Del presidente hacia abajo, en Washington lo llaman engagement. Y lo mismo parece incluir las ofertas de diálogo a enemigos furibundos de lo norteamericano, como los hermanos Castro, que sesiones de fotografía con el autócrata venezolano Hugo Chávez y presentaciones de libros en la embajada norteamericana en Buenos Aires sobre Ernesto Che Guevara, la Evita de los cubanos castristas. No me sorprendería que, a ese paso, la política se extienda para mostrarnos a Jeffrey Davidow, asesor de Obama para América Latina, mascando hojas de coca con Evo Morales en el altiplano boliviano o a Hillary Clinton bautizándole los hijos al cura que preside Paraguay, Fernando Lugo.
Creo sinceramente que si Obama mantiene su estrategia latinoamericana en ese plano, entre lúdico y travieso, tal vez haga menos daño al progreso hemisférico que si llegara a tomarse en serio las pretensiones de los caudillos atrabiliarios que hoy por hoy rigen los destinos de un tercio de los latinoamericanos. Y es que si algo quedó claro en el sarao que se celebró en Trinidad y Tobago bajo el nombre rimbombante de Quinta Cumbre de las Américas es el profundo desencuentro entre los presupuestos políticos de esos caudillos pendencieros y los ideales de democracia, libertad y prosperidad que promueve Estados Unidos, ideales que como pocos simboliza su primer mandatario afroamericano.
Los asesores de Obama aseguran que, mediante el engagement o compromiso, el presidente quiere contagiar a los hombres fuertes latinoamericanos el respeto a las instituciones democráticas, las libertades individuales y los rivales políticos que en buena lid les disputan el mando. Difícil imaginar objetivos más nobles. El problema de fondo es que los caudillos como Chávez, Morales y el ecuatoriano Rafael Correa, entre otros, no ven el compromiso bajo el mismo prisma constructivo, sino como una oportunidad de convencer a Washington para que consienta y aplauda el gradual desmantelamiento de la democracia y la liquidación de las libertades en sus respectivos países. Para ellos, el modelo es la satrapía castrista, a la cual no se cansan de ensalzar e imitar, con los inevitables matices que les imponen los tiempos que corren.
Cuando los caudillos reclaman a Obama "respeto a la autodeterminación" no le están pidiendo que respete la libre voluntad de los pueblos para escoger a sus líderes en ejemplares procesos democráticos: le están pidiendo más bien que se calle y mire al otro lado mientras amañan elecciones, disuelven congresos, proscriben partidos de oposición, intimidan a periodistas y manipulan constituciones para atornillarse en el poder. Cuando le exigen que acepte a la dictadura castrista en la comunidad de naciones interamericanas le están exigiendo que acate sin chistar sus propios planes autocráticos. Y cuando le exhortan a dejar de apoyar a gobiernos "oligárquicos" le están exhortando a que les permitira alentar impunemente movimientos desestabilizadores como las FARC y Sendero Luminoso en democracias vecinas.
Obama y sus asesores tendrán que aprender a navegar por las turbias aguas del doublespeak latinoamericano si desean trazar una política sensata y humanista que evite las complicidades con la nueva hornada de caudillos y estimule a quienes en sus países se esfuerzan pacíficamente por restaurar la democracia y la convivencia pluralista. Si lo logran, se expondrán a trilladas descalificaciones personales por haber "abandonado" o "ignorado" a Latinoamérica. Pero ya para entonces habrán entendido que eso también es parte del lenguaje orwelliano de los caudillos y de muchos otros latinoamericanos que les hacen el juego.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.
Creo sinceramente que si Obama mantiene su estrategia latinoamericana en ese plano, entre lúdico y travieso, tal vez haga menos daño al progreso hemisférico que si llegara a tomarse en serio las pretensiones de los caudillos atrabiliarios que hoy por hoy rigen los destinos de un tercio de los latinoamericanos. Y es que si algo quedó claro en el sarao que se celebró en Trinidad y Tobago bajo el nombre rimbombante de Quinta Cumbre de las Américas es el profundo desencuentro entre los presupuestos políticos de esos caudillos pendencieros y los ideales de democracia, libertad y prosperidad que promueve Estados Unidos, ideales que como pocos simboliza su primer mandatario afroamericano.
Los asesores de Obama aseguran que, mediante el engagement o compromiso, el presidente quiere contagiar a los hombres fuertes latinoamericanos el respeto a las instituciones democráticas, las libertades individuales y los rivales políticos que en buena lid les disputan el mando. Difícil imaginar objetivos más nobles. El problema de fondo es que los caudillos como Chávez, Morales y el ecuatoriano Rafael Correa, entre otros, no ven el compromiso bajo el mismo prisma constructivo, sino como una oportunidad de convencer a Washington para que consienta y aplauda el gradual desmantelamiento de la democracia y la liquidación de las libertades en sus respectivos países. Para ellos, el modelo es la satrapía castrista, a la cual no se cansan de ensalzar e imitar, con los inevitables matices que les imponen los tiempos que corren.
Cuando los caudillos reclaman a Obama "respeto a la autodeterminación" no le están pidiendo que respete la libre voluntad de los pueblos para escoger a sus líderes en ejemplares procesos democráticos: le están pidiendo más bien que se calle y mire al otro lado mientras amañan elecciones, disuelven congresos, proscriben partidos de oposición, intimidan a periodistas y manipulan constituciones para atornillarse en el poder. Cuando le exigen que acepte a la dictadura castrista en la comunidad de naciones interamericanas le están exigiendo que acate sin chistar sus propios planes autocráticos. Y cuando le exhortan a dejar de apoyar a gobiernos "oligárquicos" le están exhortando a que les permitira alentar impunemente movimientos desestabilizadores como las FARC y Sendero Luminoso en democracias vecinas.
Obama y sus asesores tendrán que aprender a navegar por las turbias aguas del doublespeak latinoamericano si desean trazar una política sensata y humanista que evite las complicidades con la nueva hornada de caudillos y estimule a quienes en sus países se esfuerzan pacíficamente por restaurar la democracia y la convivencia pluralista. Si lo logran, se expondrán a trilladas descalificaciones personales por haber "abandonado" o "ignorado" a Latinoamérica. Pero ya para entonces habrán entendido que eso también es parte del lenguaje orwelliano de los caudillos y de muchos otros latinoamericanos que les hacen el juego.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.