No son pocas las voces que han tachado a los responsables de la coalición gobernante en Berlín de oportunismo, incluso oscurantismo, por aprovechar estas fechas para llevar al Bundestag una ley de tan graves consecuencias para el futuro del país. Pero el pasado sábado, y con los votos a favor de 428 parlamentarios, fue aprobada la Ley de Reforma Federal, sin grandes alardes y con la sordina de la victoria del once nacional ante la selección argentina. El alemán de la calle apenas se ha dado cuenta de que la estructuración básica de su país ya no será la misma que antes de los Mundiales de fútbol.
Las luchas intestinas entre los länder y el Estrado federal en asuntos tan importantes como la educación o las políticas europeas han llegado a su fin. Aquí no se trataba de cohesionar un Estado ya de por sí muy maduro, sino de reestructurar las cuotas de poder y, mucho más importante, de financiación. La nueva ley reordena aquéllas otorgando mayor libertad de acción al Estado federal, gracias a un nuevo sistema de valoración de las leyes federales y al reconocimiento de la potestad exclusiva de los länder en materias tan importantes la arriba mencionada. Sin embargo, el establecimiento de un nuevo marco financiero, que dote de estabilidad y proteja del endeudamiento irracional las maltrechas arcas alemanas, deberá esperar al otoño.
Guido Westerwelle, el líder del partido liberal (FDP), ha sido especialmente crítico en este punto y ha tachado la nueva ley de "intento de remiendo", "ahora que hubiese podido ser posible una nueva visión de Alemania". La reforma, según Westerwelle, nos devuelve a un Estado cuasifeudal, con pequeños estados supercentralistas dentro de una estructura mayor que pierde efectividad. "Lo único que hemos conseguido es hacer más difícil la mudanza de una familia de un land a otro", concluyó, irónico, su rueda de prensa del domingo.
Lo cierto es que tras las líneas maestras de la reforma se esconde un aumento del centralismo en los länder, al tiempo que disminuye la cohesión en muchos aspectos de la vida cotidiana de los alemanes. Los defensores de la reforma arguyen que se ha conseguido reducir el número de leyes federales que necesitan la aprobación de los länder del 60% al 30%, lo que confiere más agilidad a la política de Berlín. Es cierto. Pero también lo es que aspectos tan fundamentales como la educación, la seguridad ciudadana (Interior), las prisiones y el comercio interno pasan a ser asunto exclusivo de los länder.
El Estado federal gana competencias, por ejemplo, en lo relacionado con la protección de la naturaleza, con lo que puede coordinar más fácilmente las acciones en todo el territorio. Los políticos de Berlín consideran que por fin será posible una ley nacional sobre medioambiente, un proyecto por todos deseado pero al que aún nadie había querido poner siquiera el nombre.
No obstante, los länder conservan la posibilidad de apartarse de las leyes nacionales en algunos casos concretos, y por acuerdo en los "parlamentos regionales". No hace falta ser vidente para predecir las disputas que tal excepción a la regla puede generar.
Definitivamente mejor es la nueva ley en lo referente a la política europea. Los casos en que Berlín necesita de la aprobación de los länder para adoptar medidas de política común europea han quedado reducidos a situaciones excepcionales y a aquellos temas que sean potestad exclusiva de los gobiernos regionales. Un respiro para los futuros cancilleres germanos y sus ministros de Exteriores.
Las políticas de educación serán en el futuro asunto exclusivo de los länder. Ello supone un claro empujón a la libre competencia entre los gobiernos federados, lo que debería redundar en una mejora de los sistemas educativos en el país.
Sin embargo, no podemos olvidar que, sin un esqueleto financiero, la reforma se queda coja. Una verdadera reforma del federalismo alemán debe perseguir además el objetivo de la descentralización de las competencias, regular claramente las responsabilidades en asuntos legislativos y generar un aumento de la competitividad entre los länder, sin olvidar las diferencias regionales. La reforma del federalismo presentada no satisface ninguno de estos principios.
En ningún modo queda claro quién pagará las consecuencias de las decisiones tomadas en Berlín o en los länder, de forma que el texto aprobado el pasado sábado corre el riesgo de quedarse en una declaración de intenciones profundamente limitada por la ley de financiación, que ha de aprobarse antes de fin de año.
Mañana volvemos a las banderas y los cánticos; nadie hablará de Merkel, ni de Westerwelle, ni de la nueva ley: sólo Ballack, Podolsky & Co. ocuparán las mentes y los corazones de los alemanes. Olvidarán que nadie ha perdido un solo minuto en aclarar los aspectos centrales de las cuestiones relativas a la democracia. Por ejemplo, sobre el reforzamiento del papel de los parlamentos regionales en su labor legislativa y la necesaria reforma electoral que les dote de verdadera representatividad. La reforma de la ley de referendos ha quedado para mejores fechas.
La ausencia de un previo debate serio en todos los niveles de la sociedad germana no contribuirá a la aceptación sin trabas de la ley ahora aprobada. Todos los partidos de la oposición votaron en contra, y no son pocas las voces que se han alzado desde las filas de la CDU y el SPD.