Tras sacar a relucir, con flagrante falta de éxito, cosas como ésas, ha salido Obama con algo nuevo, inusual, acorde con su posición y su intelecto. El señor presidente aporta ahora una explicación científica, de hecho neurológica, a su muy precaria situación. Al parecer, el electorado está fuera de sí a causa de sus inquietudes y miedos, hasta el extremo de que no puede pensar con propiedad. Parte de la razón de que "los hechos, la ciencia y la lógica" no convenzan "todo el tiempo" a la gente de lo acertado de nuestros planteamientos –explicaba el otro día, en Massachusetts, el señor presidente– se debe a que los seres humanos no estamos "programados para pensar con claridad" cuando tenemos miedo; "y el país está asustado".
Obama ha creado una nueva especialidad en el ámbito de las ciencias cognitivas: la psicología progre, y descubierto un principio nuevo: los cerebros asustados están programados para sumirse en la confusión, esto es, para decantarse por los republicanos.
Naturalmente. Obama ha dedicado dos años a inculcar al paisanaje los Nuevos Fundamentos de la sociedad, que a partir de su advenimiento estará mejor regulada y diseñada y, por tanto, será más humana. Y el paisanaje ha decidido retribuirle con un rotundo y obstinado rechazo. Obama les ha dado el Obamacare, los paquetes de estímulo, una política energética onerosísima, y los americanos no es que le muestren indiferencia, es que directamente se comportan como un hatajo de desagradecidos.
Enfrentado a esta tesitura verdaderamente desconcertante, el Doctor Obama ha dado con un trastorno psicológico hasta ahora desconocido: el Síndrome de Subestimación de Obama, que ha hecho presa sobre el conjunto de la población americana, tan aturdida por sus temores de orden económico que es neurológicamente incapaz de apreciar "los hechos, la ciencia y la lógica" y de apoyar como se merece al señor presidente, que tantas bendiciones le ha concedido desde las alturas.
Yo tengo una explicación mejor; mejor porque respeta la célebre Navaja de Occam, que dice que la explicación más probable de un fenómeno cualquiera es la más simple, en el buen sentido de la palabra. Y no hay nada más simple que estos datos de la casa Gallup sobre las inclinaciones políticas de los americanos: hay un 42% de conservadores, un 35% de moderados y un 20% de progresistas. No hace falta síndrome abracadabrante alguno –ni demás ficciones más o menos elaboradas– para comprender que, en un país donde el 80% de la gente declara no ser de izquierdas, el paisanaje se te va a volver masivamente en contra si te da por imponer un programa nítidamente izquierdista.
Pero es que además de la ideología están las circunstancias. El modelo socialdemócrata al que Obama trata de movernos hace aguas en Europa. El colapso financiero acecha no sólo a Grecia, España, Portugal o Irlanda, sino a los países grandes, relativamente más estables. Estamos ante el desmoronamiento de un sistema que, tras infantilizar desde la cuna a la tumba a dos generaciones completas de europeos, ve cómo, en Francia, la ciudadanía sale por millones a la calle a protestar con toda la furia, y a menudo con violencia, por... ¿por qué?... pues... ¡porque se va a subir la edad de jubilación desde los 60 hasta los 62 años!
Tras contemplar algo así, que sólo puede ser entendido como un síntoma palmario de decadencia, el electorado perfectamente programado de Obama dice que no, que ni hablar, que eso, en América, no. El paisanaje ha visto el futuro –Grecia, Francia– y ha llegado a la conclusión de que no funciona. De ahí su oposición a los célebres Nuevos Fundamentos. Su lógica es impecable. Sólo a un intelectual estrechísimo de miras se le ocurriría embarcar a América en la empresa socialdemócrata justo cuando el paraíso de la socialdemocracia se hunde en la miseria.
El mensaje que está enviando el paisanaje no es nuevo, para nada. Ya lo enunció con claridad meridiana en las elecciones de Virginia, Nueva Jersey y Massachusetts, donde los independientes votaron contra los demócratas en estas proporciones: 2 a 1, 2 a 1 y 3 a 1.
La crónica de los dos últimos años es tan sencilla como dramática. Es la crónica de una Administración con un programa altamente ideológico que se encuentra una resistencia popular creciente; una resistencia que tiene que ver con el tamaño y el alcance del Gobierno y, aún más fundamentalmente, con la naturaleza del contrato social americano.
La Administración ha de hacer frente a un juicio el próximo día 2 de noviembre. Como de costumbre, el juez será la ciudadanía americana.
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