La principal moraleja que ofrecen los puertorriqueños es que se puede sobrevivir en tiempos de crisis, aunque no sea posible delinear una fórmula concreta de supervivencia. Lo más parecido a esa fórmula sería el viejo adagio criollo de: "Que nos quiten lo bailao".
La recesión en Puerto Rico se ha prolongado más de lo habitual o previsible debido, en parte, al desplome de la economía norteamericana, de la que depende en forma directa la de la Isla. Pero muchos puertorriqueños piensan que también ha influido la pobre gestión de una clase política anegada en rivalidades estériles y escándalos de corrupción. Recientemente una corte federal investigó cinco cargos criminales contra el gobernador Aníbal Acevedo Vilá, del Partido Popular Democrático. La justicia federal también está procesando por corrupción al senador Jorge de Castro Font, quien fuera uno de los principales líderes del opositor Partido Nuevo Progresista. Y numerosos ex funcionarios del gobernador anterior, Pedro Rosselló, han cumplido o cumplen condenas por motivos similares.
Estados Unidos era el refugio natural de los puertorriqueños más golpeados por la falta de oportunidades económicas. De ahí que decenas de miles emigraran allá en los últimos años, sobre todo a la Florida. Pero el creciente desempleo en la metrópoli está desalentando la emigración. La Isla no tendrá otro remedio que labrarse su propia salida de la incertidumbre económica. Y un camino posible pasaría por estimular como nunca antes el turismo, que se ha ido rezagando ante la competencia extraordinaria de otros destinos caribeños más baratos. Me dicen que durante los dos años y pico de recesión ha descendido notablemente la ocupación hotelera, señal inequívoca de que ha decaído el número de visitantes extranjeros.
El declive del sector turístico revela los límites de la dependencia puertorriqueña de Estados Unidos. Cuanto más se resienten sus bolsillos, menos son los norteamericanos que visitan la Isla. Se cae de la mata, entonces, que las autoridades locales deberían buscar alternativas en las regiones o países menos golpeados hasta ahora por la contracción económica global, como algunos vecinos del sur y ciertas naciones de Asia y Europa. Conquistar ese turismo sería, desde luego, más complicado y costoso. Pero rendiría frutos potencialmente grandes, pues generaría turismo durante el año entero y no, como ahora, en la temporada invernal.
Pocos pueblos a través del tiempo se han entregado con tanta fruición al consumo como el puertorriqueño, pese a ser sobre el papel el más humilde de todos los que integran la Unión norteamericana. Pero la recesión ha mermado notablemente sus hábitos consumistas, como se ha demostrado durante las semanas de compras navideñas y de Reyes. Y esa es otra lección elemental que tendrán que asimilar los consumidores norteamericanos, mientras dure la crisis económica.
La recesión empieza a sentirse como algo permanente en Puerto Rico, una especie de maldición duradera a la que muchos residentes han comenzado a acostumbrarse demasiado. Un gran reto de la administración del nuevo gobernador, Luis Fortuño, será superar esa especie de fatalidad económica que embarga a muchos puertorriqueños. Y devolverles cierta confianza en la integridad de los líderes que escogen para regir su destino.
La recesión en Puerto Rico se ha prolongado más de lo habitual o previsible debido, en parte, al desplome de la economía norteamericana, de la que depende en forma directa la de la Isla. Pero muchos puertorriqueños piensan que también ha influido la pobre gestión de una clase política anegada en rivalidades estériles y escándalos de corrupción. Recientemente una corte federal investigó cinco cargos criminales contra el gobernador Aníbal Acevedo Vilá, del Partido Popular Democrático. La justicia federal también está procesando por corrupción al senador Jorge de Castro Font, quien fuera uno de los principales líderes del opositor Partido Nuevo Progresista. Y numerosos ex funcionarios del gobernador anterior, Pedro Rosselló, han cumplido o cumplen condenas por motivos similares.
Estados Unidos era el refugio natural de los puertorriqueños más golpeados por la falta de oportunidades económicas. De ahí que decenas de miles emigraran allá en los últimos años, sobre todo a la Florida. Pero el creciente desempleo en la metrópoli está desalentando la emigración. La Isla no tendrá otro remedio que labrarse su propia salida de la incertidumbre económica. Y un camino posible pasaría por estimular como nunca antes el turismo, que se ha ido rezagando ante la competencia extraordinaria de otros destinos caribeños más baratos. Me dicen que durante los dos años y pico de recesión ha descendido notablemente la ocupación hotelera, señal inequívoca de que ha decaído el número de visitantes extranjeros.
El declive del sector turístico revela los límites de la dependencia puertorriqueña de Estados Unidos. Cuanto más se resienten sus bolsillos, menos son los norteamericanos que visitan la Isla. Se cae de la mata, entonces, que las autoridades locales deberían buscar alternativas en las regiones o países menos golpeados hasta ahora por la contracción económica global, como algunos vecinos del sur y ciertas naciones de Asia y Europa. Conquistar ese turismo sería, desde luego, más complicado y costoso. Pero rendiría frutos potencialmente grandes, pues generaría turismo durante el año entero y no, como ahora, en la temporada invernal.
Pocos pueblos a través del tiempo se han entregado con tanta fruición al consumo como el puertorriqueño, pese a ser sobre el papel el más humilde de todos los que integran la Unión norteamericana. Pero la recesión ha mermado notablemente sus hábitos consumistas, como se ha demostrado durante las semanas de compras navideñas y de Reyes. Y esa es otra lección elemental que tendrán que asimilar los consumidores norteamericanos, mientras dure la crisis económica.
La recesión empieza a sentirse como algo permanente en Puerto Rico, una especie de maldición duradera a la que muchos residentes han comenzado a acostumbrarse demasiado. Un gran reto de la administración del nuevo gobernador, Luis Fortuño, será superar esa especie de fatalidad económica que embarga a muchos puertorriqueños. Y devolverles cierta confianza en la integridad de los líderes que escogen para regir su destino.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.