político lo suministraba Moscú. El delirio de Castro estuvo por mucho tiempo sujeto a los límites que imponía su amo soviético. No obstante, el delirio nunca se apagó, y hoy renace ante la perspectiva de un sucesor igualmente desmedido, irresponsable e imprudente. Castro aconseja a veces a Chávez cierta cautela, producto de tantos años de fracasos, pero es una cautela débil y pasajera.
Chávez pretende ser el sucesor de Castro, pero sería fácil hacer una revolución sin pagar costos, dejar que la imaginación se desate a diario ante la adulación de una izquierda internacional que le ha ungido como el nuevo paladín en el combate contra los Estados Unidos, el capitalismo y la globalización. No obstante, la inquietud persiste porque el delirio no es total, y se pone de manifiesto en las reacciones destempladas y desconcertantes del régimen cuando Washington apenas asoma la posibilidad de posturas más firmes, más allá de regaños verbales tan intrascendentes como inútiles, formulados semanalmente por los desabridos voceros del Departamento de Estado.
Es muy poco lo que han hecho Washington y la oposición oficial venezolana para disuadir a Chávez. A menos que se produzca un cambio radical, y que tanto Washington como la hasta ahora incapaz oposición venezolana opten por afincarse en deslegitimar al régimen y su aparataje electoral-autocrático, Chávez pisará el acelerador hacia la dictadura socialista-militarista.
Pronto los costos del desastre administrativo empezarán a golpear los bolsillos de los venezolanos, una toma de conciencia acerca de las implicaciones de la alianza con Cuba comenzará a permear el espíritu y las protestas callejeras se multiplicarán. Entonces el delirio de Chávez se impondrá decisivamente, el autoritarismo se intensificará, las expropiaciones se multiplicarán, las agresiones se extenderán, las provocaciones y conflictos se harán más frecuentes y agudos y Chávez dejará atrás toda inhibición. Hasta allí llegará la autocracia y se iniciará la dictadura militarista-socialista.
Quizás la división de aguas no ocurra de una sola vez, como un corte tajante, pero el resultado final se verá con claridad. A partir de allí será otra la historia, y también los pronósticos.
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