El propio Obama ha sido uno de los principales voceros de esta historia. Durante la campaña aseguró que lo fundamental de los comicios del pasado día 4 era elegir un líder que repare "los daños que se ha infligido a la imagen de América en el exterior". Asimismo, afirmó que cuando él estuviera en la Casa Blanca el mundo miraría a América "de otra manera".
Verdaderamente, buena parte del planeta ha saludado con alborozo la elección del político demócrata. "Jubilosos seguidores de Obama hicieron estallar petardos en El Salvador, bailaron en Liberia y bebieron en Japón", se ha podido leer en Los Angeles Times. En Kenia, el 5 de noviembre fue feriado. Una alta funcionaria francesa ha comparado la victoria del hawaiano con la caída del Muro de Berlín. En Sudáfrica, el arzobispo Desmond Tutu se ha mostrado exultante ("Se nos presenta una nueva primavera") , y el periodista de la BBC John Simpson ha dicho que, con la elección de Obama, los "jóvenes y vibrantes" Estados Unidos se han convertido en "la envidia del mundo". Por lo que hace al más popular de los diarios británicos, The Sun, confeccionó el siguiente titular: "Un gigantesco paso para la Humanidad".
Para el presidente electo, estas muestras de júbilo universal deben de ser harto gratificantes. Ahora bien, debería tomárselas cum grano salis. Porque la fiesta no va a durar siempre.
La aversión a los Estados Unidos es tan vieja como los propios Estados Unidos. No nació con el actual mandatario, por impopular que sea, ni a resultas de la intervención americana en Irak. Y no se desvanecerá el próximo 20 de enero.
En Hating America (Odiar a América), un recorrido por los más de dos siglos de hostilidad a los EEUU, Barry Rubin y Judith Colp Rubin sostienen que el antiamericanismo estaba experimentando un fuerte auge en Europa y Oriente Medio antes de que Bush fuera investido, en enero de 2001. Veamos un ejemplo: en los años 90, los griegos hicieron estentóreamente patente su rechazo al apoyo americano a los musulmanes de Kosovo. "Entre los epítetos lanzados a Clinton en los medios griegos de referencia –recuerdan los Rubin– se contaban los de criminal, pervertido, asesino, impostor, sanguinario, gángster, bobo, delincuente, carnicero, estúpido, ridículo y deshonesto".
En la década anterior había sido Ronald Reagan el destinatario de la ira antiamericana. En 1983, millones de europeos se manifestaron contra la instalación de misiles balísticos en Alemania Occidental para hacer frente al despliegue soviético de armamento nuclear en la Europa comunista.
Los berridos antiamericanos no tienen que ver únicamente con la guerra y la paz. Los Estados Unidos de América son una nación grande, rica y poderosa: con eso basta y sobre para ser objeto de resentimiento a escala planetaria, con independencia de quién sea el inquilino de la Casa Blanca.
El candidato Obama sostuvo que el prestigio de EEUU se había resentido como consecuencia de la guerra de Irak y el unilateralismo de la Administración Bush, "que prima las acciones bélicas por sobre las diplomáticas". Bueno, pues es prácticamente seguro que le tocará tomar medidas que los demás no tomarán, para defender sus principios o proteger a un tercero amenazado. "Habrá momentos en que tengamos que interpretar de nuevo y a regañadientes el papel de policía del mundo. En este sentido, las cosas no van a cambiar, ni deberían hacerlo", ha escrito –en un libro titulado The Audacity of Hope (La audacia de la esperanza)–, un norteamericano célebre. Un norteamericano que se llama... Barack Obama.
La popularidad está bien, qué duda cabe, pero no es el objetivo de la política exterior americana. Las grandes naciones tienen grandes intereses; intereses que no siempre pueden protegerse a base de negociaciones interminables y resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Los Estados Unidos son la primera potencia militar, y habrá ocasiones en que, para mantener el orden y defender la libertad, tengan que ser, aunque sea a regañadientes, "el policía del mundo". Puede que el presidente Obama hable con más suavidad que su predecesor, pero también él deberá esgrimir la espada. Y cuando la utilice también será vilipendiado. Gajes del oficio, podría decirle George W. Bush.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.