La CNN procuró a semejante instilador de odio otro altavoz en forma de entrevista con Larry King, que estrechó cálidamente la mano de su invitado y le hizo preguntas tan comprometidas como éstas: "¿Qué parte de EEUU le gustaría visitar? ¿Se reuniría usted con Sarah Palin, dado que ambos han sido alcaldes? ¿Verdad que usted no desea ningún mal al pueblo judío?".
Ahmadineyad fue el invitado de honor de una "cena-diálogo" ofrecida por organizaciones cristianas de izquierda como el American Friends Service Committee, el Mennonite Central Comittee y el World Council of Churches. La US Commission on International Religious Freedom había llamado a no honrar a alguien que "repetidamente manipula encuentros de este tipo para esparcir el odio", y advertido de que ese acto sólo contribuiría a "legitimar" al líder iraní". Pero la cena se celebró, claro que se celebró, entre pías invocaciones al "compromiso" y el "debate". Mark Graham, del American Friends Service Committee, proclamó: "No se puede dialogar sólo con quien estás de acuerdo en todos los temas. Eso conduce a una visión muy miope del mundo".
Pero el punto culminante de la gira de Ahmadineyad tuvo lugar cuando Ahmadineyad ya estaba de vuelta en su país. Fue el debate McCain-Obama celebrado en Mississippi, donde el candidato demócrata volvió a decir que, si sale elegido en las elecciones de noviembre, está dispuesto a reunirse con el presidente iraní "sin condiciones".
"Tenemos que practicar la diplomacia directa con Irán", insistió Obama. Y agregó: "Ésta es una diferencia importante entre el senador McCain y yo. La idea de no hablar con aquellos a quienes estamos castigando no ha funcionado".
Obama adoptó por primera vez esta postura en julio de 2007, cuando, en el transcurso de un debate, le preguntaron si estaría dispuesto a reunirse sin condiciones con los mandatarios de Irán, Siria, Venezuela, Cuba y Corea del Norte . "Lo haría", dijo enseguida. También en su página web promete una "diplomacia presidencial directa con Irán sin condiciones".
En el citado debate, Obama afirmó que hasta Henry Kissinger, que en la actualidad sirve a McCain en calidad de asesor, es partidario de un encuentro sin condiciones con Teherán; "un encuentro, ¿adivina de qué tipo?, sí, un encuentro sin condiciones".
El caso es que Kissinger no ha dicho tal cosa. Y que, en este punto, Obama defiende una posición equivocada. Por varias razones, que paso a desgranar.
En primer lugar, la disposición de un presidente americano a reunirse incondicionalmente con el jefe de un régimen forajido concede a éste más crédito en el panorama internacional, como bien ha señalado John McCain. Cuanto más contravienen las normas civilizadas de conducta –fomentando el terrorismo, convocando conferencias negacionistas del Holocausto, amenazando a Israel con el exterminio...–, más se afanan Ahmadineyad y los mulás por conquistar legitimidad en la arena internacional. En segundo lugar, las negociaciones, lejos de alentar a los villanos a dejar de comportarse como tales, les incita a cometer aún más salvajadas. Después de todo, si esa manera de proceder puede hacerles merecedores de una reunión con el presidente de los Estados Unidos de América, lo lógico es que piensen que si se portan peor podrían obtener recompensas aun mayores.
Por último, hay que tener presente que las negociaciones incondicionales consumen tiempo, activo especialmente valioso para un Gobierno que, como el de Teherán, trata de hacerse con la bomba atómica. "Tras cinco años de negociaciones con los europeos –escribía el pasado mayo John Bolton–, lo único que se ha conseguido es que Irán esté cinco años más cerca de conseguir armas nucleares".
En general, dialogar con quienes nos critican y con quienes compiten con nosotros tiene sentido, tanto en el plano diplomático como en el de la vida cotidiana. Pero Obama parece creer que siempre hay que abogar por el diálogo, que no hay jefe de Estado tan abominable como para merecer ser condenado al ostracismo. La suya es una postura de una ingenuidad supina, que puede ser verdaderamente peligrosa si finalmente consigue instalarse en el Despacho Oval.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.