Uno de los peores escenarios electorales que se podían prever era sin duda éste de una segunda vuelta entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, pues representan opciones políticas radicales. Pese a eso, lograron imponerse en la primera vuelta.
El ambiente electoral de esta segunda vuelta ha estado marcado por la agresividad, no sólo entre los representantes de ambas candidaturas sino entre la población, que se ha visto auténticamente entre la espada y la pared. Ahora bien, en algo sí han estado de acuerdo Humala y Fujimori: en luchar por atraerse a los que han decidido optar por el voto blanco o viciado.
Lo que también ha generado este proceso ha sido una auténtica mezcolanza ideológica y tomas de partido muy controvertidas. La que más ha sorprendido es la de Mario Vargas Llosa, que ha pedido el voto para Humala. Aunque en los últimos años han tenido unas relaciones más bien cordiales, el escritor y el político estaban ideológicamente en los antípodas. Nuestro premio Nobel siempre ha tenido palabras críticas contra el nacionalista, a quien en numerosas oportunidades ha acusado de estar detrás del plan bolivariano de Hugo Chávez para penetrar en el Perú. Obviamente, los propios seguidores de Vargas Llosa se vieron ante una tremenda disyuntiva, y no son pocos los que han pasado a criticarle duramente. Por otro lado, se ha llegado al terrible extremo de amenazar de muerte a familiares del escritor residentes en Lima, algo que ningún país democrático que se precie de serlo puede tolerar.
Según algunos expertos, una de las grandes frustraciones de Hugo Chávez es, justamente, no haber podido aún instalar a su particular marioneta al frente de uno de los países de la región que más éxitos económicos han cosechado en los últimos años. Chávez se salió con la suya en Bolivia, Ecuador y Nicaragua; fracasó en Honduras en 2009 y, tres años antes, en Perú, aunque por poco: también entonces llegó Humala a la segunda vuelta, en la que fue derrotado por Alan García, otro personaje de infame recuerdo para los peruanos, después de que hundiera el país durante su primer gobierno, entre 1985 y 1990. Numerosas voces sostienen que, si vuelve a fracasar, éste será el final de la carrera política de Humala, pero no de su organización nacionalista, que podría tener en... ¡su esposa!, Nadine Heredia, su nueva apuesta.
Otro de las tomas de postura sorprendentes ha sido la de Álvaro Vargas Llosa, que después de haber escrito importantes ensayos, como el Manual del perfecto idiota latinoamericano –junto a Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner–, en los que describe críticamente a personajes muy parecidos a Humala, ha pasado a apoyar fervientemente a éste. Dicho apoyo no parece radicar en una coincidencia ideológica, sino más bien en una frenética oposición a lo que representa el fujimorismo para sus detractores: corrupción, erradicación de la libertad, violaciones a los derechos humanos... En resumen, el regreso de la mafia llamada fujimontesinista –en alusión a los presos Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos– repele a muchísimos peruanos.
Los apoyos de Keiko
También Keiko Fujimori recibe respaldos importantes. Por ejemplo, el de Jaime Bayly, muy conocido –además de por sus libros y sus incontables polémicas– por su frontal oposición a cualquier cosa que tenga que ver con Chávez. Alejado de las pantallas de televisión después de las elecciones municipales, un canal de televisión lo repescó con el claro objetivo de atacar la candidatura de Humala.
Lo curioso es que hace sólo siete meses Bayly apoyaba abiertamente para la alcaldía de Lima a Susana Villarán, una opción claramente izquierdista con importante presencia sindical. Sea como fuere, este dato nos sirve para recordar que en el Perú, y al menos en las primeras vueltas, las elecciones no tienen que ver tanto con las ideologías como con la personalidad de los candidatos.
¿La verdadera cara de las candidaturas?
Estas larguísimas ocho semanas entre la primera y segunda vuelta han servido también para que los candidatos sepan qué miembros de sus equipos pueden beneficiarles o perjudicarles notablemente. Así, algún que otro portavoz de Humala acudió a los platós de televisión para defender sus planes de gobierno (en plural, ya que el nacionalismo ha presentado correcciones a su documento original) y, exaltado y violento, mostró la peor cara de la candidatura. Y hubo congresistas de la lista fujimorista Fuerza 2011 que hicieron defensas energuménicas de Alberto Fujimori. Una congresista incluso se atrevió a amenazar al actual presidente del Poder Judicial, César San Martín, por haber sentenciado a 25 años de cárcel al expresidente: "Ahora él debe rendir cuentas de sus actos". Otro creyó importante entrar en una carrera absurda para declarar que durante la presidencia de aquél "se mató menos". Aunque tanto Humala como Keiko Fujimori se apresuraron en desautorizar a semejantes voceros, el daño estaba ya hecho.
Los dos aspirantes se han esforzado en alejarse de los pasivos que tanto dañan sus candidaturas. Humala no ha dejado de repetir que no hará nada parecido a lo que ha hecho Chávez en Venezuela, al punto de que ha llegado a renegar de su relación con el bolivariano, mientras que Keiko ha intentado desmarcarse de los errores de su padre y pedido perdón por los delitos cometidos durante la década de los 90.
Apoyos finales y polarización
Si ambas candidaturas simbolizaban ya la polarización del electorado, los últimos apoyos públicos recibidos por una y otra han agravado aún más la situación. Desde que se conocieron los resultados de la primera vuelta, tanto la prensa como la ciudadanía esperaban una declaración de los candidatos derrotados. Pero esto sólo se esperaba como información adicional, ya que en el Perú, país con una ausencia preocupante de partidos políticos bien constituidos y organizados (el APRA de Alan García podría ser la excepción, si bien ha obtenido unos resultados nefastos en estas elecciones), el trasvase de votos de un partido a otro es prácticamente imposible.
Hace sólo unos días Alejandro Toledo se decidió a apoyar a Humala, pese a que un par de semanas antes dijo que dejaría libertad total a sus simpatizantes, e incluso llegó a amenazar a los militantes de su formación en caso de que se decantaran públicamente por uno u otro contendiente. Muchos quedaron sorprendidos con este giro, sobre todo porque, en plena campaña, el ex presidente dijo que votar por el nacionalismo era un auténtico "salto al vacío", debido a los vínculos de Humala con Chávez. Toledo parece haberlo olvidado y dice ahora que no ha pedido nada a cambio de este apoyo.
Algo parecido ha sucedido con Pedro Pablo Kuczynski, que reforzó su candidatura con una presencia masiva en las redes sociales y logró colocarse tercero en la primera vuelta, a pocos puntos de Keiko Fujimori. El exministro de Economía y primer ministro de Toledo tardó varias semanas en explicar el sentido de su voto en segunda vuelta, aunque para nadie era un secreto que se decantaría por la hija de Alberto Fujimori. PPK (Pepeka, como es más conocido) tenía un problema, y es que su candidatura se basó en una extraña alianza de movimientos de izquierda y de la derecha más conservadora. Dos de sus líderes han apuntado que la decisión de PPK es a "título personal", una nueva prueba de la imposibilidad del endose del voto.
¿Y ahora qué?
Sea quien sea su próximo presidente, el Perú entrará en una nueva etapa, distinta a la de los últimos diez años. A nadie se le escapa que lo ideal es corregir algunas deficiencias o fallas graves (la tan mentada bonanza ha de llegar a todas las regiones, para que se reduzca de una manera efectiva la pobreza y se avance en lo relacionado con la inclusión social; el sistema educativo se ha de reformar de una vez, etc.) sin cambiar de rumbo en lo relacionado con el crecimiento. Tanto Keiko Fujimori como Ollanta Humala tratarán de romper con un pasado que los ha perjudicado en esta campaña y, sobre todo, tendrán que lidiar con un Congreso muy fragmentado, lo que dificultará una gobernabilidad adecuada pero forzará la búsqueda de acuerdos, algo más que necesario en un país que está viviendo una intensa polarización por causas electorales.
MARTÍN HIGUERAS HARE, corresponsal de LIBERTAD DIGITAL en Lima.