El "presidente por accidente" lleva en el cargo desde entonces. Es un hombre corpulento, del que un periodista del Wall Street Journal escribió que, "más abordar a sus colegas de la Cámara, los engulle". Procede de una familia modesta, habla con claridad y sencillez y, aunque carece de la grandiosa ambición de su predecesor, no le falta, como ha comentado el analista Michael Barone, capacidad estratégica. Buena prueba de ello es que ha mantenido la unidad de un grupo tan complejo como el republicano en la Cámara de Representantes durante todos estos años.
En alguna ocasión ha recurrido a procedimientos que rozan lo inadmisible. En 2003 mantuvo abierta una votación durante tres horas para conseguir los votos de unos republicanos reticentes a respaldar nuevas subvenciones para medicamentos que complementarían el programa Medicare. Es una de las medidas de la Administración Bush que más polémica ha creado en la derecha, por el incremento de gasto que ha supuesto y el aumento del intervencionismo, contradictorios con la doctrina del gobierno limitado propia del movimiento liberal conservador que llevó a Bush a la Casa Blanca.
Dennis Hastert es, de hecho, uno de los políticos que mejor representan, incluso físicamente, la política de expansión gubernamental que ha protagonizado la actual Administración. Hastert apoyó en su momento las bajadas de impuestos de Bush, pero también ha conseguido que la Casa Blanca aceptara presupuestos tan polémicos como los votados para 2006, con un gigantesco aumento del gasto en lo que los norteamericanos llaman pork barrel, es decir, la financiación de proyectos locales destinados antes que nada a asegurar la reelección de los miembros de la Cámara de Representantes.
Con Hastert ha ocurrido algo de lo que no se tenía noticia desde la desgraciada y excepcional presidencia de Garfield, asesinado en 1881, cuatro meses después de llegar a la Casa Blanca. Y es que el presidente no haya ejercido nunca, ni una sola vez, su derecho de veto sobre la legislación votada por el Congreso.
Pues bien, Dennis Hastert ha sido el primer republicano en expresar en voz alta un estado de ánimo que ha empezado a cundir en su partido en las últimas semanas. Y es que ha declarado que, en contra de todo lo que se viene diciendo desde hace casi un año, los republicanos no van a perder escaños en las próximas elecciones de noviembre. De hecho, según Hastert los republicanos van a aumentar su ventaja con respecto a los demócratas.
La afirmación ha sido acogida con sarcasmos entre estos últimos. Pero Hastert se basa en el repunte de popularidad de Bush en las encuestas, y sobre todo en algo que conoce muy bien: las tendencias en las donaciones para la financiación de la campaña electoral. Hastert realizó sus declaraciones a la salida de una reunión sobre la financiación de las candidaturas republicanas particularmente amenazadas por los demócratas.
Una afirmación de optimismo tan rotunda puede ser una simple forma de animar al partido y a las bases, que han pasado por horas bajas. También puede ser una reivindicación de la política interna de estos años frente a las críticas recibidas, muy en particular por la Cámara de Representantes, a causa de su excesiva liberalidad en el manejo de fondos públicos. Desde este punto de vista, es un aviso: si los republicanos no salen mal parados, ya sabemos quién se apuntará el tanto.