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UNA INICIATIVA PARA PROCESAR A AHMADINEYAD

Palabras que matan

Hubo un tiempo en que Simon Bikindi fue el músico más celebre de Ruanda. También hubo un tiempo, hace 12 años, en que fue el más letal. En 1994, mientras hordas de hutus perpetraban una matanza que se cobró la vida de más de 800.000 personas, tanto tutsis como hutus moderados, las incendiarias canciones de Bikindi se enseñoreaban de las emisoras del país.

Hubo un tiempo en que Simon Bikindi fue el músico más celebre de Ruanda. También hubo un tiempo, hace 12 años, en que fue el más letal. En 1994, mientras hordas de hutus perpetraban una matanza que se cobró la vida de más de 800.000 personas, tanto tutsis como hutus moderados, las incendiarias canciones de Bikindi se enseñoreaban de las emisoras del país.
Cráneos de víctimas del genocidio tutsi.
La Radio de las Mil Colinas, que incitaba y coordinaba a los escuadrones de la muerte, "puso de continuo las canciones de Bikindi durante los 100 días que duró la matanza", recordaba el New York Times en el año 2002. "En Ruanda, donde nadie lee la prensa ni tiene televisión, la radio es la reina. Según declaraciones de testigos, muchos de los asesinos cantaban canciones de Bikindi mientras troceaban o apaleaban hasta la muerte a miles de tutsis, con machetes repartidos por el Gobierno y bates caseros tachonados de clavos".
 
Bikindi está siendo juzgado por el tribunal internacional creado para llevar ante la justicia a los criminales de guerra del conflicto de Ruanda. Se le acusa, en primer lugar, de incitar al genocidio con sus canciones. No es el único ruandés en ser llevado a juicio por incitación al genocidio: entre los ya condenados se cuentan un fundador de la Radio de las Mil Colinas y un director de Kangura, un periódico virulentamente antitutsi.
 
Las palabras pueden ser letales, abrir la puerta al crimen a gran escala. De ahí que la Convención para la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidio (1948) equipare sin lugar a dudas el crimen de incitación al genocidio mediante la palabra con el de la comisión misma del crimen por medio de las armas. Y si esto es aplicable a un cantante o al responsable de un medio de comunicación, con más razón ha de aplicarse cuando las exhortaciones al asesinato en masa proceden de un jefe de Estado. Así que, si Simon Bikindi ha sido acusado de incitación al genocidio, ¿por qué no Mahmud Ahmadineyad?
 
Recientemente, numerosos abogados y diplomáticos –entre los que se contaba el embajador saliente de EEUU ante la ONU, John Bolton– hacían en Nueva York un llamamiento para que el procesamiento de Ahmadineyad pase a considerarse una prioridad internacional. La reunión fue organizada por el Jerusalem Center for Public Affairs (JCPA), que difundió un documento en el que se da cumplida cuenta de los argumentos para procesar al presidente iraní y al régimen que representa.
 
Las intenciones genocidas de Irán están bien claras. Ahmadineyad ha llamado en público a que Israel sea "borrado del mapa". En 2005 patrocinó una conferencia que anticipaba cómo sería "El mundo sin sionismo", y, en 2006, otra que negaba que el Holocausto hubiera tenido lugar.
 
Mahmud Ahmadineyad.El mandatario iraní ha proclamado a los cuatro vientos que Israel "será purgado del centro del mundo islámico", y que la "eliminación" del "régimen sionista" será "simple y suave". Asimismo, demoniza a los judíos como "bárbaros sedientos de sangre" y "gente muy asquerosa" que ha causado "los peores daños a la raza humana". Y el pasado agosto advertía: "Deben saber que sus últimos días se avecinan".
 
No estamos ante los estallidos de rabia de un político histriónico al que harían bien en acallar los clérigos iraníes: las palabras de Ahmadineyad son un eco de las amenazas genocidas que se profieren desde las más altas instancias del régimen de Teherán. "Solamente existe una solución al problema de Oriente Medio, la aniquilación y destrucción del Estado judío", ha declarado el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei. El ex presidente Hashemi Rafsanjani, que suele ser descrito como "moderado" en Occidente, ha llegado a explicar en los siguientes términos las ventajas de lanzar un ataque nuclear sobre Israel: "El uso de una bomba nuclear contra Israel no dejará nada en pie, mientras que [cualquier represalia israelí] sólo dañaría el mundo del Islam".
 
Irán está buscando hacerse con armamento nuclear de una manera muy agresiva; ya dispone de los misiles de largo alcance necesarios para lanzar un ataque. Cuando se exhiben esos misiles bajo lemas como "Israel debe ser extirpado y borrado de la historia", no estar al tanto de lo que pretenden Ahmadineyad y los mulás es caer en la ceguera voluntaria.
 
Durante los muchos meses que precedieron al genocidio de Ruanda hubo una incitación similar al asesinato en masa . Las autoridades internacionales no hicieron nada para acallar a los incitadores, y los resultados fueron catastróficos. La situación en Irán hoy es aterradoramente parecida. Pero en el documento del JCPA, que ha sido redactado por el experto en derechos humanos Justus Reid Weiner, se dice que hay una diferencia sustancial: "Mientras que los hutus de Ruanda estaban equipados con... machetes, Irán, si la comunidad internacional no hace nada por evitarlo, pronto estará en posesión de armas nucleares". En ese momento Teherán estará preparada para perpetrar el primer "genocidio instantáneo" de la historia.
 
En el encuentro de Nueva York, el embajador Bolton comentó que los historiadores que estudian las grandes tragedias suelen preguntarse cómo las autoridades del momento no vieron venir el horror. "¿Cómo no advirtieron (...) las claras señales que emitían aquellos que estaban a punto de perpetrar actos de gran atrocidad y barbarie, y que en momento alguno escondieron sus intenciones?".
 
Las intenciones de Irán son maléfica, transparentemente claras. Lo que no está claro en absoluto es qué hará al respecto el mundo civilizado. El procesamiento de Ahmadineyad según lo dispuesto por la convención del 48 no cancelaría la amenaza de un segundo Holocausto, pero sería un buen primer paso.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
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