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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Obama y los dos Estados

Para muchos progres, el mundo empezó con Obama. El hombre hace todo lo que ellos esperaban de un presidente de los Estados Unidos, desde reverenciar al rey saudí hasta reclamarle a Israel un Estado palestino. Y a mí me parece mentira tener que volver a escribir sobre esto, empezando por la afirmación más elemental: si no hay un Estado palestino desde 1948, es porque la Liga Árabe rechazó la partición y prometió "echar a los judíos al mar".

Para muchos progres, el mundo empezó con Obama. El hombre hace todo lo que ellos esperaban de un presidente de los Estados Unidos, desde reverenciar al rey saudí hasta reclamarle a Israel un Estado palestino. Y a mí me parece mentira tener que volver a escribir sobre esto, empezando por la afirmación más elemental: si no hay un Estado palestino desde 1948, es porque la Liga Árabe rechazó la partición y prometió "echar a los judíos al mar".
Que yo sepa, hasta el día de hoy, y pese a las reticencias de Netanyahu, ningún israelí sensato ha rechazado de plano la idea, empezando por los padres fundadores de Israel. El acuerdo propuesto inicialmente era claro: un trozo de tierra, que antes era un fragmento del Imperio Británico, para cada pueblo: el hebreo y el musulmán. Los israelíes aceptaron la condición y los árabes no. Digo "los árabes" porque entonces no se hablaba de ninguna nación palestina, ni existía entidad semejante; se trataba únicamente de los habitantes árabes de la región, y en su nombre habló la Liga Árabe, que se había aliado activamente con el Eje contra Occidente.

El ideólogo de todo aquello era el tío de Yasser Arafat, el Gran Muftí de Jerusalem, Haj Amin al Husseini, al que Hitler denominó "el Führer árabe", y que creó el modelo yihadista de terror. Era recibido con alborozo en la Alemania nazi, tenía grandes amigos en las SS y hasta visitó los campos de Auschwitz y Majdanek, en busca de inspiración para la construcción de espacios de exterminio para los judíos de Oriente Medio, que pensaba instalar en Nablús. Vivió en Alemania, en un edificio, reacondicionado para él, que había alojado una escuela judía, hasta cuatro días antes de la caída de Berlín, y desde allí se desplazó a Egipto, con muchísimo dinero.

Tras la decisión de la Liga Árabe, Israel recibió el primer ataque en octubre de 1948, meses después de su nacimiento como Estado, y los egipcios tomaron Gaza y colocaron a Husseini de presidente de "toda Palestina", incluyendo, desde luego, Jerusalem. Todos los países árabes reconocieron inmediatamente esa Palestina –un solo Estado, árabe, por supuesto–, salvo Jordania. Husseini se encargó del asesinato del rey Abdalah, antepasado del actual.

Pues bien, el caso es que quien me ha puesto a pensar nuevamente en todo esto, tan elemental, es el presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, al decirle a Netanyahu que la solución pasa por dos Estados. Como en 1948. Como siempre. Como en Camp David, cuando Clinton le dijo a Arafat, el sobrinísimo: "Usted no puede decir que no a todo".

Los ahora llamados palestinos, que jamás habían construido nada en esa tierra que reclaman –Israel ya estaba a medio construir cuando se lo declaró Estado–, y que siguen sin construir nada, jamás quisieron dos Estados. Y hasta Abu Mazen ni siquiera reconocieron la existencia de Israel. Sólo Abu Mazen y su grupo más próximo, porque los chicos de Gaza, esos que utilizan a sus hijos como escudos para que la prensa los filme, ésos siguen sin reconocer la existencia de Israel.

Todo esto, a Obama le da igual. No tiene más remedio que aceptar una herencia de sus antecesores en política exterior, pero su corazón está con los otros. Una parte importante de sus votantes está con la causa palestina, y él también.

Creo que no se ha vivido en todo el tiempo de existencia de los Estados Unidos con una presencia tan peligrosa en la Casa Blanca. Es posible que Bush Jr. no tuviera demasiadas luces –cosa que yo no acabo de creer–, pero tampoco tenía dudas respeto de Israel ni de los países árabes. Estaba cerrado a esa clase de diálogo, en tanto que Obama es un dialogante perpetuo, como nuestro triste presidente, y ama, como él, la alianza de civilizaciones: él es hijo de esa alianza, no pertenece por entero a Occidente, no corresponde cultural ni mentalmente al lugar que ocupa; y no porque sea de izquierdas, como creen la mitad más uno de los izquierdistas del mundo, que se niegan a entender nada, sino porque representa valores que se contradicen con los de Occidente. Su cargo, el Congreso y la legión de lobbystas de Washington lo limitan, pero va a intentar sacar los pies del plato una y otra vez.

No ha podido con Guantánamo, porque aún no ha dado con una fórmula más precisa para enfrentarse al terrorismo; ni dará con ella. No hay. Pero ¿quiere enfrentar al terrorismo, o prefiere hacer vivir al mundo con esa espada de Damocles sobre la cabeza, como hacen los gobernantes españoles con la ETA, que finalmente en una bandita del tres al cuarto, que le sacude los árboles al PNV?

No sabemos si podrá con Irak: abrigo cierta esperanza de que alguien le explique que todavía no es tiempo de dejar ese país, que hacerlo significa romper el delicado equilibrio de hoy con Irán y desguarnecer a Israel, pero me pregunto si no será eso precisamente lo que Obama quiere.

No podrá con los seguros médicos; no, al menos, en la medida en que lo ha prometido. Como a su colega español, las promesas se le disuelven como azucarillos en té caliente.

Eso, en lo visible. ¿Y en lo otro? Obama no es un personaje transparente. No sé, e ignoro si lo sabe su esposa, cuáles son sus sentimientos respecto del islam, del cristianismo o del judaísmo.

Tampoco sé si conoce la historia. Porque tener que repetirle hoy que lo de los dos Estados está ahí desde, al menos, 1947 –si omitimos la Declaración Balfour, de 1917–, ya es grave.


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