El presidente Lincoln sancionó la Proclama de Emancipación el 1 de enero de 1863. En ella podía leerse: "Todas las personas sujetas a esclavitud en un estado o en una parte determinada de un estado (...) en rebelión contra Estados Unidos pasarán a ser, de ahora en adelante y para siempre, libres". La clave se encuentra en eso de "en rebelión contra Estados Unidos", porque los esclavos que vivían en estados no rebeldes siguieron siéndolo.
La declaración, de hecho, especificaba los estados en que los esclavos pasaban a ser hombres libres: "Arkansas, Texas, Luisiana (excepto los distritos de St. Bernard, Plaquemines, Jefferson, St. John, St. Charles, St. James Ascension, Assumption, Terrebonne, Lafourche, St. Mary, S. Martin y Orleans, incluida la ciudad de Nueva Orleans), Mississippi, Alabama, Florida, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Virginia (excepto los 48 condados designados como Virginia Occidental, así como los de Berkley, Accomac, Northampton, Elizabeth City, York, Princess Ann y Norfolk, incluidas las ciudades de Norfolk y Portsmouth)". Para las zonas exentas, añadía el documento, "esta declaración es como si no se hubiere emitido".
Los esclavos de los distritos exentos de Luisiana no fueron liberados porque dichos distritos no se habían rebelado. Lo mismo cabe decir de los que vivían en Virginia Occidental. Por cierto, el reconocimiento de este territorio –que antes pertenecía a Virginia– como estado (junio de 1863) fue una violación flagrante del artículo 4 (sección 3) de la Constitución, que reza: "No se formarán ni constituirán estados nuevos en de la jurisdicción de cualquier otro Estado; ni se constituirá estado alguno a partir de la fusión de dos o más estados, o de partes de estados, sin el consentimiento de las Legislaturas de los estados implicados, así como del Congreso". Pero qué importaba: por aquel entonces Lincoln tenía la Constitución sometida a asedio.
La hipocresía de la Proclama de Emancipación fue objeto de airadas críticas. El secretario de Estado de Lincoln, William Seward, llegó a decir: "Manifestamos nuestra simpatía con la esclavitud emancipando a los esclavos allí donde no podemos hacerlo y manteniéndolos esclavizados donde podríamos liberarlos". El New York World denunciaba, precisamente, que la Proclama había liberado a los esclavos "sólo donde [el Gobierno federal] carece del menor poder para ejecutarla"; y añadía: "La exención de zonas accesibles [al Gobierno federal] en Luisiana, Tennessee y Virginia hace de la liberación algo no sólo huero, sino ridículo". Por su parte, el London Spectator comentaba: "El principio [subyacente a la Proclama] no es que un ser humano no puede con justicia ser propietario de otro ser humano, sino que no puede serlo si no es leal a Estados Unidos". En cuanto al propio Lincoln, admitió en una carta dirigida a su secretario del Tesoro, Salmon Chase, que el texto de marras carecía de cualquier base legal.
Lincoln adoptó la Proclama de Emancipación porque la guerra iba mal para la Unión y existía la posibilidad de que Inglaterra y otras potencias europeas, que habían abolido la esclavitud en fechas recientes, concedieran ayuda económica y política a la Confederación, pero no lo harían si el conflicto era percibido como una guerra contra la esclavitud. Tienen una guía excelente de este período en El verdadero Lincoln, de Thomas DiLorenzo, profesor de Economía en el Loyola College de Maryland.
Al presidente Obama se le puede perdonar que celebre la hipocresía de Abraham Lincoln porque son los vencedores los que escriben la historia de las guerras. El reconocimiento de que la esclavitud es una institución despreciable no obliga a adorar al presidente que más hizo por destruir nuestra Constitución. Después de todo, cuando se dicta, con el respaldo de la fuerza bruta, que los estados no pueden escindirse –a lo cual pensaban que tenían derecho en 1787–, el Gobierno federal puede abusar de los estados y de sus ciudadanos; o, por decirlo de otra manera, ningunear las enmiendas 9ª y 10ª de la Constitución.
© Creators Syndicate Inc.
La declaración, de hecho, especificaba los estados en que los esclavos pasaban a ser hombres libres: "Arkansas, Texas, Luisiana (excepto los distritos de St. Bernard, Plaquemines, Jefferson, St. John, St. Charles, St. James Ascension, Assumption, Terrebonne, Lafourche, St. Mary, S. Martin y Orleans, incluida la ciudad de Nueva Orleans), Mississippi, Alabama, Florida, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Virginia (excepto los 48 condados designados como Virginia Occidental, así como los de Berkley, Accomac, Northampton, Elizabeth City, York, Princess Ann y Norfolk, incluidas las ciudades de Norfolk y Portsmouth)". Para las zonas exentas, añadía el documento, "esta declaración es como si no se hubiere emitido".
Los esclavos de los distritos exentos de Luisiana no fueron liberados porque dichos distritos no se habían rebelado. Lo mismo cabe decir de los que vivían en Virginia Occidental. Por cierto, el reconocimiento de este territorio –que antes pertenecía a Virginia– como estado (junio de 1863) fue una violación flagrante del artículo 4 (sección 3) de la Constitución, que reza: "No se formarán ni constituirán estados nuevos en de la jurisdicción de cualquier otro Estado; ni se constituirá estado alguno a partir de la fusión de dos o más estados, o de partes de estados, sin el consentimiento de las Legislaturas de los estados implicados, así como del Congreso". Pero qué importaba: por aquel entonces Lincoln tenía la Constitución sometida a asedio.
La hipocresía de la Proclama de Emancipación fue objeto de airadas críticas. El secretario de Estado de Lincoln, William Seward, llegó a decir: "Manifestamos nuestra simpatía con la esclavitud emancipando a los esclavos allí donde no podemos hacerlo y manteniéndolos esclavizados donde podríamos liberarlos". El New York World denunciaba, precisamente, que la Proclama había liberado a los esclavos "sólo donde [el Gobierno federal] carece del menor poder para ejecutarla"; y añadía: "La exención de zonas accesibles [al Gobierno federal] en Luisiana, Tennessee y Virginia hace de la liberación algo no sólo huero, sino ridículo". Por su parte, el London Spectator comentaba: "El principio [subyacente a la Proclama] no es que un ser humano no puede con justicia ser propietario de otro ser humano, sino que no puede serlo si no es leal a Estados Unidos". En cuanto al propio Lincoln, admitió en una carta dirigida a su secretario del Tesoro, Salmon Chase, que el texto de marras carecía de cualquier base legal.
Lincoln adoptó la Proclama de Emancipación porque la guerra iba mal para la Unión y existía la posibilidad de que Inglaterra y otras potencias europeas, que habían abolido la esclavitud en fechas recientes, concedieran ayuda económica y política a la Confederación, pero no lo harían si el conflicto era percibido como una guerra contra la esclavitud. Tienen una guía excelente de este período en El verdadero Lincoln, de Thomas DiLorenzo, profesor de Economía en el Loyola College de Maryland.
Al presidente Obama se le puede perdonar que celebre la hipocresía de Abraham Lincoln porque son los vencedores los que escriben la historia de las guerras. El reconocimiento de que la esclavitud es una institución despreciable no obliga a adorar al presidente que más hizo por destruir nuestra Constitución. Después de todo, cuando se dicta, con el respaldo de la fuerza bruta, que los estados no pueden escindirse –a lo cual pensaban que tenían derecho en 1787–, el Gobierno federal puede abusar de los estados y de sus ciudadanos; o, por decirlo de otra manera, ningunear las enmiendas 9ª y 10ª de la Constitución.
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