No hace mucho (el pasado 28 de septiembre), Sarah Palin declaraba en la cadena televisiva Fox que las elecciones del próximo 2 de noviembre no son el fin sino el comienzo de algo nuevo, de una nueva era en la política americana. Incluso una comentarista hasta hace poco escéptica acerca de la Palin y el Tea Party, Peggy Noonan, ha escrito que, tras el 2-N, "el paisaje político de América nunca será el mismo" (The Wall Street Journal, 2-3 octubre).
Dejemos a los sabios y sabihondos del gremio de las encuestas (de algunos, por supuesto, me fío plenamente: Michael Barone, Larry Sabato, Scott Rasmussen, Karl Rove) que hagan sus cálculos. Yo no soy experto en la materia y sólo expreso una opinión, una intuición... empírica –en el sentido en que Hume entendía el empirismo: la experiencia histórica– como atento observador y estudioso de la cultura política de este gran y fascinante país. Las previsiones más razonables son un vuelco total en la Cámara de Representantes y un avance significativo de los republicanos en el Senado.
En cualquier caso, he aquí los factores que dan un significado especial al 2-N:
1) El ascenso irresistible del movimiento Tea Party y sus principales estrellas, Sarah Palin y Michelle Bachmann. No se trata de un tercer partido, sino de un movimiento reformador y purificador, basado en los valores tradicionales de la cultura democrática americana, ya saben, el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad, traducido políticamente en menos Gobierno y menos impuestos. Fundamentalmente, es un fenómeno anti-establishment y por tanto transversal, con gran atractivo para los votantes independientes; pero en última instancia beneficiará al partido republicano y perjudicará sensiblemente al demócrata.
2) La irrupción de un nuevo feminismo, liberal-conservador, muy diferente del que se generó en la década de los sesenta, con personalidades como las mencionadas Palin y Bachmann y muchas otras: Kelly Ayotte, Christine O'Donnell, Susana Martínez, Carly Fiorina, Meg Whitman, Sharron Angle, Nikki Haley, etc., apoyado asimismo por una joven generación de periodistas, analistas y escritoras con voz propia (y añadiría, si se me permite decirlo, que la mayoría muy atractivas), de la que forman parte Ann Coulter, Laura Ingraham, Michelle Malkin, Dana Perino, Monica Crowley, Greta Van Susteren, Sandra Smith, S.E. Cupp, Ruth Marcus, Noelle Nikpour, Megyn Kelly, Margaret Hoover y un largo etcétera.
3) La consolidación de una nueva generación de legisladores republicanos, los Young Guns, que acabará con el monopolio del partido demócrata en ambas cámaras, bloqueando o desmontando las tendencias estatistas-colectivistas de la administración Obama.
Sus nombres se han hecho populares a escala nacional en esta campaña: los representantes Mike Pence (Indiana), Eric Cantor (West Virginia), Paul Ryan (Wisconsin), Kevin McCarthy (California), o la mencionada Michelle Bachmann (Minnesota), así como los senadores Jim DeMint (South Carolina) y Scott Brown de (Massachusetts), a los que pronto veremos acompañados por Marco Rubio (Florida), Rand Paul (Kentucky), Joe Miller (Alaska), Dino Rossi (Washington), Ken Buck (Colorado), Kelly Ayote (New Hampshire) y Sharron Angle (Nevada) –y seguramente alguna mujer más–.
4) A partir del 3 de noviembre dará inicio de facto la campaña para las presidenciales de 2012, a las que concurrirá un Obama debilitado, que pierde popularidad en todas partes (excepto en Europa y en el Tercer Mundo) y en casi todos los segmentos del electorado: de hecho, su imagen parece ya la de un OTP (One-Term President, presidente de un solo mandato). No quiero darme importancia, pero hice tal prognosis en noviembre de 2009, justo al cumplirse un año de la presidencia de Obama (en Semanario Atlántico y en Libertad Digital), y la ratifiqué de nuevo en febrero y marzo de 2010 (en las mismas publicaciones). Compruebo que, asimismo, lo han pronosticado el ex speaker Newt Gingrich (el 26 de enero de 2010, en la Fox) y el ex vicepresidente Dick Cheney (el 18 de febrero de 2010, en la conferencia de la CPAC). Insólitamente, el propio Obama admitió tal posibilidad en una entrevista con Diana Sawyer (el 25 de enero, en ABC World News).
Los posibles candidatos comienzan a tomar posiciones y hacer gestos. En el partido demócrata tendríamos a un Howard Dean o una Hillary Clinton; en el republicano ya se han postulado informalmente gente como Sarah Palin, Mitt Romney, Newt Gingrich, Mike Pence, Mike Huckabee o Tim Pawlenty.
5) Finalmente, me aventuro a expresar lo que posiblemente sea un mero wishful thinking: la puesta en marcha de lo que denominaré un Newt Deal, frente a una persistente tradición político-cultural trufada de inercias intervencionistas y burocráticas o de variantes del viejo New Deal, con sus correspondientes delirios keynesianos o neomarxistas.
Evidentemente, lo de Newt Deal hace referencia a las diversas iniciativas del más que posible candidato liberal-conservador Newt Gingrich, quien a mi juicio reúne las condiciones más idóneas para ese nuevo liderazgo: experiencia política y legislativa (eficaz miembro de la Cámara de Representantes durante muchos años, fue el líder de la revuelta que dio a los republicanos la victoria en las intermedias de 1994), incluso ejecutiva (ejercer de Speaker de la House exige sin duda condiciones propias del CEO de una gran corporación), gran conocimiento de los medios de comunicación, abundancia de ideas y claridad expositiva. Gingrich ha apoyado con firmeza e inteligencia y desde el principio al movimiento Tea Party, y defendido las posiciones conservadoras en las guerras culturales.
En los meses pasados pensé en Palin como cabeza de la candidatura más plausible (con gente como Romney, Perry o el propio Gingrich como compañeros de ticket). Hoy, creo que lo mejor para los Estados Unidos, a corto plazo, sería una candidatura Gingrich-Palin, que sirviera también de transición y maduración a la inevitable elección, en un futuro no lejano, de la primera mujer presidenta de los Estados Unidos, la genial ex gobernadora de Alaska.