Desde el colapso del colectivismo, las izquierdas serias han abandonado su aversión a la propiedad privada y usualmente limitan su propuesta a impulsar una limitada intervención estatal, aunque ésta, de todos modos, contraste con los sectores liberal y conservador, que cifran la economía en la iniciativa privada sin interferencias.
En el plano social, mientras a la derecha del mapa político se enfatizan los valores tradicionales, la izquierda se concentra en el auxilio estatal a los sectores que considera rezagados. En lo político, donde se destacan las relaciones exteriores, la izquierda propone una estrategia más global de inserción mundial, mientras la derecha tiende a resguardar los intereses nacionales.
Este esbozo, si bien superficial, resulta suficiente para notar que el tercer parámetro ha primado en Israel durante su primer medio siglo y pico de vida, y lo ha hecho en tal medida que casi ha desalojado de la conciencia ciudadana a los otros dos, el económico y el social. El motivo de esa primacía es que, dado que sus vecinos impusieron a los hebreos un estado de guerra constante, la política exterior fue en Israel siempre la fundamental: lo que en otras áreas podía considerarse un corregible desliz, en exteriores pasaba a ser un error de vida o muerte. En consecuencia, siempre se juzgaba a un partido o gobierno, en primer lugar, por su postura en materia exterior.
Vayan algunas palabras de conclusión sobre los otros dos criterios. Primeramente, la discusión económica apunta en Israel al grado de influencia que se le asigna a la central obrera, en un país proclive a las huelgas. En segundo lugar, en el debate social vibra ya desde hace décadas una sostenida controversia: el vínculo entre religión y Estado, dadas las singulares características de los judíos como grupo.
La abrumadora mayoría de los israelíes desea que Israel sustente dos valores que le son preciados: ser un Estado judío y ser una democracia moderna. Los extremos que niegan esa doble condición constituyen pequeñas minorías: de un lado, quienes estarían dispuestos a sacrificar la democracia israelí en aras de un Estado más fiel al judaísmo; del otro, quienes sacrificarían íntegramente el carácter judaico del país. Por sobre ellos, la gran mayoría aspira a conservar ambos valores, incluso si por momentos pudiera desafiarlos alguna tensión.
A la normalización por la paz
Debido precisamente a que ha preponderado el tercer criterio –el de la política exterior– en la definición de izquierda y derecha, estos términos se mimetizaron con los de la clasificación vernácula israelí de palomas y halcones. Las palomas sostienen que la paz debe explicitarse como prioridad nacional, y que puede alcanzarse por medio de concesiones. Los halcones opinan que la paz es asequible por medio de fortalecer la nación, y son muy cautelosos en no explicitar demasiado el anhelo de paz para que el enemigo no abuse de él.
Como sostuvo Henry Kissinger, cuando se declama ante violentos tiranos que la paz es la primera prioridad termina empantanándose la paz real, puesto que el enemigo se aprovecha de esa priorización para debilitar a la democracia con la que está enfrentado, siempre tentado a dar el golpe de gracia final.
Las motivaciones de palomas y halcones israelíes se fundan en la racionalidad, el patriotismo y los deseos de paz, y descalificar a uno de los sectores por "traidor" o "belicista" es un acto de soberbia o ignorancia.
De ese par de sinonimias israelíes –palomas/izquierda y halcones/derecha– resulta una paradoja con respecto a ciertos partidos políticos, de los que hay dos buenos ejemplos entre aquellos que hasta hace poco integraron la coalición gubernamental de Ariel Sharon, antes de que a principios de año los reemplazara el laborismo liderado por Simón Peres.
De un lado, Shinui (Cambio), fundado en 1973 como protesta por las negligencias previas a la Guerra de Yom Kipur, exhorta en su plataforma a "una mínima injerencia del Gobierno en la vida económica". A pesar de ello, se le considera de izquierdas, porque en otro punto de la misma plataforma impulsa las cesiones territoriales y porque es altisonante en su demanda de eliminar toda influencia religiosa en la vida nacional.
El ejemplo inverso es el Mafdal (Partido Religioso Nacional), que por un lado se ha asociado al pequeño partido sindicalista Am Ejad (Pueblo Unido) y promueve legislación socializante; pero de todos modos se le considera de derechas, porque en cuestiones de soberanía nacional defiende la tierra de Israel histórica, ergo se opone a las concesiones territoriales a los palestinos.
Como la última década generó en Israel miríadas de palomas desencantadas, el sector halcón creció visiblemente. Uno de los efectos del desencanto fue la elección en 1996 del primer ministro Benjamín Netanyahu, que es precisamente el que está dotando a la discusión israelí de una normalidad de la que la guerra le había privado.
Como en el resto de los países occidentales, prevalecen en Israel dos grandes bloques partidistas: el socialdemócrata o laborista y el liberal-conservador o Likud ("unión"). Ésta es la verdadera lid actual de Netanyahu, que como ministro del Tesoro intenta completar la liberalización de la economía israelí, lo que incluye un plan de privatizaciones que abarca la energía eléctrica, al que se opone su colega Benjamín Ben Eliécer, el ministro laborista de Infraestructuras.
El éxito de la política económica de Netanyahu es corolario de la que iniciara como primer ministro en 1996, eliminando el burocratismo y bajando impuestos. Que esta liberalización de la economía sea un logro del Likud se le ha escapado a la prensa europea, debido a que la mayor parte de ésta perpetra contra Israel una desinformación que, entre otras falacias, ha presentado a dicho partido como si fuera ultranacionalista, cuando en rigor se ajusta a los cánones de los partidos liberales de Occidente.
Justamente la oposición más activa hoy en Israel es la de la derecha, que se resiste a la retirada unilateral de Gaza emprendida por el premier Sharon y aprobada por la Kneset (Parlamento), tanto en sus principios –por 67 votos a 45 (26/10/04)– como en los detalles de aplicación –por 59 votos a 40 (15/2/05)–.
Existe dentro del mismo Likud una fuerte corriente de opinión que exigía la convocatoria de un referendo nacional para decidir sobre el asunto, pero estos denominados "rebeldes" recibieron un duro golpe cuando la Kneset rechazó la posibilidad del plebiscito por 72 votos a 39 (28-3-05). Netanyahu estaba entre los proponentes del referendo, pero renunció a la idea cuando ésta fue desechada por la mayoría parlamentaria.
En esto también una gran parte de los medios europeos han distorsionado deliberadamente la realidad, presentando a los detractores del repliegue israelí como si fueran fanáticos parapetados tras argumentaciones teológicas. La realidad es que el discurso habitual de la oposición de derecha es o bien de seguridad o bien moral. Que entregar territorios a un enemigo pondrá en peligro la vida de los israelíes o que el desarraigo de sus hogares que se impone a miles de judíos no es auspicioso para la paz.
Si, con todo, el proceso de paz avanzase, el debate político israelí se centraría cada vez más en temas económicos, culturales y ecológicos, y menos en cómo resistir la agresión de nuestros vecinos.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento) y España descarrilada (Inédita Ediciones).