Los cubanos quedaron rehenes del comunismo sin saberlo, y Castro dispone de sus menguados destinos desde hace cincuenta y dos años. Allende nunca superó el 34 por ciento del voto, y Chile todavía no ha saldado la deuda que le costó esa aventura.
Petro ganó las elecciones a la Alcaldía de Bogotá con el 32 por ciento de los votos. Más del 65 por ciento del electorado se oponía a su persona y a sus iniciativas. Pero de nuevo surgieron las divisiones insensatas, los orgullos mezquinos, la falta de visión. Por lo que Bogotá quedará por cuatro años sometida al gobierno de unas minorías implacables. La historia no cambia.
El Polo Democrático tiene arruinada esta ciudad desde hace ocho años; primero por medio de un personaje medio chistoso que presidió el desgobierno absoluto y luego con una camarilla dispuesta a gobernar sin vergüenza. Pero ahora viene lo peor. Porque Petro es más ambicioso y más listo que Garzón, y porque la demagogia esencial es más grave que el robo como sistema. Esto no lo entendieron las mayorías en las urnas, ni los jefes en las campañas. Cada uno insistió en lo suyo y no hubo un ápice de compasión con la suerte de más de siete millones de personas.
Petro nunca administró nada, y no tiene entre los suyos quien sepa que administrar es una ciencia que reclama aplicarse a ella con paciencia, orden y juicio. Petro no tiene paciencia, ya lo vimos, y mucho menos está dispuesto a someterse a un orden y a obrar juiciosamente. Su discurso de victoria es una radiografía del personaje: bastante menos elocuente y diserto de como se lo pregona y bastante más peligroso de como se lo supone. No ha empezado su tarea y ya se presenta como el redentor de las masas abandonadas y jefe para grandes empresas del futuro.
Esas circunstancias gravitarán en su contra, pero sus fracasos lo harán más temible. Porque no hay nada más dañino que un aprendiz de autócrata acorralado por una realidad que no le hace concesiones.
Para ganar la mayoría relativa que obtuvo, que es en verdad una minoría inapelable, Petro acudió al viejo truco de prometer imposibles. Y hará cualquier cosa para demostrar, a la hora del balance, que la culpa no fue suya, sino de quienes se opusieron a sus designios y le cerraron el camino en su carrera hacia el éxito. Pero mientras llega la hora de las cuentas, alcanzará a causar irreparables daños. La Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB) será, al parecer, su primera víctima.
Los accionistas privados, que se tengan fino. De alguna parte tienen que salir los recursos ingentes que requieren las quimeras. Y los contribuyentes, que se alisten. Petro estará siempre dispuesto a culpar al egoísmo de los ricos, antes que admitir su incompetencia. El endeudamiento vendrá, con su séquito de horrores. No hay nada más caro que administrar ilusiones. Ni nada más sencillo que explicar los desastres por la obra ajena.
Será cosa de ver cómo maneja la Policía el que quiso tan mal a los policías. Y cómo garantiza la seguridad el que fue experto en amenazarla. Y cómo logra explicar ante los jueces el tema de su inhabilidad. Porque el quite torero que el Consejo Nacional Electoral le hizo al asunto no significa que el tema esté cerrado. Petro fue condenado por porte ilegal de armas por la justicia penal militar que entonces regía. A su evidente incapacidad para gobernar se suma su indiscutible inhabilidad jurídica para intentarlo.
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, exministro colombiano de Interior.