Hablo de toda esa carca ralea que sistemáticamente, después del "reino" de Gorbachov, predecía catástrofes tras catástrofes, miseria y hambrunas, el poder absoluto de las mafias y demás lindezas, todo ello porque el paraíso terrenal socialista se había hundido, por culpa de los extraterrestres y del imperialismo yanqui, y que, por lo tanto, Rusia sólo tenía dos alternativas: o restablecer la URSS, mediante un golpe de Estado, o morirse de hambre.
A mí, en cambio, me entusiasma el fin de la URSS; no sólo para los rusos, también, ni que decir tiene, para los países bálticos, Ucrania, Georgia, Europa del Este, como para el resto del mundo, porque al derrumbarse el totalitarismo soviético ha desaparecido ese lazo místico-práctico ideológico y conspirativo, terrorista y espía, de tantos intelectuales y catedráticos, de tantas amas de casa y señoritos andaluces, de tanta gente que siempre anhela el "buen" jefe y la "buena" dictadura y añora un horizonte de alambradas y campos de concentración. Eso, creo, ha pasado a la historia, y por mucho que Putin dé pasos cada vez más dictatoriales no podrá restablecerlo. Aunque se suba a un taburete para mirarse al espejo, Putin no es, ni puede ser, Stalin. Pero está siendo una catástrofe.
Tan apremiante me parecía la condena de la URSS y de sus nostálgicos llorones, y considerando que, pese a los problemas, la situación en Rusia era, y aún sigue siendo, mejor que en los gloriosos tiempos de Lenin, Stalin, Breznev y hasta Gorbachov, subestimé la gravedad de los cambios recientes. Bien sabido es que la mayoría de los nostálgicos del comunismo triunfante, sean peceros, socialburócratas, antimundialistas y partidarios del terrorismo islámico, arrinconados por la derrota del comunismo, han intentado una operación, a la vez mágica y de cirugía estética, para salvar lo posible del naufragio, y de boquilla han criticado a Stalin y al "estalinismo", para salvar el resto, Marx, Lenin, la URSS, la Internacional, la Pasionaria, Togliatti, las Brigadas Internacionales y Perico de los Palotes.
Defendían el "buen comunismo" enfrentándolo al "estalinismo", cuando en realidad son exactamente lo mismo, y Stalin, como Lenin, Mao o Pol Pot, son sus arquetipos, sus prohombres, y no se concibe, ni ha existido, un comunismo en el poder que no sea totalitario.
A esa gentuza no acababa de gustarles Putin porque no había restablecido plenamente la URSS, y además había sido designado como su sucesor por el "mafioso liberal" Yeltsin, el maldito enterrador de la URSS... Y he aquí que de pronto Vladimiro Vladimirovich Putin reivindica, arrogante, la URSS, su glorioso pasado de gran potencia imperialista, e implícitamente (por ahora) a Stalin. Algunos se han apresurado a sacar de sus armarios sus apolillados uniformes de comisarios políticos; otros, mareados por tanto viraje dialéctico, permanecen aún en la expectativa, pero no tardarán demasiado en subirse al furgón de cola del "putinismo". ¡Porca miseria!
Ya tuve ocasión de señalar aquí, en Libertad Digital, cómo Putin se quitó la máscara con motivo de la conmemoración de la victoria aliada contra el nazismo de mayo de 1945 en Moscú; concretamente, en un largo artículo publicado el pasado 7 de mayo en Le Figaro. Pues Stéphane Courtois y Jean-Louis Panné volvieron sobre ese mismo artículo, en el mismo diario, hace unos días. Recordaré que Stéphane Courtois fue el director de orquesta y uno de los autores de El libro negro del comunismo, y Panné uno de sus principales colaboradores. Pues, mira por dónde, estamos totalmente de acuerdo en la condena de Putin, de sus "clases de historia", redactadas –escriben– "con los viejos criterios del totalitarismo estalinista" (yo hubiera escrito "comunista").
Para no repetirme sobre la URSS como única vencedora del nazismo, la "liberación" soviética de Europa del Este o el eterno fascismo de los países bálticos, según el "profesor" Putin, y aunque su artículo no tenga desperdicio, me limitaré a señalar un par de datos que relatan estos dos historiadores. Tratándose de la Alemania nazi, recuerdan que el PC alemán, directamente dirigido por Moscú, luchó junto a los nazis contra la democrática República de Weimar, que la URSS ayudó a Alemania a rearmarse, burlando la prohibición del Tratado de Versalles, y que esa colaboración encontró su apogeo con el pacto nazi-soviético, que se hizo público en 1939 pero que tenía cláusulas secretas sobre la cesión a Moscú de los países bálticos, media Polonia, Besarabia, Moldavia, etcétera.
Recuerdan también Courtois y Panné que Moscú ordeno a todos los PC del mundo no atacar a la Alemania nazi y concentrar sus críticas en sus propios gobiernos capitalistas. No señalan, sin embargo, que entre los acuerdos secretos de ambos totalitarismos, que se pusieron en práctica a partir de 1937, estaban España y nuestra guerra civil. El nuestro fue el único país donde nazis y soviéticos apoyaban, más o menos pero militarmente, bandos opuestos; y acordaron, tan secretamente que nuestros "historiadores" aún no se han atrevido a comentarlo, el triunfo de Franco.