No es estimulante escoger a conciencia a un ciudadano que nos represente en el Poder Legislativo cuando vemos que el conjunto se comporta como una camarilla interesada en los logros personales, en la jugosa dieta parlamentaria –incluido el premio futuro de la gorda pensión–, en el control de cuotas burocráticas en los diversos estamentos estatales o en boberías como imponer condecoraciones u ofrecer homenajes inmerecidos a otros políticos.
Lo ideal sería poder distinguir a los corruptos y saber quién es inteligente y honesto, útil a la democracia. Lamentablemente, la trayectoria no puede comprobar ni lo uno ni lo otro: apenas muestra lo bien conectado que es un candidato. De otra parte, la ausencia de propuestas es absoluta y los partidos están lejos de actuar como bancadas ofreciendo desde ahora propuestas partidistas viables. Igualmente, la publicidad política se está limitando al discurso emotivo de siempre, a promulgar el "cambio" o a vender a algunos –de manera oportunista– como aliados del presidente Uribe. Por eso es más fácil y más sano identificar por quiénes no deberíamos votar, para que como ciudadanos no contribuyamos aún más a la perversión del sistema.
En primer lugar, abstengámonos de votar por futbolistas, actrices, reinas de belleza, locutores, humoristas y similares. Estos personajes sólo buscan capitalizar su fama y reconocimiento –o solucionar su vida– a través de una curul en el Congreso porque es la mejor manera de seguir ganando mucho dinero sin hacer nada. La gente de la farándula que ha llegado a nuestras instituciones políticas es prueba fehaciente de que nada tiene que estar haciendo ahí: su aporte es nulo.
En segundo lugar, nadie debe votar por delfines. El poder político no se hereda: eso es un atentado contra la democracia y un irrespeto a toda la sociedad. En unos casos son los hijos de oscuros caciques, que quieren seguir desfalcando al Estado a través de aquellos; en otros, los hijos de grandes líderes, que sin construir una carrera propia se apuntalan en su apellido para sobresalir.
Este es un país indecente donde las oportunidades están negadas al pueblo porque toda la torta se la reparten hereditariamente los dueños del poder. Un político decente, por muy presidente que haya sido su papá, tiene que hacer su propia carrera empezando por lo bajo, como concejal de un pequeño pueblo, secretario de un juzgado o empleado medio de una entidad pública. Es muy mal síntoma el que estos advenedizos quieran saltar de los pupitres de Harvard a los del Capitolio sin mojarse los zapatos. Nada bueno saldrá de ellos así.
Otro tipo de candidatos por los que debemos abstenernos de votar son los pertenecientes a partidos de índole u origen religioso, bien sea de orientación católica o de cualquier otra tendencia. Las cosas de Dios, los asuntos espirituales, dejémoselos a las iglesias. La política es un asunto terrenal que debe ser manejado por laicos; el Estado debe ser secular.
Tampoco son merecedores de nuestros votos los políticos que ensucian las ciudades llenándolas de vallas que luego no retiran. En general, quienes abusan de la publicidad a través de cualquier medio demuestran que tienen mucha plata y pocas ideas. Las intenciones de quienes se anuncian como un detergente generalmente son dañinas. El colmo es la estrategia del Equipo Colombia, de Luis Alfredo Ramos, en Bogotá, usando niñas con los pechos al aire para repartir volantes en los semáforos. Será porque son políticos de cabaret o prostíbulo. Eso no es digno de la actividad política: cada cosa en su lugar.
Otro grupo que no debe recibir votos es el que promete todo; eso identifica a los incapaces que quieren hacerse con un sueldito a toda costa, a cambio de lo que no está a su alcance. Ofrecen empleo para todos, educación gratuita, hospitales en cada esquina, subsidios para ancianos y hasta becas por no estudiar. La demagogia y populismo es para engañar a tontos: nada de eso se cumple.
Quien lleve cuatro o cinco períodos en el Congreso no debería tener más votos para volver. Si su presencia ha sido benéfica –lo cual es de dudar–, mil gracias por el servicio prestado a la Patria y hasta luego.
Para finalizar, el periódico El Tiempo (19-II-2006) aporta una larga lista de candidatos que están a favor de eliminar la extradición de colombianos. Éstos tampoco merecen el voto, porque la extradición no es un favor que hacemos a los Estados Unidos, sino un favor que nos hacemos nosotros mismos, poniendo a los delincuentes a resguardo de quien sí los puede subyugar. Y gratis.
Después de estos consejos, ¿tiene claro por quién votar, o se quedó sin candidatos por hacer caso a estas recomendaciones? Si así fuere, vote en blanco; votar en blanco no es un asunto tan estéril como se cree.
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